…tú sólo conoces un montón de imágenes rotas,
donde el sol bate, y el árbol muerto no cobija,
el grillo no consuela y la piedra seca no da agua rumorosa…
El río arrastra botellas vacías, papeles de sándwiches,
pañuelos de seda, cajas de cartón,
colillas y otros testimonios de noches de estío.
Las ninfas se han marchado. Y sus amigos,
los indolentes herederos de los potentados
se han marchado sin dejar sus direcciones…
T.S. Eliot
No estamos en tiempos de nacionalismos y que bien, tal vez porque el mundo entero es la casa, aún no hay otro destino aunque Elon Musk nos quiera llevar a Marte y China nos descubra el lado oculto de la Luna. Habitamos la tierra una vez que fuimos desterrados de los árboles por nuestros hermanos los primates, aquellos que, siendo más fuertes nos obligaron a bajar, a buscar cuevas, a encontrar estrategias para colaborar y así inventar un lenguaje que nos ayudará a sobrevivir por precarios que somos. Juntos construíamos mundos de arcilla o de papel, juntos pecamos, comemos y dormimos.
Ayer sin expectativa alguna llevé a mis alumnos a una exposición que se llama “México patrimonio de la humanidad”. Tenemos la fortuna de atravesar una glorieta y llegar a un conjunto de museos. Así que caminamos para descubrir qué hace a México patrimonio digno de exportación. Llegamos a un chorizo blanco (estamos en el Estado de México así que el símil es oportuno) miles de proyectores en una sonata visual proyectan nuestros bosques y playas, platillos y rituales que nos serpentean de colorido. Miro y siento a mis alumnos sorprendidos, las pirámides nos salen al paso y los mariachis o el huapango aceleran los latidos. Nada de todo aquello nos es ajeno, lo sabemos o lo intuimos, lo olemos y lo palpamos, hay algo que nos dice que somos del mundo pero que llevamos la piel de México así como el jaguar tiene unas manchas pardas. Somos el séptimo país con 35 certificados de patrimonios materiales, naturales e inmateriales. Si el mundo es un jaguar 35 de las motas que exhibe en su pelaje nos llevan implícitos.
Mientras mirábamos y sentíamos pensé que todos ellos sueñan con el mundo, mientras duermen aquí. Algunos son empleados que comparten su quehacer con los estudios, otros tienen becas y otros no las necesitan. No son mexicanos ni buenos ni malos, son solo humanos que crecen y buscan rumbo. Entre las direcciones posibles sólo hay una, hacia el futuro, desde aquí y hasta allá.
No hay utopía de mexicanos buenos, de matrimonios blindados vacunados contra el divorcio por el germen del “neoliberalismo”. Muchos no tienen abuelos o sus abuelos se cansaron de cuidarlos, o nunca quisieron hacerlo. Aquí les enseñamos que los títulos y los idiomas cuentan, no son todo pero son importantes, son condecoraciones que avalan el trabajo y el esfuerzo. Como su antecesora me gusta hablarles de los riesgos, las drogas, las falacias y argumentos, se pondera la representación internacional porque el mundo es de todos y el barrio nos queda chico cuando tenemos herramientas que nos conectan entre naciones.
Hablamos de las diversas posibilidades de formar familias y comunidades homosexuales o heterosexuales. Contamos que somos historias y que el género es una forma de llevar la piel que lleva siempre por debajo la ropa interior de la libertad; nada cuenta por decreto, no se forja ni la ética ni la moral con discursos machacones o con campañas culposas. De entre las dos herramientas adaptativas que nos han forjado como especie: la colaboración y la competencia, la primera siempre debe ser la base para que la segunda teja la red y nos obligue a lanzarla más lejos. No estaría bien visto que una generación que llega echara a la basura todo cuanto hizo la anterior, o denunciara al pasado sin construir futuro.
Es una gran tentación volver al pupitre de la infancia y soñarse dibujado en la portada de un libro de historia; es seductor pararse en un pedestal para dictar sentencia, descolgar todos los espejos, y no escuchar más rumor que el de la voz. Resulta atractivo reducir el mundo hasta donde llega mi vista o incluir el vocabulario que conozco sin arriesgar vocablo que llegue como eco a otras fronteras, porque la verdad es que los héroes hablan muchos idiomas y las naciones abren fronteras para mezclarse. No podemos cerrar la puerta y desestimar la crítica, no podemos achicar el mundo ni subvencionar con apoyos el silencio. Sólo hay una dirección que no anda hacia atrás.
Hacer al país grande de nuevo, es el sin sentido de Trump, limpiarnos de pecado, de corrupción y eludir la responsabilidad, los argumentos de López Obrador, por citar algunos de los vehementes defensores de la nostalgia. El pasado no tiene dirección en tierra, y la nuestra se inscribe desde nuestra piel y hasta 35 certificados que no son sólo nuestros son de toda la humanidad.
Sabemos, por aquello que resguarda el diccionario en cualquier lengua, que hábitat es el espacio que reúne las condiciones adecuadas para que la especie pueda residir y reproducirse, perpetuando su presencia. Nosotros los hombres somos una especie peculiar, construida de paradojas. Somos individualistas sociales, que para subsistir y ser felices necesita del otro. Amamos la libertad pero estamos dispuestos a subordinarnos a leyes con tal de vivir en comunidad, somos los grandes constructores de lenguajes, de metafóricos puentes, albergues y arquitecturas materiales pero también vitales, seres que unidos en naciones hemos diseñado un modo nuevo de ser hombres, al que hemos llamado: “Humanidad”. Los aquí presentes representamos, a penas, un periodo en la historia de la vida sobre esta tierra, esta nota de identidad nos obliga a pensar en el porvenir, en proporcionar un hábitat que nos otorgue aquello que refieren los diccionarios y más aún, un sitio donde se pueda soñar.
Nos sentimos orgullosos de estar y de contar lo que somos, a partir de una tortilla con sal, una película como “Coco” o dar cita a una carrera internacional. Llevamos a México como piel y mientras la sentimos batir como tambor o erizarse entre paisajes y platillos seguimos esperando el rumbo y no la denuncia. El silencio de los actos como los 35 certificados que avalan que el mundo entero lleva a México en la piel.