Príncipes y princesas
Cada tercer día era la cita, se veían exactamente a la hora convenida. Mariana siempre tenía un nudo en el estómago cuando veía el punto azul que la esperaba. Se
https://naavagreen.com/wp-includes/fonts/depo-25-bonus-25/
Cada tercer día era la cita, se veían exactamente a la hora convenida. Mariana siempre tenía un nudo en el estómago cuando veía el punto azul que la esperaba. Se
Mi cuerpo yace tendido junto a un arroyo; hay demasiada vegetación, flores, hierba. El agua me atraviesa, moja mis muslos, la tierra se amolda a mis pies. La mitad de
Soledad vivía sola. Siempre le agradó la sensación de no tener a nadie cerca. Eran ella, sus hábitos, horarios y su territorio convertido en fortaleza. Entre ventanas selladas, cortinajes pesados
Natalio vivía desde hace años en una casa muy grande. Todos los días eran iguales al frío que lo hacía acurrucarse y abrazarse a sí mismo cada noche. La naturaleza
Viernes por la tarde, caluroso con un viento que agita los árboles. Julio caminaba a su casa, quizá el tedio de los eternos reclamos de su novia hacían lentos sus
La vida no trae instructivo. No contamos con los obstáculos o los cambios en el camino. Aún así, ¿alguna vez han tenido un sueño? Conocí al Homie y sus amigos,
Larry Mont era el apodo de Eleuterio Montealbán, un hombre repulsivo. Alto, de piel blanca, nariz an-cha, labios gruesos y resecos, mirada lasciva. Vestía, eso sí, trajes y camisas impecables.
Era una tarde cálida. Una chiquilla vestida de azul jugaba sola en la calle, corría de un lado a otro con los brazos extendidos y la cabeza que volteaba hacia
Estoy sentada en la jardinera. Frente a mí juegan unos niños. Me recuerdo a su edad, vestida de muñeca, blanca palomita con voz estridente que gustaba del desastre, pero llena
Es la ley del barrio uno tres, lo que vivo a diario, como ves, andamos bien locos sondeados, cholas y cholos puros mexicanos. Se raparon el coco y se pusieron
Cuando despertó le dolía el alma y la solución era el alcohol. El dolor de cabeza era insoportable, tenía la boca seca y los ojos le ardían. Se escondió del
Mileena se ocultaba el rostro con un pañuelo, tenía dientes afilados y prefería no mostrarlos. Iba sin rumbo por la calle, no podía detenerse. Eran sus acostumbradas caminatas rápidas por
“Soy un ave que canta muy feliz”. Esas fueron las primeras palabras que escribí a la edad de seis años. Paradójicamente, el universo de mis letras oscureció poco a poco
Victoria abrió los ojos. Tenía el cabello alborotado y un pijama holgado de niña. Se miró en el espejo, se observó. A veces se preguntaba cómo una mujer bella podía