Nos equivocamos quienes pensamos que el gobierno de AMLO era de izquierda.
Gilberto Guevara Niebla, líder del 68 mexicano y ex subsecretario obradorista.
Ni Dinamarca ni Venezuela. Hemos pasado el primer trienio de un gobierno que combina resultados mediocres, terribles y positivos. Éstos últimos la minoría, aquéllos la mayoría. Lo bueno (no excelente) es lo menos, y entre ese poco –con sus distintos grados- va la reforma contra el “outsourcing”. Lo mediocre, malo o pésimo es lo que más ha dado, directa e indirectamente, el gobierno de AMLO, un presidente obsesionado con presentarse a sí mismo como un personaje trascendental de los más de doscientos años de historia mexicana. Pero la “transformación” que ha hecho nada tiene que ver con las otras tres: López Obrador no ha logrado nada equivalente ni cercano al cierre de una Colonia, la separación de la Iglesia y el Estado, la destrucción de una Dictadura, etcétera. No han desaparecido ni menguado significativamente la corrupción, la violencia, la pobreza ni la desigualdad. Contra estos cuatro cánceres AMLO sigue siendo históricamente irrelevante. Tampoco hay un régimen democrático mejor o enteramente nuevo: lo que hay es un intento en marcha de regresar institucionalmente a un presidencialismo autoritario como el del PRI –un intento de regresar, por la vía institucional atacada, a un diseño y una situación de instituciones similares a las del régimen autoritario presidencialista del ex partido hegemónico.
Para quienes somos analistas de ciencia social y también personas de izquierda, las perspectivas, intentos y resultados sobre pobreza y desigualdad son doblemente llamativos: ni buenas cuentas ni programa redistributivo de izquierda (si hay izquierda en el poder, hay Redistribución; por cualquier grado de redistribución desde el poder, no necesariamente hay izquierda). Sólo mintiendo por interés o no entendiendo nada se puede llamar izquierda a una serie de programas clientelares, es decir, programas que intercambian un poco de dinero por apoyo político-electoral y que, además de no ser inéditos ni llegar a la mayoría real, existen en ausencia de reestructuración del sistema fiscal (ninguna reforma fiscal) y de expansión del sistema de salud (el INSABI en todo es menos que el Seguro Popular). Gente como Hernán Gómez Bruera diría que algo como el aumento del salario mínimo hace izquierda, pero no: puede revisarse, por ejemplo, el gobierno de Manuel Ávila Camacho y encontrar la Ley de Compensaciones de Emergencia al Salario Insuficiente o la Ley de Compensaciones y Salarios Mínimos, de 1943, y si alguien cree que Ávila Camacho y el PRI eran de izquierda…; ni todos los que quieren o hacen aumentos al salario mínimo son de izquierda ni todos los que son de izquierda hacen o quieren siempre esos aumentos –si hubiera Renta Básica se podría experimentar con la ausencia de salarios mínimos.
Considérese lo más reciente: en su tercer informe López Obrador presumió unos “récords históricos” financieros que no voy a repetir y aderezó con un “tengan para que aprendan” dedicado a los “tecnócratas neoliberales”. El significado más profundo no es el que creen el presidente y sus secuaces. En realidad, la presunción y la dedicatoria significan que 1) AMLO le da la razón a los neoliberales que decían que tales variables macroeconómicas son lo único o lo más importante, no la pobreza y la desigualdad, 2) que él es mejor que ellos en la aplicación neoliberal, o un neoliberal más exitoso, por lo que no los derrotó con reformas y políticas públicas que sustituyeran el modelo económico sino que logró dentro del mismo modelo eso que los antecesores no siempre lograron, añadiéndole otra retórica y más autopromoción/clientelismo por reasignación presupuestal, y 3) que el presidente y su gobierno no son en sí de izquierda. Está bien que no haya devaluaciones por errores o endeudamiento incontrolable, y la izquierda puede cumplir con ello, pero no son fines ni medios esenciales a la izquierda. Y la redistribución justa de la riqueza, que no es idéntica a la reasignación presupuestal, requiere otro paisaje fiscal y otras políticas.
Hasta el obradorista “suave” Jorge Zepeda, quien ha hecho todo lo que ha podido para defender al gobierno y parecer objetivo y respetable, ha tenido que aceptar, después de tres años, que en finanzas públicas AMLO resultó un conservador ortodoxo. Zepeda no ha logrado concluir que, por eso y otros hechos y razones, López Obrador no es de izquierda, sin embargo, no lo es. Y así, es pertinente insistir en la caracterización de un político que es simple en muchos aspectos pero no en conjunto: en conjunto resulta complejo (y acomplejado) y cada vez más contradictorio.
¿Qué es López Obrador como presidente? Hay que hacer las sumas y restas de los hechos, no anclarse con el discurso. A muchos les gusta hablar de “salir de la zona de confort” pero no salen de su zona de confort mental sobre AMLO: “es de izquierda y todo lo que hace es bueno e histórico” vs. “es de izquierda y por eso todo está mal”. Un ejemplo de operaciones posibles: el odio obvio a la división de poderes + clientelismo + el neoliberalismo de los incisos 1 y 2 de arriba + consultas populares totalmente mal hechas primero e innecesarias y absurdas después + el NO a todas las legalizaciones progresistas – (menos) reforma fiscal progresiva + el fetiche petrosetentero + un etcétera que he tratado en otros textos, incluyendo la militarización = derecha priista. O priismo de derecha. Un priismo, por tanto un autoritarismo, con populismo y con el conservadurismo de lo “mocho” y lo neoliberal. No se puede sostener que sea sólo populista, ni sólo de derecha, ni sólo neoliberal, pero tampoco que sea de izquierda. AMLO siempre fue un revoltijo –como todo priismo- y, por sus confusiones, obsesiones rencorosas y faltas, en la presidencia ha sido más neoliberal de lo que se podía esperar. De todas las posibles consecuencias de esa reacción priista y conservadurismo populista, vamos a la mitad del camino…
Extra: Julen Rementería contra el comunismo obradorista es otro cuento para idiotas. ¡Y un tremendo error político! El comunismo histórico es ateo y antirreligioso. López Obrador no lo es. Entre otras cosas. El presidente y el senador tienen algunos parecidos: ni uno ni otro quieren legalización del aborto y del “matrimonio gay”, aunque sea un matrimonio civil, y mientras uno estaba aliado con el PES, el otro ve bien a Vox, un partido que usa la palabra libertad sin ser liberal, tal como lo hace nuestro presidente, sin que AMLO sea de ultraderecha como los Abascal. Lo dicho: las cosas no son lo que parecen.