José Antonio Meade sabe que el apoyo de un exsuspirante a la Presidencia, señalado por falsear firmas para intentar alcanzar su candidatura, y un gobernador del PRD no van a hacer mucha diferencia en su campaña e imagen. Algunos, como José Antonio Crespo, han llamado a estos apoyos una “extraña cargada hacia al seguro perdedor”.
El problema sigue estando en otro lado y no se ve que se vaya a resolver. Estos apoyos paradójicamente le pueden ayudar menos de lo que imagina. Lo que tiene a Meade en una posición adversa no sólo tiene que ver con la marca y entorno que lo acompañan, como se ha dicho en muchas ocasiones, su otro gran problema tiene que ver con lo que él mismo proyecta.
Existe consenso en el sentido de que es un candidato competente, pero por lo que se ha visto estos meses ello no le da para aparecer como serio contendiente en encuestas y percepciones. El problema para Meade es que a estas alturas no sólo está siendo la marca la que lo define, el problema que lo está sometiendo es que no ha logrado generar emociones. En una elección que si por algo se distingue y define es por la rabia y los enojos colectivos, no provocar emociones se convierte en una lápida.
Si alguien ha sabido canalizar el clima social que padecemos y en el que estamos es López Obrador. El tabasqueño prevalece no sólo porque lleva 18 años en campaña, sino también por lo que está significando para los ciudadanos en tiempos oscuros; son las ganas de creer en alguien y en algo. Se piensa poco en lo que propone y dice más que en la imagen que genera.
El candidato del PRI ha ido de apuro en apuro. No ha logrado consolidar su imagen y no se ha atrevido a distanciarse del Presidente Peña Nieto, quien carga una imagen francamente desfavorable. El domingo en el debate se dio la posibilidad concreta de hacerlo, en términos hasta de su propia sobrevivencia, pero no fue así, todo terminó en un nuevo capítulo de “la tuvo, era suya y la dejó ir”.
Meade no ha logrado avanzar en las encuestas ni en la percepción a pesar de que desde el gobierno trae en la mira a Ricardo Anaya. Todo hasta ahora ha sido confuso. Meade no avanza y Anaya sigue en segundo lugar, todavía lejos de “ya saben quién”.
Habrá que esperar una semana para saber si hay cambios en función del debate del domingo. Por lo visto, en forma y fondo queda la impresión de que las encuestas y percepciones variarán muy poco.
Los indecisos se están convirtiendo en el objeto del deseo, se calcula que deben estar entre el 15 y 25% del padrón electoral. Otro factor a considerar va a ser el voto útil en el cual están pensando muchos ciudadanos, la cuestión es por quién sería.
El candidato del PRI va a tener que hacer mucho más de lo que ha hecho hasta ahora. Tiene que correr riesgos y salirse de lo que parece ser una zona de confort que no le está dando nada.
Debe tomar distancia de una administración identificada, no casualmente, con la corrupción. En función de los resultados hasta ahora debe dar un golpe de timón en su propio equipo.
El tren no se le va a ir, más bien ya se le está yendo.
RESQUICIOS.
Así nos lo dijo ayer Edna Jaime, México Evalúa:
Había una gran expectativa sobre el debate del domingo respecto a que cambiara el sentido de la elección. Al haber todavía un sector de indecisos y quienes piensan en el voto útil es difícil saber lo que se puede venir, a pesar de la evidente ventaja de AMLO.
El formato me gustó, es una innovación. No me conformo con él, pero es algo mejor. Para quienes estamos en los temas de políticas públicas nos pareció que el debate en esta materia dejó qué desear.
En particular con López Obrador el tema de amnistía provoca confusión, sigue sin quedar claro de qué se trata; sin embargo, es el único de los candidatos que está haciendo planteamientos fuera de “la caja”. El problema es que no queda claro cómo le va a hacer.
Este artículo fue publicado en La Razón el 24 de abril de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
