Se pueden encontrar muchas debilidades en los primeros pasos del nuevo gobierno electo de México, pero no en su destreza para afianzar y ampliar el poder que le dieron los votantes.
Comenté ya en este espacio (“Morena toma el Congreso”, 17/9/18) la manera cómo, mediante negociaciones cupulares, Morena adquirió la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados, pasando de los 191 diputados que le dieron los votantes, a los 252 que les dio la negociación.
Es un salto enorme de poder que les permitirá, por ejemplo, aprobar o reformar por sí solos, sin apoyo de otros legisladores, el presupuesto de 2019.
El Congreso morenista no ha perdido tiempo en ejercer su mayoría.
Aprobó muy rápido la ley que baja a la mitad las remuneraciones del sector público, promesa de campaña del Presidente electo y una de las piezas claves en la reasignación de 500 mil millones del presupuesto, a su vez pieza clave de la cuarta transformación.
Presentó también rápido, ahora desde el Senado, la propuesta para reformar la reforma educativa centrada en suspender la evaluación de los docentes como vía de acceso, o de salida, a las plazas magisteriales.
Muy rápido tomaron también curso legislativo las iniciativas para derogar la Ley de Seguridad Interior y para reformar la Ley de Aguas.
Las más interesantes, sin embargo, desde la lógica de absorción de poder son la que establece la figura de revocación de mandato, del presidente para abajo, en las elecciones intermedias de 2021 y la de bajar a la mitad el financiamiento a los partidos.
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