La del viernes fue una mañanera difícil para el Presidente. Lo sucedido, a pesar de todo lo que se pueda mencionar y tratar de denostar, muestra que las conferencias adquieren un verdadero sentido de información, comunicación y trascendencia cuando se establece un diálogo real entre el Presidente y sus interlocutores.
No se trata de que nos la pasemos bajo un toma y daca sistemático, sino que más bien lo del viernes evidenció que los cuestionamientos profundos, fundamentados y oportunos a López Obrador permiten conocer muchas veces lo que realmente está pasando más que lo que quieren o dicen que pasa.
No hay duda del valor de las mañaneras. El Presidente ha sido un innovador en este sentido y ha logrado a través de ellas que en buena parte de su sexenio imponga la agenda país, quizá por ello reclamó que los medios no le van a imponer la agenda.
Sin embargo, junto con el desgaste, ha entrado en un proceso en donde en lugar de comunicar se ha dedicado más a establecer a través de ellas una serie de observaciones, críticas, afirmaciones no comprobables, que por más que a sus seguidores le resulten atractivas, lo cual en sentido estricto no ayuda en el proceso de la gobernabilidad.
Al final todo se convierte en dichos y en afirmaciones que adquieren un valor por quien lo dice más que porque puedan ser comprobadas. Luis Estrada ha desarrollado un extraordinario trabajo a lo largo de estos años en donde ha hecho un seguimiento puntual de lo expresado cada mañana por el Presidente. Hay muchos casos en que queda en evidencia que sus afirmaciones no son ciertas, son parciales e incluso algunas no comprobables.
Al Presidente más que molestarle estos ejercicios debieran de convertirse en referentes para tener un comparativo entre cómo se ven las cosas desde afuera y desde dentro. Se insiste en que a López Obrador no necesariamente le gusta la crítica, en el mismo camino está la autocrítica.
La gobernabilidad requiere de estos procesos como forma de vida. Si en el entorno del Presidente no se ejerce la crítica el primer perjudicado es el Presidente. La vieja idea de que cuando se le pregunta al mandatario en turno qué hora es y se le contesta la que usted diga, uno presumiría que es pasado, pero si las cosas no han cambiado al que invariablemente se van a llevar al baile tarde que temprano es al propio mandatario.
Es por esto y por otras razones que lo que pasó el viernes muestra la importancia que tiene que el Presidente y su entorno busquen la manera de escuchar voces diferentes a las que tienen incondicionalmente en las mañaneras
El planteamiento de Nayeli Roldán, de Animal Político, fue por muchos motivos relevante. Más allá del profesionalismo y claridad de Nayeli, lo importante resultó lo que planteó y la confusión que generaron las diversas respuestas del Presidente.
López Obrador tiene el poder del discurso, pero también debe quedar claro que lo que responda es sujeto de crítica y que su narrativa no lleva a que lo que diga es por principio algo así como la verdad.
Lo que se puede venir es que, más allá de la incuestionable popularidad del Presidente, muchos temas acaben siendo confrontados, porque se va a ir viendo en algunos casos que estamos frente a dos formas de ver las cosas, pero sobre todo ante hechos que se definen por ellos mismos y no necesariamente por quien lo diga.
Fue ríspida la mañanera del viernes, pero digamos que también de eso se trata. No son las horas que diga el Presidente.
RESQUICIOS.
A pesar de que el Presidente desalentó que se participara en la marcha de integrantes de las Fuerzas Armadas y familiares de soldados detenidos, en varias ciudades del país salieron a las calles. Fue una protesta singular que muestra que no todo es una luna de miel.
Este artículo fue publicado en La Razón el 13 de marzo de 2023. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.