La primera señal se da en el propio avión. Nada más aterrizar, la voz del capitán da la bienvenida a Tokio, pero esta vez el usualmente cálido mensaje va acompañado de una primera directriz: “Todos aquellos vinculados a los Juegos, permanezcan quietos”.
Es solo el comienzo de la maratón de pruebas, códigos QR y documentación que espera al participante de las Olimpiadas en el mismo aeropuerto y que le da acceso a la “burbuja” de los Juegos, aplazados un año por la pandemia y camino de convertirse en los más extraños de la historia.
Mientras en esa burbuja todo es ilusión y caras amables y sonrientes tras años de duro trabajo; fuera de ella la preocupación por los primeros positivos y los escándalos crecen, los llamados a la cancelación continúan y la indiferencia ciudadana es una respuesta común.
“¿Que qué me parece el qué? ¿Los Juegos? Bueno, pues ya está”, me respondía una dulce joven japonesa que, haciendo gala de la hospitalidad que caracteriza a la sociedad nipona, no quería dejarme sola sin asegurarse de que encontraba transporte en mis primeras horas en la capital.
A pocos metros, una conciudadana con la insignia de Tokyo 2020, aclamaba: “¡Bienvenida a Japón!”.
La gincana del papel verde
Un color determina tu suerte al llegar al aeropuerto de Haneda: “¿Papel verde? Uf, te quedan muchas horas aquí…”, me advertía una encargada de seguridad de una delegación extranjera.
Tenía razón, aunque en ese momento no lo sabía (o no me lo quería creer).
Los días anteriores al despegue habían sido todo un desafío para reunir los documentos necesarios (con el sello correcto, el dato en japonés, las aplicaciones de salud o geolocalización instaladas cediendo toda privacidad, las pruebas de coronavirus, el diario de toma de temperatura de 14 días…) y la carpeta que portaba en la mano a todos lados estaba a rebosar, lista para cumplir su rol.
Pero me tocó el papel verde “de la vergüenza” -como lo describiría luego uno de mis compañeros-, y eso significaba que una parte del complicado proceso que se inició meses atrás no había sido aprobado por las autoridades y tendría que esperar de más.
En total: unas 5 horas.
En ese laberinto en el que cada pocos metros te hacían presentar un documento distinto para culminar en una prueba de antígenos por saliva, la sensación, no obstante, era de profunda amabilidad: una enorme maquinaria de controles, sí, pero administrada por una tropa generalmente joven de sonrisa constante y paciencia infinita.
No es fácil recibir a viajeros de todo el mundo, desde atletas hasta periodistas, delegados o especialistas técnicos, después de un largo viaje y algunos con el cansancio a flor de piel, teniendo que ayudarles a bajar aplicaciones, a inscribirse en sistemas farragosos y ayudarles a avanzar con la tecnología, a veces, en contra.
“Esto es ridículo”, exclamaba un periodista italiano, tras más de una hora esperando el resultado de su test por saliva en una enorme sala de espera. Frente a él: una pantalla en la que los números asignados aparecían a cuentagotas y en el que el suyo había desaparecido.
“Por favor, espere aquí”, le insistía una trabajadora de Tokyo 2020 en un inglés quebrado, tratando por todos los medios de calmar al visitante.
El test negativo daba el impulso final hasta la línea de meta, la parada en inmigración, el punto comúnmente más pesado en otros aeropuertos y uno de los más rápidos y placenteros en Haneda.
De la gincana a la cuarentena
Si la primera prueba de estos Juegos es conseguir salir del aeropuerto en el menor tiempo posible, la segunda sin duda es la cuarentena, cuyo periodo y restricciones varían en función del país de origen y momento de llegada.
En el caso de BBC Mundo, son tres días de cuarentena medianamente estricta, pues se permite salir una vez al día a hacerse una prueba de coronavirus al centro de prensa (de una duración de no más de dos horas en total) y unos 15 minutos al día para comprar necesidades básicas, previo registro con el agente de seguridad apostado en el lobby del hotel las 24 horas del día.
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