El 12 de junio de 1968 un tal Roman Polanski estrenó una película que se transformó en un culto del género: El bebé de Rosemary.
La cinta está basada en la novela homónima de Ira Levin y aún con el paso del tiempo no deja de ser perturbadora. Los amantes del cine de terror buscaron en ella sustos pero Polanski fue más allá. Visualmente es bella pero no deja de ser incómoda al ponernos en la piel de una joven e inocente mujer interpretada por Mia Farrow que nos transmite todo el tiempo una sensación de que “algo no está bien en todo esto”. No es necesario que ella lo diga, lo siente, y con ella, lo sentimos nosotros.
Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) es una joven ama de casa que está casada con un fallido actor de teatro llamado Guy Woodhouse (John Cassavetes). El lugar es enorme y barato y está disponible gracias a la muerte de su dueña.
Hasta ese momento todo parece funcionar con normalidad, hasta que Guy, entabla amistad con los Castevet, sus excéntricos vecinos que van mostrando cada vez mayor interés en su vida y en la de la frágil y dulce Rosemary. Junto a ellos, otros vecinos del edificio que se acercan mostrándose muy preocupados por la joven.
Desde ese momento todo comienza a salir bien en la vida de los dos. Guy consigue un importante papel en una obra luego de que el actor principal extrañamente quedara ciego. ¿Un golpe de fortuna?: No. El mundo pareciera abrirles los brazos y ve cómo el éxito que tanto anhela está al alcance de sus manos.
Como toda pareja feliz, planean tener un bebé. Una noche, Rosemary sueña que que está desnuda en la cama frente a la mirada de sus extraños vecinos del edificio y es violada por un monstruo con forma demoníaca. A partir de ese momento todo cambia para ella y el clima en en la historia, se empieza a poner más denso, sobretodo cuando se entera de que está embarazada.
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