Ahora que el PRI acompañó al régimen para extender la militarización de la Guardia Nacional por el resto del sexenio y un poco más allá, han surgido desde el establishment del no-podía-saberse burlas y rechiflas a quienes hemos apoyado la idea de la alianza opositora. Una vez más, confunden a los bomberos con el incendio, cuando el pirómano es quien ellos encumbraron con sus votos y porras: el Licenciado Obrador.
La alianza opositora no es –¿o debo decir era?– una mera suma aritmética electoral, un ensamblaje hueco pegado con premura para recuperar el poder, aunque algo había de eso. Se trataba de una idea de resistencia republicana, un dique de control constitucional primeramente legislativo para impedir una mayor destrucción después del primer trienio de un régimen nacional-populista que cortaba con machete las incipientes instituciones y amenazaba con terminar de apoderarse de la Constitución en la segunda mitad del sexenio. El apoyo ciudadano a la Alianza era sobre todo para evitar que se consolidara un régimen autoritario.
La historia muestra que ahí donde las coaliciones opositoras –particularmente legislativas– van divididas, se consolidan con más facilidad los regímenes autoritarios y se destruye la democracia. Así fue en la Rusia de Putin, en la Hungría de Orbán, en la Polonia de Kaczyński, en la Venezuela de Chávez, y en la Alemania e Italia del siglo XX. Y a la inversa: cuando la oposición está unida, la democracia resiste, como en Finlandia y Bélgica tras la Primera Guerra Mundial, o en Francia en 2002.
¿Que un sector del PRI traicionó a la Alianza? Sí. Ese riesgo siempre estuvo latente, pero esto no es una falla de la Alianza. La adherencia de ese sector priista a Morena era posible con o sin Alianza. De hecho, era más probable que la entrega del PRI sucediera antes de no haberse constituido la alianza opositora.
A pesar de todo, las razones para sostener la Alianza se mantienen firmes. Es cierto que gracias a ella el PRI traidor obtuvo mejores rendimientos en las elecciones intermedias del 2021, pero muy pocos. El mayor beneficio lo obtuvo, de hecho, el PAN: con apenas 0.5% más votos que el PRI, obtuvo 60% más diputados, precisamente porque el PAN pudo imponer a sus candidatos. La bancada del principal partido opositor es más grande gracias a la Alianza.
También, la Alianza logró impedir la contrarreforma eléctrica aquel domingo de resurrección frente al estatismo setentero y contaminante de las momias echeverristas, que hubiera destruido el futuro energético de México para el siglo XXI. Ya con eso habrá para quien haya valido la pena.
Electoralmente tampoco se puede menospreciar el arreglo. En 2021 se le quitó la mitad de la Ciudad de México al obradorismo, su principal bastión. Y en 2022, se ganó la mitad de las contiendas donde hubo alianza opositora (Durango y Aguascalientes), perdiendo el bastión tamaulipeco frente al contubernio electoral de Morena y el crimen organizado.
Lo sensato para quienes se oponen realmente al obradorismo no es celebrar el fracaso de la Alianza sino intentar recuperarla, pues sigue siendo la mejor opción de contención de la destrucción democrática e institucional. La vuelta de tuerca necesaria es intentar fraguar un frente con los sectores modernos del PRI, fincados sobre todo en el Senado, para remover al Caballo de Troya y recuperar el control de la dirigencia antes del 2023. Aun con ello, seguirá habiendo riesgos. Nada está nunca garantizado, mucho menos la democracia, como debe estar ya claro después del cerillo del 2018.