Mi solidaridad con Ernesto López, sé que pronto sanará y que el América será campeón

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No hay justificación para agredir a otro por el sólo hecho de que ese otro piense distinto o por sus características físicas o preferencias sexuales, entre una inconmensurable cantidad de características que a todos nos hacen distintos.

En el ámbito público difiero del trato que ha recibido la familia del Presidente igual que me opongo al trato que ha recibido la familia del próximo mandatario, en particular su hijo Ernesto, el más pequeño. Desde luego difiero de la legión de idiotas que reclaman que se “politice” el accidente que hace poco tuvo el niño porque no entienden (o no quieren hacerlo) que la austeridad del catre recibió un golpe en la realidad del demagogo que la ostenta: por un hijo los padres de bien dan la vida misma y Ernesto debe ser atendido donde sea, al costo que sea si su familia puede sufragar los gastos. Pero eso es lo que se “politiza”, la demagogia de quien, impostor, omite que existen trabajos más calificados que otros y que, en consecuencia, comprenden mayores privilegios. Bajar el sueldo de funcionarios y sus prestaciones pone en riesgo el trabajo calificado y que el torbellino de la corrupción aumente. La hamaca o el catre no ayudan a mejorar ese flagelo, ayuda una norma rigurosa que, sin embargo, es lo que menos se discute.

Me parece que es miserable lo que amplios sectores de la población mexicana han hecho con la familia de Enrique Peña Nieto (lo escribí durante los más recientes seis años). También me parece miserable el trato despectivo que ha recibido la familia del Presidente electo y, en particular, un niño que debe ser totalmente ajeno a nuestras preferencias políticas por más encendidas que sean.

Hay quienes pretenden explicar la sevicia contra el chaval por lo que también hacen las huestes de López Obrador y, sin duda, también a eso se debe. Pero el rencor como respuesta es una de las peores formas de convivencia social.

Permítame una anécdota. Hace algunos meses volví a encontrar amigos de la primaria, luego de 40 años de no verlos. Es muy probable que ya no los vuelva a ver, al menos no juntos, debido a que hacen del escarnio al otro su forma de convivencia, el otro es el menso, el pendejo, el que nunca entiende nada, y ese otro a veces lo permite.

Hay otra anécdota. Hace unos meses el hijo de un periodista con quien sostengo diferencias, me increpó en las redes sociales. Se puso intenso el joven. Jamás le respondí, mis diferencias son con su padre y estoy convencido de que trasmitirlas a los hijos es propio de sociedades primitivas (lo mismo les he pedido a mis hijos: que no se metan en las reyertas que sostenga su padre, ni aunque sigan su propia ruta, primero han de buscar sus propios canales de comunicación antes de dinamitarlos de antemano).

No puedo ser partícipe de ese escarnio, no me parece que esa sea la forma de relacionarse con los demás, y trato de hacer lo mismo con mi vida pública. Ustedes lo han visto, me difaman o insultan quienes no coinciden con mis puntos de vista (a varios de ellos me gustaría mucho encontrarlos de frente, a ver si son capaces de sostener el insulto o la indirecta -formado a la antigua sé que a veces las palabras no son suficientes y las pocas veces que he querido trascenderlas encontré cobardes interlocutores). Pero no por ello aceptaré ser parte de esa forma de perpetuar el odio que, en el fondo, es desprecio por el ser humano.

Ernesto no tiene nada que ver en las diferencias públicas que todos tengamos, es un niño y tienen mi solidaridad. En el muy remoto caso de que él lea esto le mando un abrazo y le digo que, junto con él, espero que esta vez el América sea campeón. Sé que pronto se aliviará.

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