Este texto fue publicado originalmente el 24 de octubre de 2016, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.
En un artículo reciente en Proceso Jalisco —esa revista que hoy apenas es la triste sombra de lo que fue— el escritor y crítico Juan José Doñán se ocupa de Luis González de Alba para mostrarlo como un intelectual que giró a la derecha, acusarlo de que se portó muy mal con sus ex amigos de izquierda, y para repetir lo que dice incansablemente la chairiza nacional: que López Obrador era una de sus obsesiones.
Es esa breve semblanza (“González de Alba, ave de tempestades”) apresurada y mal escrita —lo que no deja de extrañar en el autor de Oblatos–Colonias: andanzas tapatías (2001, reeditado en Arlequín en 2013) y ¡Ai pinchemente! Teoría del tapatío (Almuzara, 2011)— Doñán abre con esta profunda sentencia: “Como intelectual y opinante de asuntos públicos, tal vez su mayor virtud haya sido la de dividir opiniones”. En seguida despacha en tres líneas la labor de González de Alba como el sobresaliente divulgador de la ciencia que fue para, ahora sí, ir a lo que de verdad le interesa: destacar “su giro ideológico —en opinión de algunos, un giro rayano en la ‘defección’— de la izquierda casi extrema a la derecha”, después de haber puesto “tierra de por medio con quienes habían sido sus compañeros de viaje, con algunos de los cuales rompió lanzas para siempre y además de una fea manera” (sic que le enseña buenos modales a Luis). Continúa Doñán: “Y así como fue sumando a su favor a una fauna variopinta entre ciertos sectores ilustrados (con y sin comillas) de centro derecha y hasta de la derecha descentrada, se granjeó el desafecto tanto de buena parte de la izquierda política mexicana y sobre todo de muchos de sus antiguos compañeros de viaje y hasta los de cautiverio en el Lecumberri de hace cuarenta y tantos años, a raíz de los trágicos sucesos de 1968”, y así para terminar acusándolo de apoyar “tácitamente” al gobierno de Peña Nieto y sus reformas “neoliberales”, además de advertir, otra vez, su obsesión por el Peje y por exhibirlo en sus artículos “no como representante en México de ‘la izquierda moderna’, sino como la encarnación del ‘viejo PRI’”. La mala leche disfrazada de crítica de Doñán se expresa desde esa izquierda idiota —excrecencia del nacionalismo revolucionario— inaugurada por el ex priista López Obrador en 2006 después de que inventó el fraude electoral y que nunca le perdonó a González de Alba el haber señalado la manera en que la izquierda fue copada por politicastros, la manera en que fueron desplazados verdaderas figuras como él, como Roger Bartra, como José Woldenberg y tantos más con quienes intercambiaba impresiones sobre el México contemporáneo, sobre todo desde 1968 a nuestros días (véase, por ejemplo, la discusión con Marcelino Perelló en Letras Libres).
Crítico tenaz de Raúl Padilla en medios tapatíos —nada que ver con una obsesión, por supuesto—, Doñán ve en la crítica de González de Alba al Peje una “monomanía” que lo llevó a simpatizar con el nuevo PRI y a ser “más que considerado con el decepcionante, por no decir lamentable, gobierno de Peña Nieto, a cuya crítica prácticamente renunció”. Doñán miente o no ha leído los artículos en los que González de Alba alude a la ineptitud del presidente —un tema que, graciosamente, Doñán prefiere dejar en manos de opinadores del centro del país para ocuparse, si no quién, de los problemas locales. Como nuestro “tapatío por elección” —como dice el originario de Tizapán el Alto— por alguna razón prefiere estar fuera de los medios sociales —Facebook y Twitter deberían de ser obligados para un profesor universitario como él—, tampoco leyó las constantes alusiones de González de Alba a un gobierno ineficaz que se desploma en caída libre. (Por lo menos Doñán usa el correo electrónico, medio por el cual me envió el texto que comento, pues hasta ahora no se ha publicado en la versión en línea de Proceso Jalisco.)
¿Qué añade Juan José Doñán a la crítica y la comprensión de un personaje complejo y de una gran riqueza como Luis González de Alba? Nada, lamentablemente. Ningún comentario le merece el testimonio más importante sobre el movimiento estudiantil del 68, Los días y los años, pero sí los alcances “más bien modestos” de su literatura de ficción. Nada sobre su labor de traductor y poeta, incluso de compositor, aunque se permite párrafos chatarra como éste: “En ciertas temporadas, cuando no era aquejado por las frecuentes recaídas que tuvo en su salud, se le veía en el teatro Degollado, asistiendo a algún concierto, o eventualmente en la presentación de algún libro suyo o de equis persona cercana a su afecto e intereses personales”. Es un artículo en el que proliferan los reproches y donde únicamente le interesa marcar su distancia: el líder del 68 se volvió de derecha, y yo, impoluto, sigo en la gesta contra la corrupción y el caudillismo —el de Padilla, no el del Peje—. Otro párrafo innecesario, más propio de Paty Chapoy o Yordi Rosado: “No se sabe que alguna de las universidades asentadas en la capital jalisciense lo haya invitado a impartir algún curso, o de que hubiera recibido alguna propuesta de las instituciones culturales de la comarca. Guadalajara era sólo la ciudad en la que vivía y punto”. No se sabe… es decir, ¿qué sabe el propio Doñán, qué sabe de la vida de González de Alba aparte de chismes y murmuraciones? ¿Qué sabe de por qué no aceptaba invitaciones a dar conferencias, salvo contadas excepciones?
Doñán acusa también a González de Alba de haberse dejado consentir por jóvenes funcionarios panistas —del área de cultura, aunque esto no lo dice— y hasta, horror, de haber aceptado un homenaje —en la Feria Municipal del Libro de Guadalajara, que tampoco menciona. Lo que menos le interesa a Doñán es matizar, prefiere estigmatizar a esos jóvenes —ya no tanto— como derechistas sin más, desdeñando lo poco o mucho que pudieron hacer en la gestión pública o lo que piensan de su propio partido —al que varios de ellos ya abandonaron—, de la diversidad sexual, del aborto, de la corrupción.
Con este artículo Doñán se desacredita a sí mismo. De ser un crítico persistente de las corruptelas de funcionarios locales y un historiador esencial de Jalisco, su trabajo como articulista es cada vez más periférico, más parroquial, más insular —de ahí que escriba poco o casi nada sobre Peña Nieto, como sí se lo exige a González de Alba;su texto sobre él, escrito desde esa izquierda cerril y engañabobos, es soso y con un veneno falsamente resignado y adjudicado a terceros: “en opinión de algunos”. Personalmente, y por varias razones —como su condescendencia ante una fallidísima Historia del periodismo cultural en México, de Humberto Musacchio— me apena que alguien tan talentoso esté recalando en las orillas de la crítica.
Luis González de Alba está muy lejos de ser un personaje perfecto, ideal, como quisieran sus numerosos detractores, la mayoría de ellos fieros vociferantes en esas cloacas en que se han convertido las secciones de comentarios de casi todos los medios electrónicos, pero también algunos que con medias verdades y mentiras rotundas no han querido dejar de expresar su opinión a la muerte de uno de los intelectuales más lúcidos y honrados de este país, uno que no tuvo ningún reparo en señalar la incongruencia de los santones de la “izquierda” mexicana. Braulio Peralta, en su artículo “No me olviden” del pasado 10 de octubre en Milenio, dice que le publicó El sol de la tarde a González de Alba porque se lo pidieron Ángeles Mastretta y Carlos Monsiváis ——quien acuñó la frase “Braulio Peralta, el amigo que a nadie le hace falta”— al ver a un Luis enfermo y debilitado por el VIH y con 39 kilos de peso. González de Alba amenazó con demandar a Peralta por la pésima edición de ese libro, plagado hasta con 500 erratas, por lo que fue retirado de la circulación. Peralta no se ruboriza al calumniarlo: defendió la pederastia, fue misógino, “vociferó” contra el “propio movimiento estudiantil, o los 43”; “Hizo dinero con los bares gay”, escribe, pero no menciona que en uno de ellos González de Alba empezó una de las primeras campañas contra el sida. “Por sus libros nadie lo recordará”, dice venenosamente alguien cuyos libros nadie recuerda sobre alguien que ha publicado libros que son una referencia para comprender una parte fundamental de la historia contemporánea de México. Y no, Braulio, Luis no se fue enojado, como escribes.
Tan sólo un par de muestras de una “crítica” cada vez más vacua. La verdadera crítica no puede prescindir de un contenido, de una propuesta intelectual. Esto es mala leche, resentimiento, el izquierdismo más marrullero disfrazados de crítica.
Este es el texto de Juan José Doñán: “González de Alba, ave de tempestades”