jueves 21 noviembre 2024

Recomendamos: Colombia, más grande que Macondo

por etcétera

El editor, escritor y librero Álvaro Castillo Granada lleva 33 años al frente de San Librario, en Bogotá, una librería de viejo que ocupa un espacio reducidísimo con miles de libros forrando las paredes y creando columnas imposibles hasta el techo. Castillo resume el momento actual de la literatura colombiana como “un archipiélago gigantesco de autores en el que uno puede ir, como de isla en isla, saltando”. Sin modas, ni escuelas. Como un totum revolutum “fascinante”, en el que varias generaciones coexisten, se han encontrado y se leen entre sí.

Jóvenes que releen y rescatan a escritores en una necesidad de entender una nación marcada por diferencias territoriales y una guerra de más de 50 años. Un país en el que varias literaturas, con características propias, construyen una sola. La del Atlántico, la del Pacífico, en plena efervescencia. Reviven autores como los afroamericanos Manuel Zapata Olivella, con su obra Changó, el gran putas (1983) o En Chimá nace un santo, editado en España por primera vez en 1964 y reeditado en 2018 por el Ministerio de Cultura colombiano. Aparecen desde la sombra mujeres como Elisa Mújica o Helena Araujo. Sobre la primera, Pilar Quintana, uno de los mayores exponentes de la literatura colombiana actual, se preguntaba en un artículo en 2019: ¿Por qué nadie me habló de Elisa Mújica?

Algo parece haber brotado de la tierra. El acuerdo de paz con las FARC en 2016 abrió el deseo de repensar una nación que había sufrido una guerra soterrada. De esa cicatriz profunda han surgido y surgen centenares de títulos que siguen dando cuerpo a la literatura colombiana.

En 2019, última fecha de la que hay datos, en Colombia se editaron 17.075 títulos, de los que se imprimieron 32,9 millones de ejemplares, según los datos de la Cámara Colombiana del Libro. El negocio mueve un volumen de 177 millones de euros. El 73% de los libros hechos aquí se venden en Colombia, mientras que el 10% lo hace fuera. Ese es el deber de la industria, exportar más y mejor a un número creciente de autores. El director de la editorial de la Universidad Javeriana, Nicolás Morales Thomas, ha analizado que los autores colombianos más traducidos y editados en el extranjero son García Márquez, Juan Gabriel Vásquez, Héc­tor Abad Faciolince, Melba Escobar, Santiago Gamboa, Pilar Quintana, Jorge Franco, Laura Restrepo y Evelio Rosero.

La editora Pilar Reyes ve la literatura colombiana de hoy como “una de las más dinámicas en lengua española, con escritores de distintas generaciones produciendo, publicando, interesando a los lectores y despertando la atención de lectores en otras lenguas”. Pone como ejemplo el fenómeno de Pilar Quintana, premio Alfaguara 2020, uno de los galardones recientes que mejor se han vendido en traducción.

Vásquez, considerado el escritor más prestigioso del momento, habla así de la literatura de su país: “A mí me interesa la literatura que no se encierra, que sale en busca del mundo para tratar de iluminarlo, y en eso la literatura colombiana es poderosísima: es decir, ha estado a la altura del lío incomprensible que es este país. Particularmente ahora, cuando se hacen mil esfuerzos desde el poder para maquillar o desconocer la historia reciente, los escritores colombianos han asumido el reto de contar lo que incomoda o lo que duele. Pueden ser las heridas públicas, como en Pablo Montoya o Ricardo Silva, o las heridas más íntimas de Piedad Bonnett, Sara Jaramillo o Pilar Quintana. En esta literatura está el país y lo que el país nos hace. Es lo que yo intento hacer en mis libros, por supuesto. La ficción es, para mí, una forma de entender lo que no puede entenderse de otra forma”.

Era pos-Gabo

Siete años después de su muerte, no hay conversación sobre literatura que escape a la figura de Gabriel García Márquez. El periodista Mario Jursich explica que con Gabo es como la relación que uno tiene con su padre o su abuelo. “A los que le tocó de papá, lo pasaron mal”, dice. Pero ya hay una generación que puede escribir libremente, sin necesidad de confrontarlo.

Hay ejemplos como el escritor Héctor Rojas —Respirando el verano (1962), Celia se pudre (1985)—, fallecido en 2002, coetáneo al autor de Cien años de soledad, que “vivió permanentemente envenenado a la sombra de García Márquez”, cuenta Jursich. Pasado son también los años setenta y ochenta, en los que hubo un bum de imitadores mediocres. Hoy, autores como Vásquez son capaces de dialogar con la literatura de Gabo sin la presión de competir con el maestro.

Pacífico

La región más olvidada, la menos escuchada y la más golpeada por la violencia de la guerra, alza la voz en los últimos años para marcar el ritmo de la creación colombiana. La literatura se suma así a una efervescencia cultural que venía marcando la música de la región desde hace por lo menos 15 años. Escritores como Pilar Quintana en La perra o Tomás González, autor de El fin del Océano Pacífico, descubren un mundo casi desconocido que ya habían retratado autores descatalogados como Arnoldo Palacios en Las estrellas son negras (1949), reeditado en 2010.

La crónica

En un país con tantas historias no es de extrañar que existan grandes notarios de la realidad. La Fundación Gabo de Periodismo ha sido una de las culpables de que la crónica, desde Cartagena de Indias, haya implosionado en todo el continente. “El de Alberto Salcedo Ramos es un nombre imprescindible”, recomienda Jaramillo Agudelo. Suyos son libros de colecciones de crónicas como Viaje al Macondo real o la historia de un boxeador escurridizo en El oro y la oscuridad. El cronista está a la espera de juicio por dos delitos de violencia sexual contra mujeres (él niega los cargos). De esa misma generación es Juan José Hoyos, también novelista y ensayista. Hoyos escribió un reportaje sobre su visita a la hacienda Nápoles, cuando todavía no se conocía el historial criminal de Pablo Escobar, que es ya historia del periodismo colombiano.

La guerra civil soterrada que ha vivido el país en el último medio siglo ha sido plasmada con maestría por Germán Castro Caycedo, fallecido recientemente. En ese género, Juan Miguel Álvarez escribió sobre el dolor de las víctimas del conflicto en Verde tierra calcinada. La periodista Diana López Zuleta ha escrito Lo que no borró el desierto, la investigación del asesinato de su padre.

Este año llamó la atención el nombre de Sorayda Peguero, dominicana, colombiana de adopción, que ahora vive en España. Acaba de publicar una recopilación de crónicas mínimas, Por aquí pasó una luciérnaga. En este apartado se puede incluir a Juan Esteban Constaín, un autor muy original y difícil de definir. Ha escrito la biografía titulada Álvaro, sobre Álvaro Gómez, un político conservador colombiano que fue asesinado. Ana Cristina Restrepo Jiménez ha hecho lo propio con el magistrado Carlos Gaviria en El hereje, un repaso a la vida de este personaje relevante de la izquierda colombiana. Más apegado al género está Felipe Restrepo Pombo, un observador y retratista de celebridades que ha reunido sus crónicas en el título Perfiles anfibios.

País de poetas

Si alguien entra a un café colombiano y grita en alto que busca a un poeta, medio local se girará dándose por aludido. El chiste se le atribuye a Elkin Restrepo, un autor de Medellín. Como hay tantos, que es básicamente el público que compra ese género, las ventas no son tan bajas. Poemas de amor, de Darío Jaramillo Agudelo, va por su decimoquinta edición. Autores fallecidos destacan dos: María Mercedes Carranza y Raúl Gómez Jattin.

Entre los vivos llama la atención un cartagenero, Rómulo Bustos, en cuya obra aparece con esplendor la naturaleza del Caribe. O Jaime Jaramillo Escobar, un antioqueño sin teléfono, de vida monástica. Uno más marginal es Rubén Vélez, poeta irónico, homosexual, con un sentido del lenguaje extraordinario. Además, sorprenden los poemas de Robinson Quintero, un viajero de carretera, editado por la Universidad de Antioquia. “El útero de la poesía colombiana son las universidades”, explica Jaramillo Agudelo. De ahí han surgido otros nombres como Giovanni Quessep o la propia Piedad Bonnett, ambos profesores universitarios. Entre los más jóvenes, Catalina González y Amalia Moreno, esta última premio de Poesía Arcipreste de Hita.

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