“En un jardín lujoso, Caty Monreal se deslizaba con una sonrisa artificial disfrutando de las caricias del sol. La brisa la mecía, mientras se alimentaba de la hoja más tierna sin hacer el menor esfuerzo. Esa oruga no estaba hecha para volar, pero tenía grandes aspiraciones.
Su mundo era de comodidad y privilegio, donde el oxígeno fresco y el agua cristalina eran suyos por herencia. No sabía qué era esforzarse para sobrevivir. Su piel suave y delicada no había sentido el rigor del viento ni el calor abrasador del verano. Nunca ha mudado.
En ese jardín de ensueño, la lepidóptero soñaba con revolotear entre árboles y flores, quería surcar otros horizontes. Para eso puso patitas a la obra y comenzó a tejer conexiones y alianzas, aprovechando su apellido y su posición privilegiada. También estudió Derecho en el ITAM aunque enseguida se dio cuenta de que su seda no estaba hecha para aquellos telares y el título solo lo usaría para dar la impresión de estar preparada, así como otras compañeras suyas tienen colores estrambóticos para espantar a los depredadores.
Hasta ahora no ha hecho más ruido que las vibraciones de sus antenas. Su perfil político se reveló sin autenticidad, como si fuera un árbol sin raíces, por ello, cada que intenta hacer algo en esa dirección se derrumba bajo el peso de sus propios cilindros. Ha figurado más por su apellido que por sus hechuras. Militó en un partido con la mira de ser Diputada Federal, pero perdió. Y luego hizo otro intento, que resultó también frustrado. Se presentó ante los demás diciendo que su vocación era servir a los habitantes de la Alcaldía de Cuauhtémoc y por eso quería gobernarla. No tenía experiencia. Perdió estrepitosamente, aunque había partido como favorita. Su sonrisa fingida y su mirada vacía no pudieron ocultar su fracaso. Pese a los grandes recursos que tenía, las demás oruguitas y sus amigas, las hormigas que le acompañaban no fueron suficientes. Perdió porque hubo otros insectos que deberían haber sido sus aliados cuando más bien confabularon en su contra. Pero, sobre todo, fue derrotada porque nunca ha tenido un discurso consistente y auténtico. No le creyeron.
La derrota la dejó impávida. Desde aquella hojita donde ella había vivido, dio una conferencia de prensa para decir que eso no era posible. Se negó a aceptar su derrota, no podía reconocer que el pueblo no la había elegido. Caty se había creído una princesa. Su equivocación fue que los reinos no se heredan, que los escudos y las heráldicas no garantizan grandeza. Pensó que el blasón de su padre y sus tíos serían suficientes para reinar, sin darse cuenta de que la verdadera nobleza se forja con esfuerzo y mérito propio.
El trago amargo de su frustración lo pasó como una crisálida, hasta que un día, mientras observaba algún riachuelo desde su jardín, vio a sus viejas amigas, mariposas de colores, volando libremente. La azul, la amarilla y la roja, danzaban en el aire. Caty recordó cuando compartían historias y sueños. Pero ahora, ella se quedó entre las ramas, mirando cómo las demás habían alcanzado la libertad.
La gente no votó por ella. Esa fue la amarga realidad. Caty lo está digiriendo: la vida no se gana con linajes. En su caso se ganan o se pierden cargos con el voto ciudadano y no con la bendición de la familia. Caty lo aprendió demasiado tarde, su mentalidad de privilegiada la había cegado.
La saga familiar de los La Oruga se situaba en entramado de influencias y poder que habían sido tejidas durante generaciones. Su padre aspirando al máximo cargo del jardín, el tío rigiendo en una porción del mismo, en medio de escándalos de corrupción y ella sumida en el descrédito por actuar como si fuera la hija de un terrateniente.
Caty vive en una hojita marchita, ocupa el último resto del jardín de las ilusiones que se está secando. Tiene que asumir su condición: es la oruga que no ha podido volar. Tiene tiempo para ello, ha sido rescatada por Claudia Sheinbaum, una abeja reina sin reino.”