Es probable que Adan Augusto hubiera ordenado al piloto del avión que disminuyera su marcha para brindar frente a la Luna por algo más que el amor hacía una doncella que, de todos modos, le había desguazado el corazón. Su vuelo hasta entonces había sido ruta triunfal aunque no mereciera el título de Conde que le había concedido el monarca de Macuspana.
“El Pañalón”, así le dicen en su tierra natal, Tabasco, porque tiene el culo grande, siempre ha sido un ser pragmático a quien le atrae todo lo que aparentemente desprecia el presidente de México. A sus 62 años de edad le sigue gustando la buena vida, viajar en el extranjero, conducir carrazos, portar relojes caros y beber de las mejores cavas. Toda su vida contradice las formas sencillas y austeras pregonadas por su jefe. Adán lo sabe. Pese a ello, creyó tener arrestos para ser candidato presidencial cuando era evidente que él no sería el elegido. En realidad, su boleto de participación fue como trapecista de un circo que contemplaba a otra estrella.
También es probable que, además de leerle poemas de Pellicer a su doncella, el Conde le dijera que él siempre ha sabido qué es el placer y que éste no es posible sin dinero (quizá en ese mismo instante habrían brindado los dos con un Vega Sicilia). Él ya la había llevado algunas veces al Paraíso, la tierra que lo vio nacer, para platicarle que siendo estudiante de la secundaria pagaba a golpeadores que le criticaban su actitud ostentosa. En ese entonces ya tenía dos autos y una casa con alberca, por eso era el niño rico del Colegio Tabasco, en Villahermosa, donde se hizo amigo de Carlos Manuel Merino, el todavía gobernador interino del estado.
A la luz de la luna, el Conde semeja una criatura de la noche envuelta en la oscuridad. Su rostro pálido y angular, su voz cavernosa y sus mejillas hundidas lo hacen misterioso y poco fiable, más aún cuando su nariz aguileña y sus labios delgados se curvan con una sonrisa mientras sigue recordando. Su padre, el notario Payambé López Falconi, sí apoyó a quien, en ese entonces, era el candidato opositor a la gubernatura, Andrés Manuel López Obrador, mientras el Conde estaba en la antesala de Arturo Nuñez, entonces subsecretario de Gobernación del gobierno priista, pidiéndole una beca que no necesitaba para estudiar una maestría en la Sorbona. A su regreso tampoco militó junto a Andrés Manuel. Más aún, cuando él perdió la elección de gobernador en 1988, el junior aún disfrutaba en París. En 1994, López Obrador lanzó por segunda ocasión su candidatura al gobierno tabasqueño y perdió de manera estrepitosa con Roberto Madrazo Pintado. Pero eso no incomodó a Adán Augusto porque él ya tenía una notaria que, ese mismo año, le concedió Manuel Gurria, gobernador interino priista y amigo suyo. En suma, la ambición personal de “El Pañalón” siempre estuvo por encima de todo.
Andrés Manuel López Obrador nunca aceptó una derrota electoral, por eso en 1994 impulsó un sin fin de protestas que requirieron trabajos de notarios. Payambé Falconi estuvo con él, otra vez. Pero Adán Augusto no, él no quería manchar su incipiente carrera de fedatario. Prefería manejar su Lamborghini blanco de la notaria a su casa que, por cierto, fue escriturada gracias a Carlos Cabal, quien también le ayudó a López Obrador para imprimir un periódico.
Aquellas remembranzas del Conde pudieron extenderse varios minutos más hasta que se detuvo para hablar de animales salvajes, en particular de una jirafa imponente que hacía tiempo había llamado su atención, frente a la franca sonrisa de su doncella.