Guste o no, el Presidente ha logrado en muchos sentidos sacudir cuestionables formas políticas que habían tenido vigencia por décadas en el país.
Algunas no se ve por ahora qué tanto van a trascender, otras están marcando mecanismos internos que se pueden mantener, y otras más no vemos cómo tengan futuro de no ser que su sucesora o sucesor las mantengan para guardarle tributo o pleitesía, según se quiera ver al tabasqueño.
Al Presidente le ha dado por destapar a los tapados teniendo particular cuidado en no mencionar al senador Ricardo Monreal. López Obrador ha hecho su lista quizá para engañar con la verdad, porque en el fondo es probable que la lista sea sólo de dos: la consentida y vitoreada en la reunión de Morena, por cierto, en un acto con tintes priistas, y el señalado canciller.
El Presidente con su abrumador poder no ha dejado de ser cercano a la gente. La estrategia ha sido y es uno de sus más importantes signos de identidad y relación, es algo que por su origen no le cuesta trabajo, y pocos como él lo entienden de manera tan clara.
Podrá ser en muchas ocasiones criticado, con razón, por la forma en que hace las cosas, pero en esencia, desde donde se vea, éste es uno de sus grandes valores en lo personal y, en su gobierno y sus seguidores lo valoran y reconocen.
Es evidente que a López Obrador le cuesta moverse en la formalidad obligada, es obvio que en donde mejor se siente es en sus giras de fin de semana viajando en vuelos comerciales con todo y que se lleve sus reclamos.
El Presidente sabe cómo reaccionar, qué decir y hasta cómo interrumpir un partido de beisbol, probablemente ante el silencioso enojo de los jugadores, para mostrar sus dotes de bateador y su gran afición por la pelota.
En muchas comunidades que visita cabe aquello de que “el pueblo me cuida”. Se mueve a sus anchas y da la impresión que prefiere por mucho estos espacios por encima de los de Palacio Nacional, con todo y que pareciera que se va sintiendo cada vez más a gusto en medio del ornato. Sus mensajes, en los que se le ve caminando por los pasillos de Palacio, se han venido dando cada vez con mayor frecuencia.
Pocos presidentes han tenido la sensibilidad de estar entre la gente como lo hace López Obrador. Existe en ello una alta dosis de convencimiento y conveniencia. Al mandatario le queda claro que ha venido perdiendo espacios entre las clases medias, en buena medida él se ha encargado de ello, y entre el sector empresarial, con quien convive más que por convicciones personales por la gobernabilidad, digamos que no le queda de otra, pero si por él fuera queda la idea de que estaría alejado tanto de clases medias como del sector privado.
López Obrador ha batallado por no dejar sus esencias. De alguna manera sus millones de seguidores se lo reconocen porque identifican que no ha cambiado a pesar del importante cargo que ganó y ocupa. Esto es una virtud que ha sabido atesorar y que día con día está claro que le ofrece ventajas ante sus opositores.
En algún sentido ha hecho humano el cargo, lo cual lo hace aún más cercano a la gente. Sin embargo, no significa que esto derive en mayores simpatías entre amplios sectores de la población, porque con razón se interpreta que no deja de ser candidato, por lo que se le exige que deje de serlo para ser Presidente de todas y todos, con todo lo que esto significa y representa.
López Obrador ya va dejando herencias. Las de fondo tienen todavía largo camino por recorrer, pero las de forma, se tiene que reconocer que han sacudido a la anquilosada clase política y a la sociedad en su conjunto.
Gusten o no las formas con el tabasqueño, éstas ya son otras.
RESQUICIOS
El colapso de la Línea 12 suma un conjunto de pendientes entre los cuales está la forma en que el Presidente abordó la tragedia. Que reclame a los medios y a sus adversarios la forma en que actuaron ante ella, antes de las elecciones, debería de pasar primero por ver cómo actuó él y su Gobierno.
Este artículo fue publicado en La Razón el 07 de julio de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.