“Creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.”
Lope de Vega
“The best lack all conviction, while the worst
Are full of passionate intensity.”
W. B. Yeats
Carthago delenda est, “Cartago debe desaparecer”, se decía en Roma para dejar en claro que no debía quedar huella de su enemigo africano. México vive un proceso masivo e integral de destrucción. La diferencia con Cartago es que aquí el destructor vino de adentro. Con la revocación/ratificación termina la primera etapa de una presidencia que se asumió como el pago tardío de una deuda nacional, la de no haber votado antes por López Obrador. Es importante verlo y verlo bien: durante buen tiempo se acumularon impaciencias que la mala fortuna cruzó con la persistencia de un grupo político radical, y radicalmente inepto, que se debilita con ciudadanía y se fortalece con clientelas; un grupo que, entre las rendijas de su estrechez intelectual, entiende y asume que sólo podrá perpetuarse pisoteando libertades, mutilando a los sectores privado y social, secuestrando la miseria de millones, arrasando con las instituciones de la República (una institución menos es un pendiente menos), llevando la arbitrariedad a nuevas honduras, y vendiéndose como un imposible siamés político, todopoderoso y víctima de todo.
Lo que sigue en este ensayo está a la vista de todos, lo que no significa, ni de lejos, que todos lo vean, lo crean, lo entiendan o les importe. Sólo es un intento para contribuir a los balances de lo que López Obrador y MORENA han significado para México.
Vacío intelectual e ineptitud rentable. Un catecismo peculiar. El lenguaje de la impotencia
A diferencia de otros proyectos políticos, la fuerza que hoy destruye al país desde el poder formal (con sus evidentes vasos comunicantes con otros mundos y submundos) no tiene identidad, contornos, ideas. Síntoma y causa de la mediocridad partidista, MORENA no ha producido un discurso, una cuartilla, algún párrafo que no sea un engrudo de absurdos y cursilerías. ¿Ideología? Para empezar, lo que llamamos ideología suele ser un revoltijo de juicios y prejuicios, adulterado por vicios y atemperado por valores. En no pocos casos, es coartada para proyectar una ambición, una personalidad, y pretexto para las venganzas y los ajustes de cuentas. El caso del gobierno y su partido es extremo, no porque no tengan una ideología, sino porque no han generado una sola propuesta viable para el desarrollo, para la convivencia, para la seguridad. Como sobran palabras pero no hay ideas, cada quien oye en la sentencia o el silencio crípticos lo que tenga a bien oír. Y al no haber planes, salvo tres o cuatro objetivos secundarios que orbitan en torno a uno principal, que es que el que manda siga mandando, el gobierno es un palimpsesto que se reescribe cada día al compás de unos reflejos y prejuicios que deben interpretarse y luego tamizarse a través de fanatismos, conveniencias, miedos y, por supuesto, a partir de la ansiedad por los negocios. Estos atributos antes se cruzaban y enlazaban con la experiencia, el talento, la buena fe y el sentido de gobierno. Ya no.
En este vodevil de nombre MORENA, donde la abyección es un nuevo valor patrio, el gabinete es transparente, la bancada una jauría y las gubernaturas satrapías. Ahí, los iluminados ineptos asumen que los desastres son tareas cumplidas. Más claro: en política, a partir de ciertos niveles de ineptitud y decrepitud moral, en este caso ampliamente acreditados, los desastres no son accidentes sino requerimientos. Ahí está la principal contradicción, la fuerza y la debilidad de MORENA… y la tragedia para el país.
Abundando: desprecian al Estado porque ni siquiera lo intuyen, y destruyen al gobierno porque, como es complicado, les estorba, pero sí saben que sólo en países destrozados pueden permanecer en el poder cofradías como la suya, de ignorancia sobresaliente, que también intuyen, de ahí el resentimiento. La dependencia premeditada es una perversidad política redonda pero no por ello deja de ser racional, si eso es lo que se quiere. En un maridaje feliz entre incapacidad y el “objetivo”, en este caso apretar el yugo: basta con inducir pobreza, carestía, escasez, y aderezar con mentiras y miedo. De hecho, pierden sentido las categorías normales de logros y efectos, estrategia y táctica, y por eso hay que ajustar el significado de las palabras. El régimen de la colonia penal cubana que tanto admira López Obrador, es buen ejemplo de cómo corre el abuso orwelliano de las antífrasis que ya se importaron junto con médicos esclavizados; ahí, y aquí, el colapso es diseño, la pobreza es pureza y el dispendio, austeridad; donde la derecha es izquierda y lo de abajo es lo de arriba; donde el poder es oposición, el militarismo es el pueblo, el abusivo es la víctima y el crimen es difícil convivencia; donde la claudicación es la paz, la justicia se ajusta, y los derechos son rémoras de un período a enterrar (verbo que en estas tierras no suele ser metáfora). Todo al sol, y chueco, pero donde todo cuadra.
Va un ejemplo puntual de aprovechamiento demagógico de la propia ineptitud: no es probable que se quisiera hundir la economía, pero había cosas más importantes y ahora que efectivamente la hundieron, encontraron ventajas: empatan el estancamiento con la “austeridad”, le echan gasolina al enfrentamiento con los “conservadores”, venden mejor el valor relativo del dinero que regalan, y abren la puerta para una fuga hacia adelante con una mayor radicalización. Si hace unas décadas el gobierno comenzó a vender empresas —la “grasa”, se decía—, en esta etapa inferior del neoliberalismo lo que procede es romper el esqueleto, la estructura económica, como efecto lateral pero bienvenido de las decisiones absurdas que deben justificarse.
Es menester subrayar que no hay indicio de que en algún proceso de decisión se inserte algún diseño inteligente (no juegan ajedrez, pues); por el contrario, desde el principio es patente la indiferencia ante los daños, es más ridícula la brutalización del lenguaje, y cada vez más importante el instinto para encontrar la renta política de cada traspiés. Indiferentes a su irresponsabilidad (o mejor, “anti responsabilidad”), la energía que sobra después de la destrucción se emplea en ganar el cuento de las culpas y encontrar el ángulo pretendidamente triunfal. Así, con un gobierno que no encuentra la vergüenza en doblarse ante Trump o grupos criminales, y con recursos institucionales decrecientes, se multiplicarán las imposiciones de actores fuertes, envueltas como acuerdos y presentadas como estrategias.
El gobierno de MORENA podría tener una mención especial en La Escuela del Mundo al Revés, de Eduardo Galeano, un hombre realmente de izquierda, con algunas perlas, por ejemplo, sobre el nuevo catecismo y su benevolencia hacia bandas de asesinos:
“Los Zetas… son víctimas de una sociedad enferma que no supo darles apoyo… son las primeras víctimas de un gobierno corrupto, capitalista, neoliberal, enfermizo y fallido” (julio del 2011). “¿Con cuál cartel debe empezar el gobierno de AMLO? Bueno, el PRI ya se va. Creo que los otros serán menos difíciles” (julio del 2018). “Con el tema migratorio… , el presidente Andrés Manuel López Obrador se encuentra entre la espada y la pared” (junio del 2019).
No es cualquier cosa afirmar que los Zetas fueron víctimas orilladas a traicionar al Estado, e irse de guaruras de un psicópata, para luego independizarse y lanzar sobre el país un tsunami de sangre. Y además afirmarlo en el 2011, tiempos en que ya masacraban migrantes por centenas; sólo en dos de esas tandas asesinaron al menos a 265. Y que lo afirme Alejandro Solalinde, cura que se asume como defensor de migrantes precisamente, aunque lo primero es defender a López Obrador, quien dio la orden de estrenar al ejército para ayudarle a Trump y a Biden a detener a quienes poco antes les había dado la bienvenida con los brazos abiertos. Y es que habrá muchas víctimas, pero hay unas más iguales que otras y, según su pastoral entender, para el padre la víctima esencial solo es una, con todo y que hoy esté en el poder.
Cuando un gobierno es particularmente inepto, es difícil dilucidar premeditaciones pero en este caso, los efectos del abrazo ecuménico con la cloaca estaban bien pensados y ya cristalizaron en el juego sucio que desplegaron grupos criminales a favor de MORENA durante las pasadas elecciones locales. La condescendencia desde la cúspide del Estado se entiende bien, lo mismo por el grupo paramilitar, que por el estamento militar; tanto por la policía, como por la turbamulta siempre latente. Ahí se incuban soberbias y resentimientos de pronóstico reservado.
Se ha dicho de mil maneras y en todos los tonos, y habrá que insistir: tan lejos de la inteligencia como de la imaginación, el gobierno sólo alcanza a vender un presente a partir de retazos inconexos de pasados que nunca existieron. Cuando se tiene el poder, y aún así hay impotencia, suelen construirse pretextos y distracciones, en este caso engrapadas a una propensión psicológica: al país hay que dividirlo entre enemigos a perseguir y aliados a comprar. El soporte verbal (la “comunicación social”, se decía antes) es la mentira sistemática. De hecho, surge una vergonzosa paradoja cuando se le dice a un país, con meridiana claridad, “mentimos porque queremos, mentimos porque podemos, cuenten las mentiras, explíquenlas, demuéstrenlas; mejor así, porque así queda clara también la medida de nuestra impunidad”.
Sólo para no esquivar las comparaciones: ni un PAN derrotista, ni un PRD sin inspiración, ni un PRI comprimiéndose a su expresión más barata, lograrían ser lo peor de la política nacional, eso por lo que sí votaron muchos de los que hoy reclaman, siempre merecedores, una oposición heroica.
Parasitar al Estado, jibarizar al gobierno
Las distintas expresiones del Estado constituyen una pedacería frágil pero importante, por influencia política, por alguna capacidad operativa, por información y presupuestos, por su poder simbólico —no por nada matan a presidentes municipales. Con todo, el despliegue estatal es, sin excepción, artrítico; las instituciones, sin aire por el penúltimo recorte; aturdidas por exigencias sin fin la policía, la clínica, la escuela. Eso que queda es lo que había que quebrar (por diseño o por efecto, da igual ya), y de ahí que México haya padecido un asalto al Estado desde su propia cúpula. Los incentivos son dos principales: entendido como carroña, el Estado, en su expresión de gobierno, es una caja registradora para llevar dinero a donde se ordene; también es un espacio donde las plazas son gradas para los obsecuentes entusiastas. Que sólo un resentimiento triunfante podía aupar a la mayoría de los advenedizos transformados hoy en funcionarios y operadores políticos de MORENA, con cargo a su mediocridad obsecuente, es más que una sospecha. Se trata de un personal tan convenientemente disfuncional como agradecido, sobre todo después de que el sistema anterior no les hizo justicia, pues mantenía algunos ribetes meritocráticos, en el gobierno o en la academia o en la ciencia, y filtraba o dificultaba el ascenso de personas con deficiencias técnicas o intelectuales más o menos evidentes. Pasó lo que pasó, y varios tuvieron suerte y encontraron, en la nueva ola, ocasión para el ascenso y el desquite. Quizá la amargura nunca se vaya, pero por lo pronto lucen contentos, orondos, mientras ejecutan edictos para encoger o desaparecer políticas y programas, autonomías, apoyos y presupuestos, muchos de ellos dirigidos a destruir a la clase media de la que provienen. Tenía que ser lo peor de dicha clase lo que viniera a traicionarla, festejando cada orden que reciben con tonos de jauría y mañanitas en el Congreso.
Cuando se prostituye a las instituciones para que únicamente rechinen por directiva política, los tramos de análisis y supervisión colapsan, y la correa de transmisión entre el mando y los operadores es tan corta como un mensaje. O ni siquiera, pues ya hay muchos sobreentendidos y los enanos, conscientes de que sus estaturas son ahora virtudes públicas, han emprendido con esmero la demolición. De hecho, el movimiento no conoce las inhibiciones, y despliega la ignorancia como orgullosa bandera. Ni hablar de la integridad y el honor a los que se refería Max Weber en relación a la política como vocación; en las antípodas, el gobierno mexicano se convirtió en un festín de payasos rencorosos, disfrazados de funcionarios, legisladores, gobernadores o gestores, que se atragantan con el poder vicario del cortesano, mientras nos iluminan sobre los sentidos profundos de la patria y la lealtad, entendidas como créditos a favor de su jefe, el principal pagador y cobrador.
Uno puede discurrir sobre las motivaciones psicológicas de un político que serrucha el piso de todos, pero el caso es que no hay manera de que a partir de esas ruinas emerja una posibilidad de gobierno mínimamente eficaz, y menos aún con niveles crecientes de violencia, pobreza y desigualdad. México tiene entonces un presidente y un gobierno sólo en sus acepciones más formales, aunque ello tampoco implica inmovilismo, como puede verse en el ir y venir inútil de militares y operadores varios, dejando una estela tan ruidosa como vacua.
Quienes comparan lo anterior con el PRI no tienen idea. La caricatura de hoy no tiene nada que ver con un sistema programado para cooptar y asimilar, para diluir y encauzar, para conciliar y equilibrar, y sus recursos más extremos se quedaban ahí, en el extremo. Cuando empezó a usar la fuerza de más fue porque el sistema se debilitaba y, al usarla, se debilitó más. MORENA ni siquiera cuenta con un colegiado de pragmáticos o de fanáticos inteligentes capaces de organizar algo. Si ya el Estado mexicano alejaba la posibilidad de la gobernabilidad a golpes de omisiones cuando había gobierno, lo que vino a partir de diciembre del 2018 desafía cualquier capacidad de síntesis. Va un recuento al vuelo de vacíos que todavía se defienden o critican como si en verdad fueran políticas públicas: cambiarle el uniforme a los soldados no es una política de seguridad; destruir programas y aventar cheques no es política social; tirar recursos en proyectos absurdos no es invertir en desarrollo; hundir a los hospitales públicos y la distribución de medicinas no es una política de salud; eliminar evaluaciones no es educar; la lumpenización de la SEP y la sovietización del CONACYT no es política de apoyo a la educación ni a la ciencia; destruir el medio ambiente no es una política ambiental; hermanarse con grupos religiosos no es respetar la laicidad; agacharse frente a un fascista y enfrentar al demócrata, defender dictadores, insultar a naciones amigas y esconderse del mundo, no constituyen una política exterior, al menos no una digna de este país.