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lunes 23 diciembre 2024

Comunicación de gobierno, tres años después

por José Carreño Carlón

Al cumplir sus primeros tres años, la comunicación del gobierno del presidente Peña Nieto parece quedar al margen del prolongado anacronismo dominante por décadas, por el que los gobiernos entrantes descalificaron —o destruyeron— la imagen de sus antecesores


Marginal. Al cumplir sus primeros tres años, la comunicación del gobierno del presidente Peña Nieto parece quedar al margen del prolongado anacronismo dominante por décadas, por el que los gobiernos entrantes descalificaron —o destruyeron— la imagen de sus antecesores. Era la fórmula para afirmar un proyecto propio, para corregir sesgos, remitir al pasado inmediato la responsabilidad de los problemas en curso, desahogar problemas de personalidad generados por el brillo del anterior gobernante, o darle curso a diversas combinaciones de estos u otros móviles.


En su origen, se trató de decisiones políticas confundidas con rudimentarias operaciones de comunicación, pero altamente eficaces por su vínculo con la construcción del monopolio del poder —vía un sistema de partido dominante y hegemonía del Ejecutivo limitada a un sexenio— que más tarde dio paso al monopolio —también sexenal— del control del debate público, a través de sucesivas formas de subordinación de los medios a los gobiernos en turno.


Allí se incubó el atavismo por el cual el presidente se proponía aniquilar al antecesor, quien, hasta 1994, elegía al sucesor, mismo que luego pasaba a liquidar a su creador con el mismo poder heredado, entre otros, del control de los medios. Este fenómeno se vio a veces como sucedáneo perverso ante la falta de alternancia de los partidos en la Presidencia: un sistema electoral no competitivo en que las contiendas se libraban al interior del partido y del grupo gobernante. Otra veces, como un castigo ritual —nada que ver con el Estado de derecho— a los presidentes, por el silenciamiento en su periodo a sus faltas e impunidades.


Política y gobierno. El problema es que el fenómeno persistió aun cuando los presidentes empezaron a ser públicamente cuestionados con la mayor severidad durante sus sexenios, ya en la alternancia. Y allí está la guerra del presidente Calderón contra el ex presidente Fox, ambos del PAN, en contraste con la relación —por demás considerada— del presidente priísta Peña con el ex presidente panista, Calderón.


La pregunta ante la nueva excepción de Peña Nieto a la constante histórica de freír al antecesor es si se debió a un talante personal reacio a la conflagración, a la traición y al revanchismo, o a la estrategia de concertación nacional del Pacto por México, que le habría hecho escapar el calendario del ajuste de cuentas.


El tiempo dirá si el actual presidente le está abriendo paso a la tendencia moderna que deslinda la comunicación política del concepto relativamente nuevo de comunicación de gobierno. La comunicación política es, por naturaleza, hostil contra el contendiente, de dentro o de fuera del partido de pertenencia.


Furia divina. A su vez, la comunicación de gobierno —en los términos propuestos, por ejemplo, por Karen Sanders y María José Canel en Government communication: cases and challenges— idealmente se plantearía, entre otras cosas, construir relaciones fructíferas con los ciudadanos, que tengan efectos beneficiosos de largo plazo en la generación de credibilidad institucional, otra víctima, ésta, de la tradición cainita de nuestras sucesiones.


No será fácil vencer este arcaísmo de nuestra cultura política entre políticos de poder de todo nivel (que funden la comunicación de gobierno con la comunicación política). Ni en los medios, algunos de los cuales todavía siguen reprochándole a Peña no haberle cobrado a Calderón la herencia del descontrol del crimen y hechos acaso punibles, entre otros, en el manejo de las conmemoraciones de 2010.


Pero tampoco en audiencias y lectores, condicionados por décadas para exorcizar los males nacionales con periódicos sacrificios humanos desde enfoques religiosos que cada seis años parecerían invocar la furia divina y su lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra de la vida pública nacional, o desde impulsos mesiánicos de políticos, periodistas e intelectuales investidos de Jesús jugando a echar a los mercaderes del templo de la política nacional. 

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