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sábado 14 diciembre 2024

etcétera, hace 24 años

por Marco Levario Turcott

Este texto se publicó originalmente en febrero de 2016


Está aquí conmigo el primer número del semanario de política y cultura etcétera, y tengo la sensación de que somos algo así como dos compañeros que hemos envejecido juntos. Aquel jueves 4 de febrero de 1993 yo tenía 27 años cuando la sopesé por primera vez, o sea, hace casi 23 años inicié como editor en este tamaño tabloide de 46 páginas en blanco y negro. El principal artífice de esa ilusión es Raúl Trejo Delarbre, que comandó la aventura luego de que junto con él varios profesionales saliéramos del suplemento Política que circulaba en el diario El Nacional, conducido entonces por José Carreño Carlón.

El tiempo tiñó de amarillo este ejemplar, como a mí me dejó desprovisto de cabello y entre la nariz unas gafas para la miopía y el astigmatismo. Lo hojeo otra vez y me vuelve a convencer el avistamiento del director para este esfuerzo: revalorar a la política “como vía de servicios y compromisos sociales” y comprender a la cultura como un todo sin ningún tipo de fronteras al que el pensamiento le corresponde diseccionar, para comprender las expresiones artísticas y alentar a la creatividad. Con esas intenciones y una emoción renovada siempre, pusimos a circular etcétera durante 400 semanas

Este primer número lo miro como a mí frente al espejo. Las facciones son esencialmente las mismas entre uno y el otro: el pensamiento estructurado y la razón sin complacencias, el debate documentado y ese donaire lúdico de saber que, entre las diferencias de puntos de vista, nunca nada es para tanto, que esto trata de encontrar canales de comunicación y no de dinamitarlos. Desde luego que hay cicatrices: la distancia entre los amigos, o con quienes dejaron de serlo, el texto impreciso o simple y llanamente el candor de los buenos deseos que permanecen incólumes, por ingenuos o ineficaces, a través de los días y los años.

“Lo publicado nadie nos lo quita”, decía Raúl Trejo asiduamente como una suerte de rúbrica para signar el gusto de los editores de etcétera por su labor dentro de la inmensidad temática que en esta semblanza es imposible detallar. Muchas veces se afirma que decir todo o nada es lo mismo, pero creo que este no es el caso: desde el 4 de febrero de 1993 hasta el 20 de septiembre 2000, durante poco más de seis años y medio aquí publicamos de todo y ese todo es inconmensurablemente distante de la reseña, digamos, de todos los temas que aquí se hallan para la consulta, ni más ni menos, del periodo de la consolidación democrática en el país y la dilución de la llamada “Guerra fría” en el mundo, por mencionar dos coordenadas de gran calado, porque hasta la primera famosa clonación de cierta oveja llamada Dolly nos tocó vivir.

Por cierto, lo que sí puede asegurarse es que este proyecto pretendió ser partícipe de la transición democrática y, en esa ruta, valoró la diversidad mexicana y sus expresiones más relevantes para comprender el joven y competido régimen de partidos políticos, el papel de los medios de comunicación y la centralidad de la educación en todos sus niveles en una perspectiva que fuera más allá de constatar sólo los fenómenos nacionales; etcétera fue un intento de enfocar al mundo más allá de nuestras circunstancias tribales y un esfuerzo distante de la politización intensiva o la grilla para comprender las circunstancias políticas del momento y las perspectivas de largo aliento. Junto con todo ello la recreación cultura alcanzó un amplio horizonte gracias a la mística de José Carlos Castañeda y Jaime Ramírez Garrido, quienes, convocaron aquí a Miguelángel Díaz Monge –un referente literario que se fraguó en las páginas del emblemático suplemento Sábado de unomásuno— o analistas políticos que iniciaron entre estas páginas, aunque no sólo, como Alejandro Colina o Julián Andrade Jardí. A ello habría que mencionar el aporte de autores internacionales que etcétera difundió como resultado del prestigio de Raúl Trejo y sus relaciones académicas y editoriales, aparte de las gestiones hechas por Castañeda y Ramirez con otras publicaciones en el mundo.
Naturalmente, poco a poco los integrantes del equipo editorial fueron tomando distancia entre sí, acudiendo a las citas definidas por el rumbo propio. Esto fue así debido a la dinámica de la vida misma que inexorablemente se diversifica y se hace más compleja entre prioridades, convicciones, anhelos y, grosso modo, proyectos personales. Sin embargo, no tengo duda de que entre aquel entramado de personas hay improntas imborrables, el aprendizaje cotidiano al escuchar los puntos de vista del director o las consideraciones de Adolfo Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual Moncayo, José Woldenberg y Rafael Cordera Campos por citar a cuatro integrantes del consejo editorial, pero teniendo en cuenta la riqueza intelectual que nos significó leer e interactuar con Ludolfo Paramio, Luis Salazar, Carlos Monsiváis, Jorge Carpizo, Ana Luisa Galván, María Cristina Rosas y, en una personalísima experiencia, Carlos Castillo Peraza, Jorge Javier Romero y Aurelio Asiain.

Creo que otro aspecto que entrelaza al equipo que hizo etcétera es haber sido un medio para la expresión de plumas muy jóvenes como Mario Bellatin, Rose Mary Espinosa, Julio Patán y Julieta García además de otros que ya se asomaban a las ligas de la consolidación, pienso en Fedro Carlos Guillén o Naief Yehya y en el gran editor y columnista que es José Luis Martínez. Con la calidad que ustedes consideren, yo mismo ahí, en etcétera, comencé a escribir relatos y, sobre todo, inicié gracias a Raúl Trejo mis análisis sobre los medios de comunicación; naturalmente, de los errores de entonces y ahora, el único responsable soy yo.

No me corresponde criticar lo que yo contribuí a hacer, ni siquiera como autocrítica dado que no guardo distancia alguna entre lo que hice y lo que hubiera querido hacer: el director de la revista siempre congenió y tradujo los pareceres en la oferta editorial, además de que entre la pluralidad se abrió paso a la decisión última que fue la de él, como siempre debe ser. Sólo expongo lo obvio: nos faltó mayor versatilidad periodística para aprovechar mejor los géneros de la profesión y diluimos identidad entre textos de, digamos, Amartya Sen o Michel Foucault y entrevistas con Aylin Mujica o Patricia Manterola, exponente de un espantoso grupo que se llamó Garibaldi; mejor no detallo esa portada con Ricardo Blume y Angélica María. Junto con ello, naturalmente, nos faltaron lectores.

Creo que este fue un enorme proyecto editorial por su sentido de búsqueda, por su frescura y su aliento a las nuevas generaciones de fotógrafos, músicos, escritores y poetas; ensayistas y analistas políticos y económicos en diversos planos. Esa fue su relevancia aunque, más allá de eso y de la nostalgia, no sea un proyecto editorial que se eche de menos debido a las formidables propuestas que hay en el país, como Letras Libres o Nexos, por ejemplo.

etcétera inició el 4 de febrero de 1993 y dejó de circular el 20 de septiembre de 2000. Esa es su primera época. Meses después, Raúl Trejo Delarbre tradujo ese proyecto en una ventana para acercase al mundo de los medios y la segunda época de etcetera como revista mensual especializada inició el 1 de noviembre de 2000 hasta la fecha. Trejo dejó la dirección en febrero de 2002 y desde entonces yo me he hecho cargo, teniendo como subdirectora a Ruth Esparza Carvajal, mi compañera y amiga de muchas batallas más las que siguen

Interrumpo la continuidad de estos párrafos porque vuelvo a mirar el primer ejemplar de esta revista; está encima de mi escritorio entre los ensayos que etcétera publicará en marzo de este 2015, y entonces lo pongo otra vez entre mis manos como viendo en un espejo mis arrugas y el ojo izquierdo desvencijado por el paso del tiempo. Somos dos compañeros. Ahí están las heridas en el rostro, como en los pliegues de cada página se encuentran escondidos los recuerdos. Y no sé porqué pero algo me lleva directo a Antonio Machado y entonces escribo junto con él:

“Hoy es siempre todavía”

(Pide al tempo que vuelva XX)

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