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sábado 21 diciembre 2024

Judith Velasco

por Marco Levario Turcott

Para la confección de este diccionario he revisado centenas de publicaciones impresas, libros intonsos, periódicos amarillentos y revistas recortadas. Es una lástima que todo esto pronto dejará de existir y por ello también intento guardar la memoria de una determinada línea de tiempo dentro de lo que ahora los expertos llaman plataforma digital. Tengo además el consuelo de que, como advirtiera Umberto Eco, al leer todo este material he vivido muchas vidas. Hace poco reparé en una de ellas, cuando anoté en mi libreta de apuntes “Judith Velasco Herrera, ‘El ciclón antilllano’”.

La jovencita ilustra el cuento de un autor olvidable, se titula “Aventura en el metro”. Ella tiene 31 años pues nació en la Habana, Cuba, el 11 de marzo de 1939 y la revista “Estrellas de cinelandia” donde la estoy viendo data de 1970. Su figura es delicada, parece erigida con granitos de azucar morena, y su mirada asemeja al lucero del alba. Es actriz y bailarina. Su rostro me resuelta familiar pero mientras la recuerdo leo que llegó a nuestro país a principios de los años 60 y, para este Diccionario, escribo que en teatros y centros nocturnos como La Fuente, El Señorial, El Patio y Terraza Casino, puso a bailar ritmos tropicales a sus feligreses…

Ya la recuerdo, a finales de los años 70 participó en un programa famoso que abría con la cortinilla de la vedette Gina Montes, bailando unos 40 segundos la canción “Quartz” interpretada por una banda del mismo nombre. El programa se llamó “La carabina de ambrosio” y Judith Velasco protagonizaba un sketch junto con los comediantes Alejandro Suárez y Xavier López “Chabelo” que hacía la parodia de los culebrones televisivos de esos tiempos; la sección se llamó “Mercado de lágrimas”. Recuerdo que, en mi corta adolescencia, me llamaban la atención dos cosas: su estilo de sustituir la letra “s” con la “d” para decir, “dí” en vez de “sí” y sus faldas cortas que aún enseñaban, a sus 40 años, las dotes que la naturaleza le prodigó; sobra decir que sus cualidades histriónicas no fueron trascendentes para mí.

Seguí acopiando datos. Subrayé que “El ciclón antillano” fue parte del ballet Rodney donde también estuvo Teresita Miranda, esposa de “Chabelo” quien, en 1978, la invitó a ser parte de “La carabina de Ambrosio” donde estuvo hasta 1983. Todo embona pero ignoro el desenlace hasta que miro una pálida nota periodística que alude a la depresión de Judith debido a que desde su incursión en la pantalla chica dejó de tener trabajo lo que le implicó, además de todo, ir cayendo en el olvido. Ya no tenía reflectores ni concedía entrevistas. El ciclón amainó en la más completa soledad. El drama lo vivió recluída en un departamento de la Colonia Del Valle. La nota del periódico es del 16 de febrero de 1994 y dice que, ese día, la artista salió de su refugio rumbo al metro División del Norte al que llegó decidida. Las luces del tren alumbraron por última vez la representación de su muerte. Luces, cámara, acción: el cuerpo fue identificado gracias a una credencial de la Asociación Nacional de Actores.

Concluyó mis notas con esta acotación. Vivir la vida de Judith Velasco implica arrebatarla del olvido hasta que estas letras, igual que el nombre del autor que inventó el cuento “Aventura en el metro” de la revista “Estrellas de cinelandia”, también queden descuartizadas por la desmemoria.

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