A Morena le vendría bien hacer un alto autocrítico y atender lo que anda pasando en el partido y en el país; le está resultando caro que se la pasen viéndose al ombligo.
Lo del domingo cruza por el crecimiento de la oposición, recordemos las elecciones del año pasado, y por un desgaste interno del partido. Morena está pagando sus problemas internos a lo que hay que sumar el atrabancado futurismo hacia el 2024, puerta que abrió el Presidente de par en par. No queda claro cuál es el objetivo del tabasqueño al destapar las corcholatas, pero generó confrontaciones internas que se han agudizado y en algún sentido descuadraron al partido.
Las corcholatas se han venido desdibujando. En el proceso no hay quien se salve, la más perfilada ha seguido una estrategia de acompañar al Presidente en absolutamente todo, lo cual no le está dando el peso y valor suficiente al interior del partido y ante la percepción ciudadana; una reciente encuesta en El Financiero lo confirma.
En el caso del canciller su problema está en que en Morena no necesariamente acaba teniendo un peso interno, al final pudiera ser que los apoyos a Ebrard terminen por ser más fuertes al exterior del partido. Ricardo Monreal, todo indica que lo han ido borrando en el día tras día, siendo que paradójicamente va creciendo su capacidad como negociador.
Morena camina de la mano del Presidente, pero no puede depender únicamente de ello. En menos de tres años el mandatario dejará de ser el factor central. Si bien está presente en el imaginario colectivo, junto con la idea de que el partido empieza y termina en él, sus dirigentes, representantes, las y los legisladores y sus belicosos militantes no pueden moverse como si López Obrador sea eterno.
La dependencia hacia el Presidente pasa por la lógica de lo que significa en la vida del país y en Morena. Sin embargo, va siendo cada vez más contracorriente el que en el partido no haya indicios de que se busque pensar y diseñar una organización transexenal, llevan un buen rato en el aquí y ahora sin visualizar ni remotamente el futuro.
La importancia de lo que pasó el domingo también pasa por el hecho de que afloraron grietas en el partido. Si nos atenemos a lo que quería el Presidente no le respondieron en un lance en que estaba de por medio uno de los proyectos políticos fundamentales para su administración.
Las y los legisladores no tuvieron la capacidad de persuasión hacia la oposición ni tampoco pudieron hacerle ver al Presidente la importancia que tenía atender al Parlamento Abierto para sin perder la esencia hacer cambios.
La belicosidad del partido estos días parece más una manifestación de enojo que una estrategia que permita mirar el estado de las cosas. Tratar de evidenciar a los legisladores de oposición puede provocar escenarios inesperados sin dejar de considerar que es una prueba manifiesta de no respetar el pensamiento diferente.
Morena está pasando por una transición que tiene que ver con el desgaste con dosis de soberbia en el ejercicio del poder; con divisiones internas; con un mal endémico de la izquierda que es la existencia de tribus que se afanan por la hegemonía; con la falta de autocrítica bajo el síndrome de quienes están mal no somos nosotros; con una sucesión adelantada con un Presidente brutalmente poderoso; y con un cierto menosprecio hacia la crítica muy de la mano de las formas del Presidente.
Hay inercias que duran mucho tiempo, pero en este caso Morena no puede apostar a ello. Hay que leer lo que pasó el domingo y hay que revisar lo que fue la revocación de mandato; para decirlo deportivamente no se gana sólo con la playera.
RESQUICIOS
Estamos entrando en otra etapa de la pandemia. Debemos asumir que vamos a vivir con ella con diferentes matices. Lo que se aprecia son secuelas en la salud de mucha gente: problemas respiratorios, del corazón, agotamiento y otros padecimientos; se está yendo, pero no se ha ido y no se irá del todo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 20 de abril de 2022. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.