Las obsesivas elecciones del 6 de junio han adquirido una enorme relevancia, a lo que se suma lo repetido en innumerables ocasiones, estamos ante el proceso electoral más grande de nuestra historia electoral.
Si echamos a andar la memoria recordemos lo que en su momento significaron las elecciones del 85, 91 y 97 en lo particular, sin pasar por alto las intermedias hasta el 2015. En las del 97 se dio un momento histórico que a la fecha nos acompaña, Cuauhtémoc Cárdenas ganó por el PRD la gubernatura de la capital y a la fecha la izquierda, o como se le quiera definir, gobierna la ciudad.
En estos procesos se jugaba mucho, porque en la medida que la oposición iba creciendo ya no era nada fácil mantener mayorías. Para los gobiernos en turno los triunfos le eran indispensables para fortalecer sus proyectos y la gobernabilidad, como obviamente sucede ahora.
A lo que vamos es que independientemente del momento que estamos viviendo, a lo largo de la historia reciente las elecciones intermedias son fundamentales para determinar escenarios de futuro, es la posibilidad o no de que los gobiernos puedan mantener hegemonía y sobre todo capacidad de maniobra.
Lo que hace diferente este momento es que estamos bajo cambios de paradigma que van cambiando escenarios que nos llevan a situaciones inéditas. Es probable que estas elecciones intermedias puedan fortalecer el proyecto de gobierno que en sentido estricto está rompiendo con el pasado inmediato, pero que, al mismo tiempo, cada vez le van apareciendo elementos de identidad con gobiernos de los 60 y 70.
Las precampañas y campañas nos están evidenciando que las fórmulas se están agotando. Hay pocas novedades, candidatas y candidatos que con tal de ganar y alcanzar votos son capaces de perder hasta el sentido del ridículo. En muchos casos queda la impresión de que menosprecian al electorado, lo imaginan bobalicón y con poca posibilidad de reflexión.
El gran problema que se viene enfrentando desde hace tiempo tiene que ver con la representatividad de los partidos. Las elecciones pueden hacer crisis al papel de los partidos, porque si bien en nuestro régimen democrático son el instrumento para acceder al poder han perdido identidad y representatividad real entre los ciudadanos.
El modelo de partidos está entrando en una de sus mayores crisis y el gran problema es que por delante no se ve, al menos por ahora, cómo las sociedades puedan organizarse de manera diferente para acceder al poder que no sea a través de los partidos; por cierto, no somos los únicos que estamos metidos en el lío.
Los candidatos independientes han terminado por ser una idea romántica más que una alternativa. Se les vio como la posibilidad de hacer a un lado a la burocracia partidista, pero bajo las condiciones de la organización política que tenemos acabaron en la mayoría de los casos por depender de los partidos, tanto para la gobernabilidad como en el Legislativo; Nuevo León da una idea de ello.
En medio de esta maraña no se ve cómo la oposición pueda enfrentar de manera firme a Morena y todo su aparato encabezado, diseñado y dirigido por el Presidente. Las próximas elecciones van confirmando que los partidos son piezas secundarias, al tiempo que en muchos casos lamentablemente son usados por sus dirigentes reciclándose de manera oprobiosa o convirtiéndose en partidos funcionales, dicho de otra manera según el sapo es la pedrada; es cuestión de revisar la historia del verde.
La oposición está en problemas de identidad, con tal de vencer al Presidente está haciendo todo tipo de alianzas, muchas de ellas sin sentido ideológico. Se trata de restarle poder al Presidente, quien tiene a Morena y todo su aparato como su extensión.
Se viene una elección confusa y determinante.
RESQUICIOS
Estamos en rumbo de ser el país de los amparos. Los ciudadanos no nos dejamos, al tiempo que ysq anda en el síndrome del voy derecho y no me quito, lo que viene es de pronóstico reservado.
Este artículo fue publicado en La Razón el 23 de abril de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.