Hay que cambiar el modelo político, no el económico. Entrevista a Macario Schettino

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El dilema que enfrenta el país va más allá de un liderazgo autoritario que se ha encubierto bajo el eslogan de una presunta transformación, lo que es más un síntoma que el problema principal. Es un choque entre la modernidad y la sociedad tradicional, en el que es imperativo cambiar el modelo político con el que se ha manejado la economía en México.

 

Ese es la alternativa de fondo que plantea Macario Schettino en su libro más reciente, El dinosaurio disfrazado. De opositor a demagogo (Ariel, 2023), en el que continúa su duro análisis del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, ahora con énfasis en el aspecto político después haber analizado el socioeconómico en México en el precipicio, su obra anterior.

 

Sobre la realidad política y social del país, Schettino dice que estamos en un caos “resultado de la indecisión social. El conflicto entre la sociedad tradicional y la moderna, que no ha terminado, eleva su complejidad cuando el contexto global es de mayor incertidumbre, como lo es hoy”.

 

Acerca de ese trabajo conversamos con Schettino (Veracruz, 1963), quien es doctor en Administración por la Universidad de Texas en Austin y que ha sido profesor-investigador de la Escuela de Gobierno del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Ha colaborado en publicaciones como El Financiero, El Universal, Milenio y Nexos, además de ser autor de una veintena de libros.

¿Por qué un libro como el suyo, sobre todo después de su libro anterior, México en el precipicio, en el que ya trataba de manera muy severa al actual gobierno?

 

Fue idea de Gabriel Sandoval, el director editorial de Planeta, que el año pasado me sugirió escribir México en el precipicio, y a fines de año que tuviéramos una continuación ya no en la parte económica sino más bien política, y él mismo sugirió el título: El dinosaurio disfrazado.

 

Basado en eso, traté de construir algo que pueda ser útil para entender lo que vivimos hoy en México y lo que puede ocurrir después.

En el libro se plantea que Andrés Manuel López Obrador es el “dinosaurio disfrazado” que busca una restauración autoritaria. ¿Cómo fue posible que, ante los avances democráticos que había en el país, ahora tengamos en una posición con tanto poder a alguien que va en sentido contrario de aquellos?

 

Es un fenómeno global porque en el mundo ha habido un retroceso de la democracia, y han llegado personajes como López Obrador a gobernar en otros países; es el caso de Donald Trump en Estados Unidos, que también intentó destruir la democracia en su país, pero afortunadamente fracasó. Pero creo que esa es, en parte, la razón por la cual el tabasqueño pudo ganar en 2018.

 

En el mundo en general las personas están votando por alguien que imaginan que es externo al sistema de partidos, y aunque López Obrador ha vivido 50 años en partidos políticos, la gente lo interpreta como alguien fuera de ellos porque como siempre se anda peleando, pues las personas dicen “este no es del sistema”.

 

Ya llegó, ya gobernó, ya lleva cinco años, ya destruyó todo lo que pudo y todavía probablemente intente más, pero creo que la gente ya habrá percibido que realmente no es una persona que venga de fuera del sistema sino que quiere restaurar lo que vivimos en México hace 50 años.

Al respecto, dedica usted una parte del libro a las que llama “voces públicas”, los intelectuales, los profesionales de las ciencias sociales, comunicadores, literatos, actores, músicos que creyeron en López Obrador. Ahora muchos de ellos evaden la autocrítica y prefieren alegar que fueron engañados y traicionados. ¿Qué evidencias había antes de 2018 de que el tabasqueño se iba a comportar de la manera que lo ha hecho ya en el poder?

 

Había muchas: primero, su gobierno en la Ciudad de México, cuando estuvo enfrentando continuamente al gobierno federal, inventó la idea de la conferencia mañanera para controlar la agenda informativa, utilizó los recursos que debían haber sido para el mantenimiento de la ciudad para empezar a repartir dinero a votantes futuros o potenciales, como los viejitos, en aquel entonces.

 

Era muy autoritario al interior de su gobierno, y cualquiera que más o menos tuviera información lo sabía. Esto, evidentemente, no era transparente para el público en general, pero para alguien que se dedica a las ciencias sociales o a la comunicación sí debía haberlo sido.

 

La respuesta a su derrota de 2006, su invención de un fraude que nunca existió, su “gobierno legítimo”, eran una señal más de que estábamos frente a un personaje profundamente autoritario.

 

Sí había evidencia abundante, e insisto que a la mejor el público en general no la percibe, pero una persona que se dedica a esto sí debía haberlo hecho. Pudieron no hacerlo porque no saben de su tema o porque no querían verlo, que es lo que pienso que ocurre, y por eso ahora dicen que los defraudaron y que no les cumplió, aunque algunos de ellos ya estarán listos para apoyar a la señora Claudia.

En la parte final del libro usted hace una reseña histórica de la modernidad política y social propia de Occidente que es la conquista de la democracia, del individualismo, el liberalismo y el libre mercado. Pero los países la tienen, como dice Joe Henrich, son países “raros”, “extraños”. ¿Cómo México puede recibir estas ideas cuando, justamente como usted dice, este es un hábitat muy propicio para el crecimiento del dinosaurio? Por ejemplo, de las cinco etapas históricas de México que usted menciona desde la Independencia, en 200 años apenas 30 han sido de transición a la democracia. En ese contexto, ¿cómo puede México avanzar hacia esos ideales occidentales?

 

Es un proceso lento que no ocurre de un día para otro. Puede agilizarse o puede frenarse; creo que el tiempo en el que estuvimos en democracia ayudó a ir construyendo instituciones que lo fortalecen, pero ahora, en el tiempo que hemos estado bajo este gobierno que ha destruido instituciones, hemos tenido un retroceso.

 

Lo que quiero dejar muy claro en ese capítulo es que el problema no es exactamente López Obrador, quien es un caso extraordinario porque es una persona muy limitada, con muchos problemas ya incluso mentales, sino que esto puede seguir funcionando así porque la gente sigue queriendo tener a alguien que le resuelva la vida porque no se han convencido de la importancia de actuar como individuos.

 

Esto es un fenómeno no sólo de México: toda América Latina adolece de lo mismo, e incluso hasta Europa: el origen de la mafia es precisamente una estructura social como las que describo al final del libro, que creo que tiene mucho que ver también con el crecimiento del crimen organizado en México.

 

Ya no entro en ese detalle en el libro, pero la idea es semblantear cómo es nuestra sociedad para entender por qué tenemos ese tipo de gobiernos.

En esa parte del libro hace referencia a los trabajadores que ha hecho Nexos en los últimos años con encuestas sobre los mexicanos, y encuentra usted que uno de los sectores que allí se señalan, los “soñadores esperanzados”, son los seguidores de López Obrador, de los que dice que han dejado de sentirse sin país para transformarse en gente muy esperanzada, pero usted cuestiona qué pasará con ellos cuando llegue la desilusión.

 

La definición del grupo la hace Nexos; yo simplemente tomé sus datos, cito su información y menciono cómo la trabajan ellos. Pero ese grupo está formado por personas mayores de 55 años, ubicadas principalmente en el sur del país, con niveles educativo y socioeconómicos bajos. Fue el grupo que más se emocionó con López Obrador y que está recibiendo recursos a través de dinero que reparte el presidente en sus programas, en especial el de las pensiones no contributivas.

 

Ese grupo ha adorado desde siempre a López Obrador, votó por él en 2006 y sigue queriéndolo mucho. Pero conforme se complique el pago de las pensiones, cuando la situación económica muestre que el camino que elegimos no es correcto, muchos de quienes lo integran se empezarán a decepcionar; pero el asunto es que, cuando eso ocurre, entre la población se necesitan mecanismos para procesarlo y que la gente no se ponga violenta.

 

Esa es la parte que a mí me preocupa: este año muchos se irán dando cuenta de que las promesas de López Obrador no se van a cumplir. Buenos ejemplos es lo que pasó recientemente en Dos Bocas, que siempre no va a refinar lo que dijeron, pero además no está operando, y también con el Tren Maya, que cuando le fue bien en su primer recorrido alcanzó 60 kilómetros por hora. Eso es un fraude, y la población va a comenzar a sentirlo, más allá de que el presidente controle la agenda a través de sus mañaneras y también a los medios de comunicación masiva. Creo que la gente se va a comenzar a enojar.

En el libro traza la trayectoria del echeverrismo hasta la fecha, con los grupos que fueron afectados desde los años ochenta y que se mantienes hasta ahora, a los que vincula con un sector de académicos de la Facultad de Economía de la UNAM. ¿Cómo ha transitado hasta ahora ese grupo político?, ¿cómo ha sobrevivido?

 

El echeverrismo es una ruptura al interior del PRI: cuando Luis Echeverría llegó al poder desplazó a quienes habían estado gobernando los 25 años anteriores. Me refiero esencialmente a quienes llevaban la parte económica del país, a los que remplazó por personas en las que él confiaba porque hablaban el mismo lenguaje porque todos eran muy de izquierda. Es este grupo de la Facultad de Economía al que me refiero, y que es del que eventualmente apareció Muñoz Ledo, por poner a alguien que la gente de hoy conoce. Ese grupo controló no sólo el periodo de Echeverría sino también el de López Portillo, con sus variantes, y gracias a esos dos gobiernos se vino abajo el sistema económico mexicano.

 

Tuvimos que dedicar mucho esfuerzo para salir de las crisis en que nos dejaron; no se les permitió participar en la siguiente selección del candidato, y fue cuando ellos se salieron: Cuauhtémoc, Porfirio, Ifigenia y muchos más. Entonces construyeron un dinosaurio de otro color: el amarillo, que es el PRD. Este, en el fondo, representa al echeverrismo desplazado del PRI, e intentó llegar al poder, aunque no lo logró.

 

Allí se desarrolló López Obrador, que destruyó a todos sus amigos para convertirse él en el único personaje importante en el PRD; cuando esto se le complicó, se fue del partido y construyó su dinosaurio morado, y logró el triunfo en 2018 por las circunstancias internacionales que ya comenté y por otras razones propias de México.

 

López Obrador se instaló en el poder, desde donde ha ido destruyendo todo lo que habíamos hecho desde la crisis producto de Echeverría en adelante. Nos habíamos estado recuperando, pero todo eso es lo que él cree que está mal y lo tira. Quiere volver a hacer políticas que se hacían en la época de Echeverría, que es lo que está ocurriendo hoy. El resultado es muy malo: cualquiera puede identificar que las cosas hoy no están funcionando bien.

En ese tránsito, ¿qué pasó con la izquierda más tradicional? En el libro usted hace un recuento desde los años ochenta, rastrea el uso político del término “dinosaurio” en un congreso del PCM de 1980, reseña sus procesos de unificación y la llegada de los echeverristas. Usted dice que estos a aquella le dieron la posibilidad de arribar al poder, pero al costo de la conciencia.

 

La izquierda en México siempre ha sido muy pequeñita, y la mayor parte de quienes la conforman son una mezcla entre el marxismo vulgar, los manuales de Martha Harnecker, y el nacionalismo revolucionario de Cárdenas; por lo tanto, no es democrática.

 

Esto ha sido un problema; ha habido unos pocos de izquierda que se han ido convirtiendo en demócratas (Roger Bartra es un excelente ejemplo), pero son un puñado. La mayoría realmente lo que quería era llegar al poder, y cuando vieron la oportunidad por el jalón de masas que tenía Cárdenas, todos se sumaron y acabaron convertidos al nacionalismo revolucionario. Algunos venían del maoísmo y otros del estalinismo, pero todos acabaron en el echeverrismo, que es la razón por la cual nunca aportaron ideas propiamente de izquierda. Uno puede identificar pocos ejemplos: a la mejor el trabajo de Marcelo Ebrard en la Ciudad de México queriendo construir una ciudad más vivible podría ser algo socialdemócrata, y, sin duda, lo que hizo Rosario Robles cuando impulsó leyes a favor de los derechos reproductivos en la ciudad.

 

Pero, en lo general, el PRD no fue de izquierda, sino echeverrista.

Otra parte inquietante del trabajo es un tema que usted esboza: que las transformaciones sociales y políticas están vinculada con cambios comunicacionales, especialmente en los periodos de incertidumbre. ¿Cómo se vinculan los desarrollos tecnológicos de las últimas décadas, especialmente internet, con el avance del populismo tanto a nivel internacional como en el caso de México?

 

Esa es una hipótesis mía. Mi argumento parte de que para que la sociedad funcione necesitamos tener ideas comunes en temas muy básicos acerca de qué se puede hacer, qué no, qué está bien, qué está mal. Esas ideas comunes resultan de los cuentos que aprendemos desde niños, de manera que esto tiene que comunicarse a todos para que más o menos podamos vivir en paz.

 

Cuando hay una transformación comunicacional el tipo de ideas cambia, lo que provoca un choque entre la moral vigente y la nueva. Eso es lo que genera una gran incertidumbre. Esto ocurrió cuando apareció la imprenta en el siglo XV, cuando surgieron los periódicos en el XVIII, con la llegada de los medios masivos a inicios del XX y ahora recientemente con las redes sociales.

 

Este último gran cambio es el que puede ser más interesante porque fue dejar atrás un siglo XX en el que en cada país había prácticamente una sola fuente de información. Aquí en México era Jacobo Zabludovsky, que nos transmitía la información todas las noches, la que aparecía en los dos o tres periódicos que había, de manera que todos pensábamos más o menos lo mismo y discutíamos los mismos temas.

 

Eso fue lo que se rompió con internet: las fuentes de información, con distinto nivel y todo lo que uno quiera, son un montón, y en algunas de ellas se habla de temas que les interesan a grupos muy pequeños: de cómo rescatar perros callejeros, cómo acabar con las corridas de toros, cómo instalar ciclopistas, que son asuntos que no pueden interesarle a la población en su conjunto, pero que a cada grupo le parece lo más importante.

 

Eso destruye la utilidad de los partidos políticos, que sirven para discutir los temas nacionales; por eso existieron durante el siglo XX y por eso hoy, en todo el mundo, la gente no los quiere.

 

En todo el mundo, desde 2008 hasta ahora, el que gana es el que viene de fuera del sistema de partidos, como fueron los casos de Trump, López Obrador, etcétera. Esa es la gran transformación que estamos viviendo hoy, y en algún momento vamos a poder construir una moral que sea apropiada para las redes sociales y esto se va a tranquilizar.

 

Pero para eso falta un buen rato, no va a ser algo que ocurra este año o el próximo. Entonces vamos a seguir en esta sensación de incertidumbre por un tiempo.

Hay otro factor que menciona sobre la transición democrática en el país que es el crecimiento de la violencia, que se extendió también al ámbito político, y que inició, señala usted, con la estadía de Manuel Bartlett en la Secretaría de Gobernación. ¿Cuál ha sido el peso de esta violencia que se desató especialmente desde los años 80 y que se ha ido agravando hasta ahora tener más de 160 mil personas asesinadas en el sexenio actual?

 

La violencia en México fue muy alta al inicio del siglo XX, pero el país se fue serenando. Estaba acotada a ciertos ámbitos: en los años 70 la mayor parte era rural, y la que estaba ocurriendo en la ciudad a veces estaba asociada, por un lado, con la guerrilla y, un poco menos, con el narcotráfico. Pero desde el gobierno se atacaba a estos dos de la misma forma.

 

En los años 80 esto se extendió a los medios de comunicación, como el asesinato de Manuel Buendía, y a personas del exterior que estaban en México: es el asesinato de Camarena. Después llegó a la política con el asesinato, por un lado, del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, y después, por otro, de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.

 

Esto ocurrió en un periodo que arrancó en los años 80 y siguió hasta el sexenio de Salinas; en esta parte Bartlett fue secretario de Gobernación. Pero a partir de 1997 se vino abajo el régimen de la Revolución y entramos en la democracia; pero muy poco antes de esto fue asesinado el Señor de los Cielos y se acabó el control de una persona sobre todo el crimen organizado. Entonces entramos en un proceso de dispersión que fue haciendo que la violencia fuera creciendo, con un Estado que cada vez tiene menos capacidad de enfrentarla.

 

Eso es lo que trató de detener Felipe Calderón y que se descompuso con Enrique Peña Nieto, quien le encargó a Miguel Ángel Osorio Chong el problema, pero este quería ser candidato presidencial, así que no lo atendió mucho.

 

Con López Obrador esto lo soltaron por completo, y es el proceso en el que estamos. Lo describo un poco para que sea más fácil de entender para la población por qué este es un problema muy complicado y de muy largo plazo.

En el libro hay una frase muy fuerte: generalmente se dice que hay que cambiar el modelo económico, pero usted afirma que el que debe ser cambiado es el político. ¿Por qué?

 

Porque lo que ha dañado a México es el modelo político. Eso debería quedar muy claro para todos: durante el siglo XX este es el que controlaba la economía. Desde la política se decidía quiénes iban a ser los empresarios, que eran los amigos de los políticos o ellos mismos, y son los que hoy siguen siendo la mitad de las grandes fortunas personales, los que viven de las concesiones: Azcárraga, Salinas Pliego, Slim, Larrea, Bailleres, quienes hicieron su fortuna alrededor del PRI. Para mantener esas fortunas la economía tenía que estar cerrada, que es lo que tratamos de resolver, primero, al entrar en el Tratado de Libre Comercio, y luego con las reformas de Peña Nieto a las que me refiero en el libro. Eso es lo que permitiría un mercado abierto para tener éxito, y no nada más los que son amigos del presidente.

 

Hoy estamos otra vez en eso: son los amigos del presidente, los que fueron a pasear en el trenecito con él, los que reciben ayuda, y los demás que le hagan como puedan.

Hacia el final del libro usted plantea que el conflicto del país, que va más allá de López Obrador aunque es el gran emblema de una de las partes: la modernidad occidental con incertidumbre, y la permanencia de la sociedad tradicional, agresiva, permisiva, que cree en las utopías. ¿Esa es la diputa hoy por el alma de México?, ¿la disputa es entre la modernidad y la sociedad tradicional?

 

Eso es lo que creo: es la gran disputa en todo el mundo en los últimos 500 años. La aparición de la modernidad fue la que nos trajo la generación de riqueza, la democracia, los derechos humanos, la ciencia; pero, del otro lado, a la sociedad tradicional eso no le gusta porque trae consigo mucha incertidumbre, por lo que ha tratado de frenar constantemente esa modernidad. Lo ha hecho con el proceso de la Reforma y la Contrarreforma en el siglo XVI, con el romanticismo del siglo XVIII, con las utopías de religiones laicas del siglo XX, con los totalitarismos y ahora con ideas identitarias en las que todo mundo se siente agraviado por los demás. Por ello necesita un padre que le resuelva la vida, y vota por Trump, Andrés Manuel, Bukele y otros por el estilo.

 

Eso siempre ha traído y seguirá trayendo consigo destrucción, pobreza y violencia. Eso es lo que hay que resolver, y es un proceso lento.

 

México está metido en eso, por lo que también es tan irrelevante América Latina a nivel global. La fuerza de la tradición católica, sumada a la visión indígena, a lo que nos ha llevado es a no poder generar conocimiento ni riqueza, ni a mantener la democracia. Todo esto tiene el mismo origen: no queremos aceptar la construcción del individuo y la incertidumbre que lleva consigo. Eso es lo importante hacia adelante.

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