AMLO mantiene índices de aprobación
En contraste con sus predecesores, Andrés Manuel López Obrador, mantiene altos índices de aprobación desde que comenzó su sexenio y a sólo dos años de que finalice.
Así lo constatan las imágenes de la movilización del 27 de noviembre, sin embargo, el presidente no ha sido capaz de construir consensos con los grupos políticos y sectores de la sociedad que están en desacuerdo con sus políticas públicas.
He sido testigo de que los últimos tramos de los periodos presidenciales desde Luis Echevarría Álvarez, hasta el de Enrique Peña Nieto, fueron de días aciagos. Tuvieron como constante el rechazo popular; algunos de los cuales, incluso, fueron dramáticos como cuando José López Portillo lloró durante su sexto informe del 1 de septiembre de 1982, ya que tuvo que devaluar el peso y nacionalizar la banca. No pudo defender al peso como un perro, como se comprometió públicamente.
La megamarcha del 27 de noviembre de este 2022, es un punto de inflexión en la historia política de nuestro país. Hoy en día, el presidente cuenta con el apoyo de gran parte de la población, sobre todo los grupos beneficiados con los programas y apoyos sociales; ciudadanos que orgánicamente acuden a su llamado y tienen esperanza en la transformación prometida.
Claro está que, en su gobierno, el acarreo se ha “remasterizado”, pero en el fondo es el mismo mecanismo que utilizaron los gobiernos emanados del PAN, PRI y PRD, y ahora Morena. En ese rubro, como en el tema de la compra y coacción del voto, como lo comentamos en otro trabajo, nada ha cambiado.¹
Al presidente no le interesa establecer mecanismos de comunicación con los que no simpatizan con su movimiento. De ahí la machacona insistencia de llegar hasta las últimas consecuencias en sus proyectos que ha impulsado a nivel legislativo, como las reformas electoral, eléctrica, educativa, entre otras, sin construir consensos y mediante un debate abierto.
“Divide y vencerás” es su máxima, y, el respaldo de los grupos mayoritarios legitima su gestión. Sabe que nunca contará con el apoyo de algunos grupos sociales. No le interesa ese aval. Por ello, en las “Mañaneras” habla directa y sin tapujos al “pueblo” denostando a los conservadores. Cada “Mañanera”, que se reproduce en muchos portales digitales, es vista en redes sociales en “en vivo” por miles de personas, en un hecho que amerita estudio por separado.
Y en cada “Mañanera”, se achacan los males del país a esa mafia del poder, de la que fueron y son parte las cúpulas del PAN, PRI y PRD, coludidos con los grandes empresarios y políticos neoliberales, que han saqueado al país. De ahí la necesidad histórica de la transformación emprendida por Andrés Manuel López Obrador.
La transformación que superará los males de la mafia del poder y de los neoliberales corruptos, repetida incansablemente en el discurso presidencial, parece haberse instalado como una verdad en el imaginario social.
Por ello, el presidente tiene la misión de transformar al Estado y sus instituciones. Quiere dejar como legado histórico la erradicación de la corrupción y la impunidad, entre otros males endémicos.
Pero el tiempo sigue su marcha. No hay, no hubo visos de una reforma del Estado, bajo una agenda ciudadana.
La transformación sigue quedando en el discurso.
Y nada es para siempre.
Humanismo sin transformación
En su discurso de cuatro años de la transformación,² rodeado de miles de personas, ese 27 de noviembre, el presidente enumeró 110 acciones de logros, que no tuvieron eje temático ni un enfoque integral. Fue un listado de acciones de gobierno.
Posteriormente, abordó los principios políticos, económicos y sociales del humanismo mexicano que inspiran a la Cuarta Transformación, destacando que:
“… estamos a favor de lo que expresó el Padre de nuestra Patria, Miguel Hidalgo y Costilla: “el pueblo que quiere ser libre, lo será”
Asimismo, resaltó:
“… no basta el crecimiento económico, sino que es indispensable la justicia. En la nueva política económica, moral y social que hemos aplicado desde el principio de nuestro gobierno, se ha desechado la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento que no necesariamente reflejan las realidades sociales”. (Énfasis añadido).
Por supuesto habló de desterrar la corrupción y los privilegios; subrayó que es necesario seguir trabajando por los que menos tienen, sobre todo los pobres y “humillados”, siendo fundamental que primero sean los pobres porque ellos defienden a un gobierno democrático, entre otras cuestiones.³
Con esa base, mencionó que “La auténtica política es profundamente humana en su fundamento, en su esencia y, sobre todo, cuando se practica en bien de los demás y en especial de los pobres”. Para concluir, señaló:
“Sigamos haciendo historia. Continuemos impulsando el cambio de mentalidad, la revolución de las conciencias. Hagamos realidad y gloria el humanismo mexicano”.
Así quedó instalado en el discurso el humanismo mexicano, que, al lado de la Pobreza Franciscana, y sus emblemáticas obras como el Tren Maya, posibilitarán el camino hacia la transformación.
Este término sacado de la manga, por donde se vea no tiene contenido.
Asimismo, la transformación dicha en un discurso es una quimera. Y es un discurso que se reitera periódicamente en las “Mañaneras”, que viene acompañado de la narrativa de la austeridad republicana, ahora convertida en pobreza franciscana.
En realidad, México no ha logrado afrontar (ya no digamos desterrar) la corrupción y la impunidad y, por otro lado, la mayoría de los mexicanos vive desde hace lustros en una infame pobreza.
Así, ese humanismo mexicano es incongruente con la realidad: la corrupción⁴ e impunidad, desde hace años registran altos niveles.
Al respecto, en el Informe País 2020,⁵ se refleja la percepción ciudadana sobre la corrupción. En respuesta a la pregunta “en comparación con el gobierno anterior, a nivel nacional ¿el nivel de corrupción en México…”: el 61 % de los entrevistados dijo que ha aumentado o se ha mantenido igual de alta; el 5% sostuvo que se ha mantenido igual de baja, y solamente el 31% consideró que ha disminuido. En dicho Informe se señala que igualmente “La Americas Society y el Consejo de las Américas, y su nuevo Índice de Capacidad para Combatir la Corrupción (CCC) clasificaron a México como uno de los países con peor desempeño en América Latina, con baja capacidad para combatir la corrupción, solo por encima de Venezuela y Guatemala”.
Dichos datos coinciden con los de Transparencia Internacional, donde México se ubica en el 2021, en el lugar 124 de 180,⁶ es decir, entre los países más corruptos del mundo.
En cuanto a la pobreza, de acuerdo a datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL),⁷ en el 2018, el 41.9 % de la población estaba en un nivel de pobreza, en tanto en el 2020, aumentó esta cifra a 43.9 %; siendo que en el 2018 el 7.0 % de la población vivía en situación de pobreza extrema, y en el 2020, esta cifra aumento al 8.5 %.
Y eso que solamente estamos hablando de dos temas. Habría que incluir la violencia generalizada en grandes regiones del país, derivada del narcotráfico;⁸ las cifras de los feminicidios y agresiones hacia la mujer mantienen alta incidencia; entre otros graves fenómenos, que deberían ser estudiados y analizados integralmente, y paradójicamente con mediciones e indicadores de crecimiento, para de ahí generar los diagnósticos indispensables, agendas de trabajo, que conlleven a políticas públicas, entre otros.
Además, es fundamental transformar el sistema político mexicano, tal y como se señala en la exposición de Motivos de la Iniciativa presidencial en materia electoral: “… dada la proliferación de élites partidistas ajenas al interés público y representatividad ciudadana. De acuerdo con la Encuesta Cívica realizada cada cuatro años por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2020 los partidos políticos fueron la institución pública más desacreditada, entre otras razones por el costo económico que significan para la sociedad mexicana”. Las cúpulas partidistas, incluyendo la de Morena, forman parte de estas élites.
Como muchos temas, en ese punto y en algunos otros, el propósito es correcto -desterrar élites partidistas-, pero los medios y la forma como se pretendió atender y aprobar dicha reforma no era la indicada. Al respecto, no hay diagnósticos, estudios y agenda de trabajo, como se señaló en otros textos.⁹
Oposición
El estilo personal de gobernar, tan complicado de definir, dado que genera simpatías o animadversión, ha mantenido a raya a las cúpulas partidistas de la oposición, con el discurso del conservadurismo y de la mafia del poder.
Debe reconocerse el protagonismo de AMLO, cuya lucha política ha estado presente en todo este siglo XXI, denostando o dictando la agenda nacional a seguir, que, ahora desde el poder, emana de sus “Mañaneras”.
Ricardo Monreal está acechando, y con su mensaje de reconciliación, está optando por acercarse a los partidos de oposición y ha tratado de generar empatía con los grupos de ciudadanos inconformes, muchos de los cuales se identifican con la marcha “El INE no se toca”. Asimismo, tenderá puentes con sus ex correligionarios que no sean designados como el candidato del morenismo. Sobre el tema de las “corcholatas presidenciales”, lo abordaremos en otro trabajo.
Habría que analizar hacia dónde enfila su camino Movimiento Ciudadano que, sin duda, es un factor a considerar.
Y, al final del camino, si los partidos de oposición calibran bien sus pasos, pudieran ser los más beneficiados con este clima de división que los ha mantenido a raya. Pueden resurgir de la mano de un candidato del peso de Ricardo Monreal o abanderar la candidatura ciudadana que les provea el movimiento “El INE no se toca”.
¿Y los ciudadanos?
La perseverancia que antaño llevó a AMLO al poder, ahora jugara en su contra. Al mantener en la mesa de la discusión su propuesta de reforma electoral a nivel constitucional -ahora convertida en proyecto a discutir en el pleno de la Cámara de Diputados- cohesionó a una oposición, que había ido a la deriva. La marcha conocida como “El INE no se toca”, tuvo ese efecto.
Dicha marcha se ha convertido en un contrapeso del presidente, que parecía que hasta hace poco tenía el camino despejado.
Ahora, los partidos de oposición, están en busca de un candidato, siendo la opción más redituable Ricardo Monreal Ávila. Movimiento Ciudadano, está a la espera, acechando el escenario. Si opta por Monreal, las cosas tienden a complicarse para la o el abanderado de Morena y aliados.
En esta división no hay puntos intermedios y cada quien lleva agua a su molino.
En el tramo final de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, la nominación de la candidatura presidencial de uno (o una) de sus “corcholatas”, pudiera generar que la inconformidad se acreciente internamente en Morena, quien no tiene una figura de la talla de AMLO, quien pudiera calmar las densas aguas de la política.
Así, por la imagen y respaldo de la imagen presidencial, Morena y sus aliados están empoderados por el respaldo popular con que cuenta el presidente. En la fase final de su mandato, esa será una de sus grandes desventajas.
Al igual que los demás partidos, Morena sin AMLO es una cúpula partidista que forma parte de la partidocracia, la cual alejó a los institutos políticos de las funciones sociales encomendadas como son la articulación y sistematización de las demandas sociales, creación de ciudadanía, socialización de la problemática socioeconómica y movilización en pro de las demandas sociales.
Desde hace años y en términos generales, cumplen su función respecto a ser el medio para concretar la representación política, pero con miras a obtener las prebendas que se derivan.
En este escenario, el movimiento “El INE no se toca” o como vaya a denominarse, requiere consolidarse y ampliar su núcleo ciudadano que lo legitima, para convertirse en un referente en las elecciones del 2024. Lo más sensato es que se sigan articulando mediante la figura emblemática de José Woldenberg.
Al tiempo…
*Jorge Manriquez Centeno es especialista en materia político-electoral, derechos humanos y derecho parlamentario. Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, abogado, con estudios de posgrado en políticas públicas, derechos humanos por la FLACSO y doctorado en Derecho Parlamentario por la Universidad Autónoma del Estado de México. Exconsejero presidente del Instituto Electoral de Quintana Roo (2009 a 2015) y ex director de Partidos Políticos del mismo Instituto (2003 a abril de 2009).