Jens Stoltenberg, actual secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está por cumplir 10 años en el cargo si bien ha anunciado que en octubre próximo se retirará y por lo mismo actualmente se están perfilando algunas posibles candidaturas para ocupar la importante vacante. El ex primer ministro de Noruega ha vivido tiempos difíciles, en especial durante la administración de Donald Trump en Estados Unidos, quien presionó fuertemente a la alianza noratlántica a desarrollar esfuerzos financieros más decisivos para cubrir los gasto de la misma y reducir las contribuciones estadunidenses. El retiro de la OTAN de Afganistán y el regreso del talibán al poder es considerado como un gran fracaso para Estados Unidos y la gestión de Stoltenberg. Pero sobre todo, es a partir del 24 de febrero de 2022 con motivo de la operación militar especial de Rusia en Ucrania y la necesidad de remar en las aguas de un conflicto armado que no escale al punto de una confrontación directa con Moscú, o peor, que derive en una guerra nuclear, que la OTAN ha sido puesta a prueba respecto a sus márgenes de maniobra frente a una guerra que acontece en un país que no es miembro pero cuyo presente y futuro impacta a la seguridad europea e internacional.
Stoltenberg sucedió a partir del 1 de octubre de 2014 al danés Anders Fogh Rasmussen, quien, a su vez, hubo de lidiar con la anexión de Crimea por parte de Rusia en febrero de ese año. Los nórdicos, hoy por hoy, han tenido la tutela de la institución en los últimos años, pero también hay quienes piensan que se requeriría un relevo más fresco, con ideas renovadas que pudiera llevar a buen puerto los desafíos actuales. Al respecto y siguiendo con las críticas que existen en torno a la masculinización del sector de seguridad en los países del mundo donde la OTAN no es la excepción, parecería que las tendencias apuntarían a favorecer el ascenso de una mujer por primera vez al frente de la institución, cosa que no parece descabellada y ya se tienen diversas propuestas.
El perfil más idóneo es el de la actual primer ministro de Dinamarca, Mette Frederiksen, quien asumió la jefatura de gobierno el 27 de junio de 2019 y tuvo una destacada gestión de la pandemia en su país. También cometió graves errores, como fue ordenar el sacrificio de 17 millones de visones por la posibilidad de que portaran el SARS-CoV2 y lo transmitieran a los humanos. La orden, se supo poco después, fue ilegal y generó una crisis política que llevó a la dimisión del ministro de alimentación, agricultura y pesca. Frederiksen sobrevivió y argumentó que desconocía la ordenanza. Tiene 45 años, es líder de la socialdemocracia de su país desde 2015, promotora del bienestar infantil, opositora de la prostitución y de la inmigración, partidaria de drásticas reducciones a las emisiones contaminantes y una figura respetada dentro y fuera de Dinamarca. Ella dice que no es candidata para presidir la OTAN pero no ha dicho que no esté interesada.
Francia quiere que el o la elegid@ sea europe@ para coordinar de mejor manera las relaciones entre la OTAN y la Europa comunitaria. Por supuesto que la postura francesa es una mala noticia para el ministro de defensa del Reino Unido, Ben Wallace, quien, por largo tiempo, ha manifestado su interés en ser considerado. Pero el hecho de que su país ya no sea parte de la Europa comunitaria, podría operar en su contra, dado que se considera que ello dañaría la comunicación entre la OTAN y la Unión Europea.
En la historia de la OTAN ha habido 13 secretarios generales desde 1952 a la fecha. Sólo el primero, el británico Hastings Ismay (19521957) era militar. A partir del belga Paul Henri Spaak (1957-1961), todos han sido civiles. Las nacionalidades de los altos funcionarios han mostrado un predominio de Países Bajos con tres secretarios generales -Dirk Stikker (1961-1964); Joseph Luns (1971-1984); Jaap de Hoop Schaffer (2004-2009)- del Reino Unido, también con tres -además de Ismay, Peter Carrington (1984-1988) y George Robertson (1999-2003); de Bélgica con dos -además de Spaak, Willy Claes (1994-1995)-; y luego se tiene a Italia, con un secretario general y tres interludios -Manlio Brosio (1964-1971), Sergio Balanzino -con dos interinatos (en 1994 y 1995) y Alessandro Minuto-Rizzo -interino (entre 2003 y 2004); Alemania -con Manfred Wöerner (1988-1994)-; y España, Dinamarca y Noruega también con uno cada uno -Javier Solana (1995-1999), Anders Fogh Rasmussen (2009-2014) y Jans Stoltenberg (2014 a la fecha).
La OTAN nunca ha sido precedida por Estados Unidos -es entendible, dado que no se desea violentar la relación con los europeos al ser Washington quien principalmente financia, entrena y establece la doctrina de la alianza militar; ni por Canadá -por ser minoría y externo al continente donde radica la mayor cantidad de miembros-; ni por Grecia ni Turquía -conflictivos como son y no sólo por Chipre-; como tampoco por Francia -quien en los años 60 decidió retirarse de la parte militar de la alianza noratlántica, si bien volvió en 2009 durante la presidencia de Nicholas Sarkozy, pero carece de la empatía y de la constancia histórica, sobre todo porque durante largo tiempo en la guerra fría, se suscribió a la doctrina de la autosuficiencia ofensiva y defensiva. Lo que sí es necesario es que Estados Unidos, corazón político y financiero de la alianza militar, debe estar de acuerdo en la candidatura del/de la europeo/a que buscaría presidir a la institución: al final del día, el que paga manda. No es necesario insistir en que el o la titular de la OTAN no deberá ser demasiado/a anti-ruso a efecto de no empeorar las cosas, pero tampoco demasiado condescendiente con Moscú. No debe ser alguien tan cercano a Ucrania como para que irrite a Moscú, ni tan crítico de la RP China, aliada de Rusia y recientemente investida con el rango de mayor amenaza a la OTAN que propicie una mayor sintonía entre Beijing y el gigante eslavo.
Como se ve, las opciones para elegir al sucesor de Stoltenberg se reducen, no sólo porque el perfil del/de la aspirante se busca que corresponda preferentemente a una figura política de alto nivel, con habilidades negociadoras y que pueda inyectar vitalidad a la OTAN. De preferencia, se buscaría una mujer dado que, como se vio, nunca ha sido precedida por una fémina.
Lo anterior lleva a identificar -o al menos intentarlo- perfiles con esas características. Así, además de Frederiksen se dice en radio pasillos que la primer ministro de Estonia Kaja Kallas, podría ser una opción al igual que su contraparte en Lituania Ingrida Simonité. La ministra de defensa de Países Bajos, Kajsa Ollongren es otra posibilidad, al igual que la presidente de la comisión europea Úrsula von der Leyen y la viceministra de asuntos exteriores de Canadá Chrystia Freeland. En el caso de Kallas y Simonité, sus países ingresaron a la OTAN en 1999 pero además su relación con Rusia es muy tensa. Kallas es considerada como la “dama de hierro” de Estonia y afirma que Occidente no debe negociar con Putin. Ella y Simonité tienen una postura pro-Ucrania. A Úrsula von der Leyen, cuyo nombre también ha sido ventilado, Alemania la prefiere al frente de la Comisión Europea, dados los enormes desafíos que enfrenta la integración europea y también porque se requiere un liderazgo fuerte en ese organismo para dar a Europa un posicionamiento más claro entre Rusia y EEUU. Kajsa Ollongren tiene experiencia en la seguridad interna y en tareas de seguridad nacional de Países Bajos y posee igualmente la nacionalidad sueca debido a que su madre era oriunda del país escandinavo. En su contra tiene que La Haya ha ostentado en tres ocasiones la Secretaría General de la OTAN, lo que, de nuevo, podría generar acusaciones o críticas de países que nunca han tenido la oportunidad de presidir a la institución. Finalmente, la canadiense Freeland, si bien es una persona experimentada en negociaciones internacionales cercana al primer ministro canadiense Justin Trudeau, procede de un país no europeo cuyo gasto en defensa hoy es uno de los más bajos de la alianza noratlántica.
Tras esta pasarela, parece difícil generar consensos, en especial porque algunos de los/las candidatos/as posibles no serían aceptables para países como Turquía -ahora que Erdogan fue reelecto presidente- o de Europa oriental. Polonia querría a alguien más “halcón” para contener a Rusia. Hungría preferiría a alguien que sea menos proactivo en materia de democracia y respeto a las libertades individuales -tema que ha confrontado al país con Suecia y Finlandia durante el proceso de incorporación de éstos a la alianza noratlántica.
Por otra parte, la candidatura de Frederiksen, de confirmarse, podría generar resentimiento por el hecho de que sería la tercera persona de manera consecutiva procedente de un país nórdico y la segunda de Dinamarca en ostentar el cargo, algo que podría favorecer la mirada a otra parte de Europa, donde la región Mediterránea, por ejemplo, podría figurar con el ex primer ministro italiano Mario Dragui o bien el presidente de Rumania Klaus Iohannis.
Rusia observa con atención el proceso, mientras Estados Unidos ha señalado que pensará sus opciones, por lo que aun no decanta por alguna de las personas referidas. No se pierda de vista que cuando Stoltenberg se convirtió en el Secretario General de la OTAN, Putin mostró su beneplácito por la designación del noruego, pero señalando que “ya se verá” cómo se relacionaría Rusia con la alianza noratlántica bajo su mandato. Para muchos, Stoltenberg ha sido cauteloso ante Putin pero ha pedido a la OTAN y al mundo apoyar a Ucrania porque, en sus palabras “Rusia no puede ganar.” Se cuenta que en la guerra fría, cuando Stoltenberg era una joven promesa en la política de su país, la URSS intentó reclutarlo como espía del KGB, cosa que él rechazó y reportó a las autoridades. Lo que es un hecho es que, quien resulte electo/a tendrá un rol crucial en el desenlace del conflicto entre Rusia y Ucrania, para bien o para mal. No deja de ser fascinante, sin embargo, la preponderancia de féminas entre los posibles sucesores de Stoltenberg, cuyo desgaste político ha sido enorme y lo ha llevado a rechazar la oferta de algunos miembros de la OTAN, de quedarse al menos tres años más al frente de la institución o hasta que la crisis Rusia-Ucrania amaine. Pero Stoltenberg, de 64 años de edad parece que ya tuvo suficiente.