Sin adentrarnos aún en que la base de la democracia es el sufragio secreto, el tema es sencillo: si el exfiscal electoral Santiago Nieto fue electo en el Senado mediante voto secreto, su remoción o ratificación tiene que ser también en secreto.
Desde ahí, resulta disparatada la intención de los dirigentes de PAN, PRD y PT-Morena de que sea a mano alzada (“en tablero”, le llaman los senadores) la votación para decidir si es restituido o no en su cargo, luego de ser cesado por revelar dos veces secretos de una investigación.
¿Hay que agregar que el voto secreto es la base de la democracia y el voto a mano alzada de las dictaduras, porque permite aplicar represalias? ¿O que la secrecía garantiza nuestras libertades, porque es en la intimidad donde tomamos las decisiones sin miedo?
Los coordinadores de PAN, PRD y PT-Morena reclaman el voto público porque, aseguran, el secreto propiciaría que los senadores vendan su alma al diablo priista: aceptan así que entre ellos conviven corruptos potenciales.
Entonces, en lo que radica verdaderamente el problema de si el voto es secreto o público es en lo siguiente:
—Ricardo Anaya y su coordinador en el Senado, Fernando Herrera, no confían en la probidad de los 38 senadores panistas.
—Alejandra Barrales y su coordinador, Luis Sánchez, no creen en la honradez de los ocho senadores perredistas.
—AMLO y su coordinador, Manuel Bartlett, no se fían de la honestidad de los 16 senadores obradoristas.
Admiten que pueden ser maiceados. De lo contrario, Anaya, Barrales y AMLO no deberían temer que voten en libertad y en secreto, como han hecho 18 veces solamente en la actual legislatura, para elegir a ministros, magistrados, comisionados, presidente del IFT…
En su descargo, PAN, PRD y PT-Morena argumentan que la restitución o remoción de Nieto tiene que ser mediante voto público porque se trata de un acto especial. ¿Entonces no fue especial su nombramiento y, por eso, fue en secreto?
Es por demás inquietante que Anaya, Barrales y AMLO consideren que el voto puede ser asumido como un tema de contentillo, y se arroguen el derecho de decidir cuándo tiene que ser libre y cuándo no.
Al atribuirse esa potestad, Anaya, Barrales y AMLO no tienen en cuenta que, en caso de que Nieto fuese ratificado, ya restituido como fiscal electoral puede tomar represalias en contra de aquellos que votaron en su contra.
Eso quieren para México: gobernar desde el Zócalo a mano alzada, como las dictaduras de izquierda y de derecha. De AMLO y Barrales ya se sabía. Ahora también se sabe de Anaya.
Pero los tres deberían leer a Sartre:
“Los seres humanos estamos condenados a la libertad”.
Este artículo fue publicado en La Razón el 26 de octubre de 2017, agradecemos a Rubén Cortés su autorización para publicarlo en nuestra página.