Durante su larga e incluso extenuante trayectoria como político de oposición, Andrés Manuel López Obrador tuvo los desplantes suficientes para que advirtiéramos su talante autoritario, en particular en relación con la prensa que le criticaba. Los grandes errores de administraciones pasadas, junto con su estela de corrupción, y el empecinamiento del tabasqueño, inhibieron la preocupación sobre el perfil intolerante a la crítica más aún, dentro de la fórmula maniquea de señalar enemigos donde hay adversarios o denunciar supuestas confabulaciones donde hay opiniones diferentes a la suya.
Durante su pasada campaña electoral y desde que asumió la Presidencia de la República, López Obrador ha fustigado una y otra vez a medios de comunicación y periodistas críticos de su discurso y sus actos de gobierno. (En contraste, durante este tiempo no ha tenido una sola palabra de empatía con los familiares de los 17 periodistas asesinados en lo que va de su sexenio).
El presidente no tiene errores, según su propia concepción, por ello quienes se los señalan, -políticos, empresarios, intelectuales o periodistas- buscan defender privilegios, son parte de una conjura o simplemente reciben incentivos económicos para ello; son, en ese enfoque, los enemigos del pueblo porque él, así se entiende, es el pueblo mismo, su encarnación.
El discurso de odio del presidente contra quienes disienten de él se expresa también en las redes sociales, como reflejo de sus millones de simpatizantes que coinciden con él y también como efecto de una política deliberada desde el propio gobierno para magnificar el apoyo y, claro, los ataques, a quienes le criticaron. Conforme se le va deshaciendo de las manos el país al presidente, esos ataques arrecian tanto en su discurso como en las redes sociales e insistimos, no sólo son contra los profesionales de comunicación y las empresas de medios. Y es que el perfil opositor de López Obrador no se diluye ahora que es presidente, más bien se enfatiza: necesita inventarse un enemigo formidable y eso lo intenta cotidianamente. (Así se explica su obsesión por el expresidente Felipe Calderón Hinojosa o Claudio X. González, por ejemplo).
Reforma está entre los diarios más atacados por Andrés Manuel López Obrador. En muchas ocasiones, el presidente ha tildado al medio de conservador o defensor de privilegios y, junto con ello, ha difamado a sus directivos; también ha mentido, por ejemplo cuando se apoyó en la conocida muletilla “¿Y dónde estabas cuando…?” reclamó al diario por no informar de algo que, en ese entonces, el diario no podía haber hecho sencillamente porque no existía.
En ese contexto de ataques, el diario denuncia la amenaza de un supuesto representante del narcotráfico en Sinaloa. El presidente condenó el amago pero inmediatamente después lanzó una serie de acusaciones al medio que vuelve a alentar el encono contra la labor informativa que le cuestiona.
Todo esto es inadmisible, por ello los editores de esta publicación rechazamos una vez más los ataques del mandatario contra la libertad de expresión y, simultáneamente, condenamos el linchamiento promovido por el presidente contra el diario Reforma.