Si me pidieran que con una sola palabra definiera el actual gobierno de la cuarta transformación, sin duda escogería la palabra hipocresía. Realmente no encuentro ninguna mejor. Quizá ustedes no estén de acuerdo conmigo, vamos a ver.
Las conductas que comprenden el fingimiento son muy variadas y complejas, pero todas tienen un denominador común: querer aparentar algo que no es. Enmascararse para demostrar que somos lo que no somos. Se simulan cosas, se engaña y se esconde, generalmente para hacer que los otros crean o hagan cosas que el hipócrita no hace, ni cree. Vaya conducta elaborada y maligna.
En el Nuevo Testamento, en diversas ocasiones Jesucristo condena el fariseísmo que menciona se da especialmente entre políticos y religiosos y que viene a ser exactamente lo mismo de lo que estamos hablando. Y les repite Jesús a sus discípulos que huyan de esta actitud y que eviten la “palabrería” al orar. El hijo de Dios dice de los que simulan: “Nunca os conocí, apartaos de mi, obradores de maldad”. Ora sí que ¡tómala!
Por otra parte Buda condenó a una persona que quería parecer un hombre frugal, un asceta, y en el fondo era un derrochador. Otro ¡tómala!
Pero por si no queda claro el concepto, les voy a poner algunos ejemplos:
¿Qué tal el de aquellos que se ostentan como austeros y han logrado acumular fortunas, residencias, ranchos y otros bienes de origen inexplicable?
¿O los que hablan de la fraternidad universal y no sienten empatía por los niños enfermos de cáncer que mueren por falta de medicamentos o los que no se solidarizan con las víctimas del COVID, violencia o desastres naturales?
¿Y qué pensar de los que se alzan de hombros y se desentienden de los 100 mil asesinatos que han ocurrido en este sexenio?
¿Cómo ven a los que pregonan “abrazos no balazos” frente a los narcos y con indiferencia total dejan que se reprima, hostigue, viole y golpeé a mujeres, niñas y a miles de migrantes en las fronteras mexicanas?
¿Qué decir de los que no quieren utilizar un avión oficial, pero viajan en jets privados transportando miles y miles de dólares que no sabemos cómo llegaron a sus manos?
¿O los que se llenan la boca hablando todos los días de amor y paz y aprovechan su poder para diariamente denostar y atacar públicamente a periodistas, académicos, científicos y a todo el que se atreve a pensar diferente del caudillo?

Vivimos pues en la sociedad de la falsificación, los seres humanos hemos logrado recrear casi perfectamente cualquier actitud, emoción o creencia con tal de conseguir un beneficio personal que siempre se traduce en mayor fama, dinero o poder.
Las falsas apariencias se multiplican por todo el mundo en estos tiempos del populismo. Nicaragua y Venezuela pretenden venderle al mundo que son países democráticos y que sus elecciones son y serán limpias. Los partidos populistas de extrema izquierda o de ultraderecha se ostentan a conveniencia electoral como partidos de centro; y qué decir del presidente de USA, Joe Biden, que quiere que creamos que es distinto a Trump en cuanto a sus políticas migratorias. ¡Uf!
Una sociedad hipócrita, que se rinde ante las apariencias y se vuelve cómplice de los falsos demócratas, es tan responsable como los fariseos que la gobiernan. Después no nos quejemos de lo que nos sucede, cuando nos comportamos como colaboracionista de la simulación.
Vivir en una realidad paralela donde nada es lo que parece. anuncia una inminente colisión. Todavía estamos a tiempo, basta de falsificaciones.