Este es el cuarto libro que reseño aquí en lo que va del año (estoy por concluir “Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro), se llama “100 nudes in the art of all times” –no he visto la versión en español–. Y me parece muy propicia su difusión en el actual contexto de censura de varias obras de arte donde el desnudo femenino (y en mucho menor medida el masculino) es protagonista.
Ya he dicho que el periodo que más aprecio del arte es el de la Edad Moderna –no el arte moderno– entre los siglos XV y XVII y, en particular, el llamado Quattrocento, digamos que el que se halla en línea directa con el arte griego; también hay soporte emotivo en este juicio: el Renacimiento implica una especie de rebelión contra el obscurantismo medieval que limitó al arte, la literatura y, acaso sobre todo por su furia encarnizada, contra la ciencia. La Primavera y el Nacimiento de Venus, de Alejandro Boticelli son iconos de ese periodo, incluso un reto a la visión autoritaria de iglesia que, vaya paradoja, auspició obras fantásticas y también limitó a los artistas (Boticelli fue un genio en el artilugio de representar rasgos religiosos y toques de sensualidad muy elegantes).
Este libro integra los trabajos antedichos, desde luego, y abre con el muy famoso óleo sobre tabla “Retrato de una joven”, la llamada Fornarina de Rafael Sanzio, quien así perpetuó a su amante Marghuerita Luti mediante el contraste cromático tan característico en él, aun en sus obras en el Vaticano y la Iglesia del pueblo, en Roma (he visto todas esas obras en el lugar y estoy convencido que a Rafael le faltó vida para afianzarse como el tercero de los grandes de la época luego de Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel –sin duda, los retratos de Rafael no se explican sin la Gioconda; disculpen el desvario: creo que Rafael lo sabía y por ello él se dibujó así mismo y en algún cuadro que se encuentra en el Vaticano, incluso a Leonardo y Miguel Ángel).
En esa línea poco más de cien años después, sigue el pintor barroco Pedro Pablo Rubens y una soberbia exposición de desnudos, y cuerpos exhuberantes, coloridos, intensos (Rubens no se explica sin Tiziano) como consta en las obras que integra este libro, Las Tres gracias y Venus ante el espejo –de esta última también está la versión de Diego Velázquez, entre otras aunque, sin duda, el lector se queda con las ganas de mirar Las Gracias de Rafael, ellas sí inmaculadas a diferencia del erotismo del pintor flamenco pero sobre todo, y siguiendo en los trabajos de Rubens, se echa de menos “El juicio de París”, “El nacimiento de la vía láctea” y los monumentos del erotismo “Bóreas rapta a Oritía” y “Rapto de las hijas de Luecipo”, éste último, con sus dimensiones de 222 cm x 209, se encuentra como en un altar en el museo de Múnich Alte Pinakothek, en donde casi me arrodillo, créanme.
El amante del arte y el desnudo encontrará al florentino, y sacerdote por cierto, representante del barroco Francesco Furini y su “Hylas y las ninfas” (1630) que está en la galería Palatina de Florencia; la volví a mirar hace unas semanas: para mí sus contrastes, vale decir mejor, matices entre los oscuros le confiera a la obra uno de sus atractivos clave; menciono a “Lot y sus hijas” aunque no esté en el libro porque sobrevivió a la censura de aquel tiempo y espero que sobreviva a la actual que es más intensa incluso debido al incesto que implica traducir el respectivo pasaje del Génesis (la versión de Courbet me parece espléndida, por cierto pero en el libro, en cambio, ustedes encontrarán el óleo sobre lienzo, “El sueño” donde el artista sugiere una relación lésbica).
En “100 nudes in the art of all times” ustedes encontrarán arte de todos los tiempos, incluso oriental e hindú, y de varias épocas y escuelas. Por ejemplo del siglo pasado Mariano Fortuny (no está “La odalisca” pero sí “Desnudo en la playa”) o del siglo XIX, un representante del neoclásico, Dominique Ingres con “Baño turko”; en lo personal prefiero “Edipo y la esfinge” y “Odalisca con esclava); también está el mensajero de la soledad, Edward Hopper, apenas del siglo pasado y su impresionismo abstracto, con Girlie Show (1941), hasta llegar al exponente más conspicuo del arte barroco actual, Roberto Ferri y “Ericto”, aunque me parece que “El infierno” y “Angelo” significan más la influencia del arte clásico en este artista italiano.
Como sea, en estos 100 desnudos podríamos decir, sin temor a equivocarnos, lo que afirma Ishiguro en un pasaje del libro mencionado al principio, aquí se muestra cómo “el talento de un artista puede superar las limitaciones que supone un estilo concreto” o sus posibilidades, podríamos decir, porque más allá (o junto con la técnica) se ubica el esfuerzo por trascender los límites de la comunicación formal y reflejar en los lienzos la intensidad del amor erótico o sólo el sublime desfogue carnal de las pasiones. Nada más por eso, o aunque fuera sólo por eso, de ningún modo deberá censurarse el arte que, en estas coordenadas, es una de las más acabadas expresiones humanas en favor de la libertad.