La frágil cultura política mexicana

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Creo que (casi) nadie puede negar el desgaste de la democracia mexicana y los riesgos que enfrenta. Ello se debe a diferentes y complejas causas; anoto y desarrollo esquemáticamente una de ellas: la fragilidad de la cultura democrática:


1. Esta es una de las principales taras: no asumir a la democracia como un proceso inacabado e incierto –y que incluso en sí misma comprende los riesgos de una involución autoritaria– al significar un proceso, no cabe la expectativa providencial de que un solo personaje político, quien quiera que sea, puede decretar la solidez de la democracia. El reino de dios en la tierra no existe, existen seres humanos que procesan sus diferencias con mayor o menor grado de civilidad y eso define la calidad de la democracia.


2. Creer que los problemas del país se borran de un plumazo desapareciendo también de un solo plumazo a la corrupción, así, como por acto de magia. Nada más hay que arrebatar la patria de las garras de los malos, y listo.


3. La expandida creencia de que los acuerdos entre políticos son malos por definición ya que son sinónimos de transa, cualquier cosa indebida o nada más consecuencia de abandonar los principios. Ello implica creer que el partido que no hace pactos o los denuncie es mejor que los demás partidos, cuando la política, en el marco de la pluralidad, implica siempre el reconocimiento de las posturas y los intereses del otro y ello significa pactar.


4. ”Acordaron en lo oscurito”, dice el político puro que es aplaudido por el ciudadano puro; pero dígase lo que se diga, los acuerdos son imposibles a la luz de la esfera pública, la defensa de los intereses de los partidos se procesa en privado, aunque sus efectos sean públicos. La política no puede ni debe ser la práctica que desempeñan las personas en un circo romano o en el Estadio Azteca. (Hasta los políticos puros y los ciudadanos puros saben que acordar es una actividad compleja que requiere siempre de la mayor discreción posible, nada más que aceptarlo los aleja de su propia, falsa identidad).


5. Considerar que una sola opción política puede representar las expectativas nacionales y por ello descalificar siempre al otro actor porque: 1) ha celebrado pactos políticos y 2) porque no representa al pueblo.


6. Asumir que en el país existe “el pueblo”, un monolito de expectativas y no la sociedad que es diversa y plural, en la que se asientan precisamente los partidos políticos. Ese enfoque, el del pueblo, implica que éste solo tiene un representante o un defensor y que los demás solo buscan –tienen fines aviesos por definición– atentar contra ese mismo pueblo.


7. Proclamar que México está dividido en partidos políticos corruptos y ciudadanos honestos que son las víctimas cuando, en realidad, en la compleja sociedad mexicana también se encuentran esas prácticas de ineficacia y actos indebidos. Por ejemplo, el Partido Nueva Alianza existe porque tiene votantes, nos guste o no eso a nosotros, y lo mismo sucede con el PRI, Morena y los demás partidos.


8. A propósito de la supuesta pureza ciudadana, amplias capas sociales pretenden abolir a los partidos políticos y a la política porque esta siempre tiene malos manejos (o algo así) como si existiera otra forma de convivencia entre las personas y como si esos ciudadanos puros en realidad fueran puros. La dictadura es el único entorno donde la política no es posible.


9. Una de las expresiones de esa pretensión de abolir a los “malditos partidos y los políticos” es pretender que estos dejen de tener financiamiento público (disminuirlo es otra cosa) cuando ello implicaría profundizar el riesgo de patrocinios indebidos. La democracia inacabada, o sea la realmente existente, implica la necesidad de una reforma y una vigilancia eficiente para verificar el debido empleo de esos recursos.


10. El cinismo de cuestionar actos de corrupción en el otro cuando ese cuestionador representa a todo un emblema de la corrupción.


11. Expedir carta credencial de pureza al actor político que pase a engrosar las filas del partido que representa al “pueblo”. Así, la frágil cultura democrática aprecia la “conversión” pero deja la evaluación específica del actor político.


12. Aceptar la impostura o la doble moral. Hay personajes que hacen política y pretenden que no se note su activismo, por eso tratan de parecer (a veces con éxito) intelectuales conscientes, ciudadanos combativos o periodistas independientes. Y sectores sociales aceptan la trampa o la falta de transparencia si se quiere, porque según ellos se enarbola por lo que consideran como buenas causas. Desde luego que esos personajes se emparentan con su opuesto, desde el orden oficialista, y también son muy intensos.


13. Privilegiar el insulto por encima del intercambio razonado e incluso legitimar la difusión de noticias falsas si ello va contra el enemigo de la causa.


14. La ley del talión es una de las prácticas más primitivas de esta frágil cultura democrática que implica festejar, promover o aceptar el ataque contra el político con quien no se coincide ya que él se lo merece porque (agreguen aquí la soflama que ustedes quieran o incluso los huevos que deban lanzarse porque, bla, bla, bla).


15. La frágil cultura democrática de la sociedad mexicana (que además es mayoritariamente conservadora) impide que tengan visibilidad temas como la legalización del consumo de la mariguana, la despenalización del aborto, las bodas gay o la eutanasia entre muchos otros asuntos que ahora son prácticamente intocables.


16. Que los medios simplifiquen la información o usen noticias cháchara para incrementar su número de lectores se debe a… los lectores mismos y su frágil cultura democrática.


Solo hay que asomarse un poco a las redes sociales para continuar con este listado, que es también un retrato de nuestra propia estrechez de horizonte.


Marco Levario Turcott

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