Para escribir esta fábula hay que servirse un “güisquito necesario”, solo o en las rocas y frotar las manos porque el tema alude a los animales que facilitaron la depredación del buitre. Son alimañas y bichos astutos que, cobijados siempre en actitudes relajadas con los demás, en realidad medraron para no ser víctimas de aquella ave rapaz e incluso para obtener algo de sus deshechos.
La serpiente puede parecer una lechuza sabia y despeinada o, cantar con la suricata y el jabalí famosos la célebre “Hakuna Matata”. Puede asemejar un Koala acomodando sus gafas mientras bosteza y saluda: “weeenaaas”, porque ese osito de voz grave siempre será feliz frente a cualquier adversidad. Lo cierto es que un día el marsupial impostor reseñó el libro “El sueño de Andrés”, inspirado en la infancia del buitre y lo hizo con destreza para inducir a sentimientos ingenuos de adhesión. Esa vez le aplaudieron con entusiasmo sobre todo roedores, termitas y chinches, los grandes aliados del ave de presa.
A estas alturas, la zorra a nadie engaña. Pero durante un tiempo fue simpática mediante diversas estratagemas. “Cáiganle” acostumbró decir a grillos y conejos, en cierta ocasión para que la oyeran declamar:
“Mirar de frente a las víctimas, escuchar sus gritos de dolor, comprometerse a lo humanamente posible, es algo que hay que reconocer al buitre mayor. Así, sin mezquindades”.
Seguramente hubo vítores detrás del micrófono de radio desde donde el rechoncho mamifero pontificó, empleando un fraseo que no olvidará. Menos aún cuando pasado el tiempo, el valle se inundó de cadáveres mientras el buitre repetía como loro que todo el territorio vivía en paz a diferencia de lo que pregonaban los animales conservadores y neoliberales. Pero la zorra jamás reconoce errores, menos cuando incurrió en ellos precisamente para ser recompensada, al menos con algo de fama en la radio y la prensa, y así parecer, como antes se acuñó, un búho prudente e intelectual.
Dicen que a los cuervos les aterra su fealdad, la interior. Se entiende: son capaces de retribuir un favor sacándole los ojos al benefactor y de graznar encomios para ser beneficiados por otro patrocinador, en este caso el avechucho carroñero. Si Kafka está en lo cierto, el cuervo también es símbolo de alienación y, por ello, facilita la rapiña del buitre. Recordemos lo que sucedió en noviembre de 2021, cuando en la Cámara de Diputados hubo una caldera para quemar en leña verde al entonces consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova. El espectáculo fue funesto, desde Morena hubo una orgía de descalificaciones contra el árbitro electoral y, sin embargo, el cuervo azuzó la hoguera: “Más debates así, con todo y las estridencias. Muy bien por una cámara prendida y viva”. Un año antes, el mismo cuervo descalificó las marchas contra la cancelación del aeropuerto de Texcoco y pidió que la disrupción se volcara contra la violencia a las mujeres pero cuando eso sucedió, debido a la errática política del gobierno contra la inseguridad, el cuervo miró para otro lado con una frescura sorprendente
Imaginemos juntos a la serpiente, la zorra y el cuervo. Todos unidos formando una sola persona frente a la peor pandemia que el mundo hubiera padecido en los tiempos recientes. La criatura podría llamarse Gabriela Warkentin y podríamos signar su residencia en México, uno de los países en los que peor se manejó la crisis de salud. Las vacunas contra el Covid-19 tardaron una inmensidad y, sin embargo, la criatura no sólo no hizo reclamo alguno, el buitre podría enojarse, sino que escribió (también sin respeto por la gramática):
“Entiendo perfecto la emoción de quienes ya están siendo llamados para vacunarse. Yo prometo que el día que me toque invito ronda de #GüisquitosNecesarios a la banda tuitera buena onda, no polarizante ni agresiva (pa que no me salga tan caro, pues)”.
Ese ser buena ondita fue uno de los facilitadores del valle autoritario en el que ha planeado el buitre.
