Este texto fue publicado originalmente el 24 de junio de 2016, de la edición impresa 187, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.
Supongo que escribir sobre cumbia es muy poco intelectual. Algunos dirán que aquí no hay nada por analizar, ni profundidad o cerebralidad. Y parece que tienen razón, el estilo lo impide, apela a una reacción básica: mover la cadera, menear las nalgas. Pero haciendo un esfuerzo más allá de la emotividad que producen los ritmos en 2/4, esos que siempre obligan a dar un paso para acá y otro para allá, voy a escribir sobre esta música.
Estoy seguro que muchos lectores pensaron casi de inmediato en Los Ángeles Azules, grupo insignia de la cumbia chilanga. Y nada, que puedo afirmar con seguridad que la cumbia de calidad en este país se hace en dos ciudades y nada más: Torreón y Monterrey. Pueden existir, por supuesto, algunos grupos diseminados en el país, pero no existe ninguna ciudad que pueda jactarse de ser semillero cumbiambero como lo son estas dos ubicadas en el noreste. A diferencia de otros estilos creados para bailar, es en el norte donde se ha revolucionado, donde se reinventa y se ha llevado a lejanas alturas musicales. La cumbia, uno de los ritmos favoritos de los mexicanos, ha hecho un largo, largo viaje desde Colombia hasta acá. Más lejos aún en el desierto. No hay nada geográfico a donde pueda anclarse. Ni selva ni playa, en cambio tenemos mucho sol y tierra, pero ahora es parte del sonido diario de Torreón.
Monterrey tiene una cumbia especial, su tiempo está cortado a la mitad y proviene de los barrios bajos de la metrópoli norteña. Originalmente, cuando los cholos ponían sus cintas, disminuían el pitch de la grabación un poco, no más de 20%. Así nació la rebajada y permite el paso suave, despacito, meneando los huesos con lentitud, casi parece que no sucede nada, pero todo el cuerpo late junto al ritmo. Para entenderlo mejor se debe pensar en que Celso Piña, después de escuchar a los sonideros de Monterrey, decidió que esa cumbia podía tocarse con todo un grupo. Después de eso, esta música no fue la misma.
El origen de la cumbia lagunera se puede encontrar en Matamoros, Tamaulipas. Rigo Tovar, multiinstrumentista amante de todos los géneros, educado musicalmente en Texas y revolucionador de la cumbia, decidió que no podía abandonar el rock que lo hacía feliz e incorporó los instrumentos eléctricos en la música tropical. Es él quien de verdad le dio un soplo distinto a este ritmo y de donde aprendieron los músicos laguneros.
Rigo fue un genio musical, no sólo al incursionar en todos los géneros sino al hacer que todos se entremezclaran sin ningún pudor. No sólo modernizó la música popular, sino que también la introdujo al pop alejándola del simple estudio sociológico. Elevar a Rigo a categoría de genio musical, después de estudiar lo que logró en poco tiempo y con conocimientos teóricos limitados, no parece complicado de afirmar.
El sonido de Rigo aparece en Torreón, gracias a distintas familias que se dedicaron a la música a partir de los sesentas. La mayoría, como él, querían rockear, pero ya sabemos que la vida es dura y nunca acaba. Todos tuvieron que hacer a un lado el género y tocar variedad. Algunos vivieron de la música versátil durante años, otros volvieron su mirada a la cumbia sin dejar a un lado sus instrumentos. Adiós a los metales y el contrabajo. Guitarras, bajo, batería y teclados era suficiente para cumbear sabroso. Todos tenían trabajo, la zona roja de la ciudad nunca dejaba morir. En ese contexto, apareció Tropicalísimo Apache.
Apache, como le decimos entre amigos, aceptó los metales como parte fundamental de la cumbia, pero el sello es un tumbao en el piano más cercano al son que a la cumbia y una apuesta, por cierto, al minimalismo instrumental. Además, algo fundamental en toda canción de Apache es que las letras están bien construidas. Cuando digo lo anterior me refiero a que rítmicamente no sólo encaja con las armonías, sino que su verbalización no se empantana.
Ahora, volteemos hacia la Ciudad de México y los sobrevalorados Ángeles Azules. Si algo tiene el grupo de Iztapalapa es la repetición infinita de la misma canción. Y tal vez esto tiene que ver con el uso indiscriminado de una fórmula en exceso simple. Porque sí, la cumbia suele ser sencilla, pero este grupo lleva la simpleza en su ADN. En la entrevista-crónica publicada por Aníbal Santiago en Gatopardo en mayo del 2013, todas las costuras del grupo aparecen involuntariamente. Por ejemplo, el compositor principal explica sus formas de crear canciones: “A todas horas y en cualquier lugar compongo. Por ejemplo, ahorita (…) antes que me maquillaran me senté e hice una canción (…) ‘Cómo es el amor tan bonito, grande tan dulce y tan generoso/ me siento bien amándote/ entregándome todito completo”. Ay, carajo.
De la misma manera creó su único éxito: “Cómo te voy a olvidar”, una composición tan simple y aburrida que era imposible evitar su crecimiento masivo. Lo dirán una y otra vez, la música para bailar se siente, no se analiza. Quiero que alguien diga eso de nuevo después de desmenuzar ese hit tropical. No hay argumentos para defender algo así.
Sus versos no sólo son cursis, tanto que dan ganas de vomitar, sino que además la construcción sintáctica de sus letras es fallida. Esto se puede confirmar con el coro de “17 años”, me atrevería a decir que es el peor coro escrito en la historia de la cumbia, pero me acusarían de exagerado.
En caso de que alguien quiera debatir la importancia musical de Los Ángeles Azules, entonces es momento de voltear de nuevo hacia el norte. No sólo en Monterrey reinventaron un ritmo que existe desde el siglo XIX, sino en Torreón, de nuevo, un grupo empujó el sonido hacia nuevos horizontes. Los Chicos de Barrio irrumpieron en el 96 con el disco Triste Lagunera, en él, aparece la primera modernización de la cumbia a nivel nacional y desde entonces, el término cumbión se vuelve parte del paisaje lagunero. Si en Monterrey nació la rebajada, en Torreón el cumbión se asentó con sus pantalones tumbaos y su rápido ritmo.
Pensemos en una cumbia con prisa, acelerada, que necesita ir a toda velocidad porque si no le bajan a la morrita. Eso es el cumbión. A todo eso hay que agregarle que es música urbana por completo, adopta la esquina, la calle, el transporte público como su entorno natural. La combinación musical es variada: hip hop, reggae, vallenato, salsa, rock, pop, electrónico. Como se puede ver la cumbia es apenas la base de un sólido edificio que consintió el crecimiento de múltiples grupos y su internacionalización continua.
Algunos ejemplos permiten entender mejor toda esta palabrería, escúchese “El baile del gavilán”, “Dominando y controlando” o, mejor aún, “Mucha lucha”. Pronto cualquiera observará que los pies comienzan a moverse al ritmo, la cadera viaja de un lado a otro, los hombros se balancean y las manos imitarán el movimiento del güiro en automático. El cumbión abraza rico y apretadito, es imposible escapar de él. Hasta el rockero más intolerante caerá confundido.
Hace poco, en un bonito arranque de populismo, el gobierno municipal de Torreón contrató a Los Ángeles Azules para celebrar el día de las madres en un concierto masivo gratuito. Ya antes habían visitado la ciudad y jamás fracasan al arropar multitudes. Las cifras oficiales dicen que 80 mil personas estuvieron ahí siguiendo los ritmos de la cumbia chilanga. Tal vez una cifra exagerada, propia de administraciones a punto de entrar a las batallas electorales. En fin, más allá de esas tonterías, deseo terminar pensando que, aunque se puede analizar la cumbia, porque todo aquello que proviene del ser humano también es digno de intelectualizarse, no puedo explicarme el efecto que tiene la cumbia chilanga en la población norteña. Incluso estoy convencido que cualquier norteño afirmará la superioridad de los músicos cumbiamberos de acá sobre los de la Ciudad de México, y, a pesar de todo… si en una rosa estás tú, en cada respirar estás tú.