El periodismo consiste esencialmente en decir ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Chesterton
Cuando era niño acompañaba a mi padre a cobrar sus artículos en los múltiplesperiódicos en los que escribía; Novedades, Excélsior o El Nacional eran nuestros destinos y ahí veía muy asombrado las enormes máquinas que regurgitaban papel a una velocidad escalofriante. Luego subíamos a unas oficinas, le entregaban un cheque a don Fedro e íbamos por helado a una nevería que se encontrabaenfrente del Parque de los Venados, propiedad de Manuel Medel, el cómico patiño de Cantinflas.
Una segunda experiencia más adulta la viví cuando visité el periódico Uno más Uno para llevar un artículo, el primero que había escrito en mi vida, a la tierna edad de 31 años. Me recibió Huberto Batis y me hizo una pregunta críptica: “¿eres quinto?” No es que me haya criado en Buckginham pero no entendí nada y entonces Batis fue más explícito acerca de mi virginidad literaria. Desde entonces mucha agua y mucha tinta ha corrido bajo el puente y hoy me interesa compartir con usted, querido lector, lo que creo de los periódicos.
Un primer hecho es que el número de páginas es el mismo independientemente de la cantidad de noticias existentes. Esto produce perversiones notables, quizá la más conspicua es el de la notas de basurero que se ven obligados a subir los editores ante la sequía informativa. De esta manera nos podemos enterar de cosas tan interesantes como una fuga de gas en Pnom Peh, lo que nos deja el imperativo geográfico de averiguar dónde carajos queda eso. También podemos ser enterados de datos trascendentales como el que acabo de leer en El Universal: “Liliana Lago los prefiere jóvenes”. Ignoro quién es Liliana Lago pero tengo la certeza de que la nota me deja con una sensación de que eso a mí qué me importa.
Otra perversión tiene que ver con filias y fobias, lo que llaman engañosamente “línea editorial”. Muchos medios son utilizados para abonar a la guerra sucia, señaladamente en procesos electorales y así nos enteramos que Fulanito se clavó los dineros o que Menganita habló pestes de su líder. Llaman la atención diarios como La Jornada cuya vocación de atizador permanente se ve moderada cuando la Presidencia le ofrece una cantidad que no me puedo imaginar para poner una foto del Presidente inaugurando el túnel de Chicoasén.
La mayoría de los periódicos planean una migración aparentemente inevitable hacia los medios electrónicos. He tenido durante años la costumbre dominical de salir con mi perro (Antes Isidro, ahora Óscar) rumbo al puesto de periódicos cercano a mi casa donde soy recibido antes por don Arturo y ahora por su hijo. La rutina consistía en comprar El País y El país semanal para regresar y tomar el desayuno leyendo. Hace un par de meses me enteré que la revista española asociada a uno de los mejores diarios del mundo había desaparecido en su formato de papel. Sentí lo mismo que siente una persona a la que se le muere un ser querido y regresé al viejo dilema del papel contra los megabytes. Soy un hombre de cierta edad y es por ello que creo en tomar un libro, marcarlo, atesorarlo y heredarlo como hizo mi padre con su biblioteca.
Sin embargo, mi vejez también me hace entender que lo mío son añoranzas y que las bibliotecas son como dinosaurios majestuosos que eventualmente se extinguirán.
Creo, finalmente, que el consumo de noticias ha perdido la paciencia y la serenidad que Kalimán recomendaba, el vértigo oligofrénico de estos tiempos de canallas exigen “ser el primero en informar” aunque esta información sea tan precisa como un pronóstico de la lotería. Mientras no entendamos que saber primero no acarrea ventaja, a menos que estemos en guerra y espiemos al bando enemigo, seguiremos consumiendo datos sin confirmar, no sólo en los periódicos sino en la redes sociales que se han vuelto las nuevas vocerías de la imbecilidad y ya han cobrado varios difuntos que, luego nos enteramos, gozan de cabal salud.