Creo que no existe (o no debiera existir) personaje intocable para la literatura y el periodismo en cualquiera de sus géneros; lo que hay en todo caso son referentes éticos para construir por ejemplo alguna biografía, autorizada o no.
He leído alrededor de treinta biografías y entre ellas he disfrutado y aprendido más cuando el biógrafo pone de relieve los aportes del autor y el contexto –esto no es menor pues es nudo central de este tipo de trabajos– en el que los desarrolló. Así, me impresionó el trabajo de la escritora Evelyn Beatrice Halla (la auténtica autora de la frase que habitualmente se atribuye a su biografiado Francois Marie Voltaire) tanto como el de David Friedrich Strauss sobre el mismo intelectual francés del siglo de las luces. Cada uno con su enfoque y sus relieves (la autora inglesa enfatizando, digamos, en la organización del estado laico y la libertad mientras que el escritor alemán subrayando la relación de Arouet con las iglesias y la religión), ambos sólo esbozaron situaciones vivenciales cuando lo consideraron conveniente como parte de ese contexto antes mencionado, pero jamás hicieron hincapié, digamos, en los problemas estomacales ni en los amoríos que tuvo su biografiado.
Hay estampas biográficas que también disfruto mucho, como las que ha elaborado Fernando Savater en por lo menos tres libros (precisamente sobre el mencionado Voltaire, Rousseau e innumerables filósofos, economistas y políticos: Kant, Marx, Sócrates, Schopenhauer, Hegel y tantos más); me aportan dado que ofrecen la miga vivencial de los personajes –aficiones, gustos y obsesiones– para dibujar al hombre en su circunstancia y apreciar sus definiciones y sus alegatos. Sin tener en cuenta los males de amor que vivió Rousseu no podemos saber una de las principales fuentes de inspiración de Emilio o si ignoramos el papel de Engels en la vida de Marx, no tiene caso leer los ardores del autor de El Capital con su sirvienta, con la que tuvo un hijo; tampoco sería básico saber que Lennin murió de sífilis si no estuviera tan extendida la especie de su probable envenenamiento. No interesaría saber que alguna vez el señor Nietzche gritó en una plaza para deplorar el castigo que recibían unos caballos si no es porque fue la última vez que se le vio cuerdo; no podríamos comprender las formidables circunstancias adversas que vivió Gramsci sin tener en cuenta su enfermedad crónica, que le inyectaron cianuro y que mientras él estaba en la cárcel su amadísima esposa visitaba muy frecuentemente los aposentos de otro hombre. Y así.
También hay biografías que intentan desacralizar al personaje histórico, incluso aunque no se lo hubieran propuesto; por ejemplo Tatiana de Tolstoi que, al intentar que se revalorara a su padre, elaboró un perfil conmovedor e indignante por el trato que el escritor dio a su esposa a la que siempre regateó incluso las aportaciones que hizo a sus novelas, además de todo ese sufrimiento atroz que Sofia, padeció lo mismo para ser la única responsable del cuidado de los hijos que para mirarlos morir por falta de atención. Ayudan esas estampas, sin duda, por ejemplo para entender esta frase de León Tolstoi: “No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás”, y eso fue lo que hizo el novelista ruso: vivió para los demás y fue feliz, según dijo instantes antes de morir. Feliz, sí, como se lee, aunque al vivir para los demás hubiera arrebatado a su esposa y a sus hijos su casa y sus terrenos, dejándolos apenas con lo mínimo para comer y en ocasiones ni eso, todo porque el genio Tolstoi optó por seguir los pasos del señor.
Desde mi punto de vista un buen intento de desacralización es la biografía hecha por Manuel de la C. García Paz sobre Johann Wolfgang von Goethe. Creo que es un espléndido retrato del poeta y escritor, sobre todo porque cada dibujo personal nos permite acercarnos más a su obra, entenderla y disfrutarla todavía más. Los tormentos de abajo de la bragueta de Goethe están reflejados en El Fausto con una claridad enorme tanto como su ambición de estadista.
(En otra ocasión reseñaré otras extraordinarias biografías como las de Donald Spoto y Marie Cayton sobre Marilyn Monroe e incluso la que hizo Paco Ignacio Taibo I sobre María Felix me parece precisa e inteligente; su enfoque: cómo fue que el cine construyó a la mujer.)
Como ocurre en todos los ámbitos, también existen biografías que son auténtica basura, por lo menos para mí, porque distorsionan hechos históricos, promueven datos falsos o simple y llanamente porque sólo atienden a lo superficial cuando no alientan al morbo al entrometerse en la vida privada e incluso íntima de los personajes públicos (aunque reconozco que hay sabrosas autobiografías -entretenidas, no más- como las hechas por la indonesa y prostituta Xaviera Hollander y la mexicana y actriz Irma Serrano).
Cuando leo que Braulio Peralta hizo una biografía de Carlos Monsiváis y leo el avance que él mismo escribió así como la manera en que su editorial la promueve, comprendo que el libro es una de esas basuras en donde lo que priva es el ojo entrometido y morboso en la vida privada e íntima del escritor y cronista, y sin que ello ayude al lector a comprender más su obra al mismo tiempo que darle dimensión humana al personaje. Desmitificar a alguien poniendo el acento en lo que ocurrió abajo de su cintura no sólo me parece insustancial sino con poca entereza ética. Tampoco me parece un trabajo valiente porque se emprende no desde la distancia que dan los años (Evelyn Beatrice Halla hizo la biografía arriba citada cien años después de la muerte de Voltaire), sino cuando aún está fresco el fallecimiento de Monsiváis, por lo que es inevitable anotar que Peralta no tuvo los arrestos suficientes para publicar antes lo que ahora publica, cuando el cronista ya no puede defenderse. Así es que mi planteamiento no pasa por asustarse de que en una biografía se develen aspectos muy personales, no. Mi planteamiento cuestiona la frivolidad, el sensacionalismo que narra "El clóset de cristal" de Carlos Monsiváis.