“El feminismo ya no existe”, dice Marta Lamas. A su parecer, el movimiento está desgajado en “distintos feminismos”, cada uno con su agenda propia y una sordera que se extiende entre todos, donde parece que nadie quiere escuchar al otro. Linchamientos en las redes, ataques en la calle, el movimiento parece atravesar una fase crítica. Lamas, nacida en Ciudad de México hace 73 años, ha dedicado toda su vida a esta causa, con atención especial al derecho al aborto. Su último libro, que la convoca a esta entrevista, Dolor y Política (editorial Océano) es un análisis sobre las duras expresiones que el movimiento está teniendo en México, para el que reclama una articulación política; y es también un lamento por el diálogo perdido y la animadversión que cunde entre los diversos grupos feministas. “Todas tenemos que hacer un esfuerzo, la primera yo”, dice. Pero se muestra convencida de que las adversarias tan siquiera leerán su libro.
Lleva medio siglo en esta lucha. ¿Ha visto alguna vez tan quebrado el feminismo?
Siempre ha habido disputas muy fuertes, lo que pasa es que éramos muy pocas, ahora el movimiento es masivo y quizá se notan más las contradicciones. Tiene que ver con la política, siempre hay disputa, eso no es novedad, sino las espirales de significación y los desplazamientos de sentido: antes te peleabas por un tema, pero ahora se critican los libros sin leerlos, hay linchamientos en las redes, tiene que ver con la época.
Quizá es que el feminismo ha conquistado parcelas que eran comunes a todas y ahora está en los detalles, donde se producen los desencuentros.
Sí, porque antes abríamos el terreno, aunque ya había diferencias, las marxistas, las cercanas al PRI, más liberales… Pero el tono nunca había sido tan agresivo ni tan duro como ahora.
Dice en su libro que hay que volver al diálogo, despojándonos todas de la “razón arrogante”, ¿Quiénes tienen la razón arrogante?
RDe los dos lados hay que despojarse, o de los tres, o de los cinco. Entender que cada quien tiene una verdad que defender y que algo tenemos que aprender de esa postura y poder escuchar a la otra. Hay que hacer un esfuerzo, la primera yo, darnos cuentas de que estamos atravesadas por estilos políticos, el de la razón arrogante o el de las fronteras identitarias, y cuando cobras conciencia de eso puedes abrirte a una discusión de otra índole en donde confrontar posiciones, pero sin desprecio ni agresividad.
Uno de los nudos donde se enredan las feministas es en la abolición de la prostitución o el reconocimiento de las trabajadoras sexuales. Usted defiende lo segundo y en el libro deja caer algunos adjetivos gruesos contra las abolicionistas, se las llama moralistas, rancias, neoliberales. No parece que aquí se haya hecho un ejercicio para despojarse de la razón arrogante, ¿verdad?
Pero a ver, se pueden decir críticas y usar esos adjetivos sin hacerlo desde una postura arrogante. Creo que hay un tema con el moralismo y es una discusión que nos importa mucho a las feministas. No son tanto las palabras o los calificativos que usas sino el no escuchar a la otra porque no me importas, porque no le interesas. Yo he tendido la mano a varias compañeras abolicionistas: sentemos para ver, porque yo estoy en contra de la trata, y si ustedes también lo están podemos encontrar un camino donde colaborar. Quizá después nos vamos a bifurcar, pero hay un trecho que podemos caminar juntas.
Menciona en el libro los ataques que ha recibido de otras feministas por sus ideas, pero también las otras feministas están siendo muy maltratadas y amenazadas en las redes: las llaman TERF, transfobas, cuando muchas de ellas tienen también una larga lucha a favor de los colectivos LGTBI.
Yo no entro en redes, porque así lo he decidido, marcada por mi generación. Sí creo que hay mucho encono, que no va a ser fácil el diálogo, ni siquiera creo que mis adversarias, por llamarlas de alguna manera, quieran leer mi libro. Pero necesitaba escribirlo, sacarme mi propio dolor y elaborarlo y lo leerá quien quiera, no sé si sirva, pero el único camino de encuentro es el diálogo. Eso no significa dejar de creer en lo que se cree, sino encontrar puntos en común. Yo estoy dispuesta a discutir, lo digo en el libro, no soy monedita de oro que guste a todo el mundo, sé que a algunas les caigo muy mal, pero hay asuntos, como la legalización del aborto en todo el país, en los que podemos caminar juntas y ni siquiera eso lo estamos haciendo. Creo que es necesario armar un frente feminista en México, pero para ello tenemos que tener la voluntad de sentarnos y escuchar en qué coincidimos.
¿Sería deseable, pertinente, montar un partido político feminista?
Yo creo que no, es muy difícil. No lo veo en México para nada, muchas no estarían dispuestas a colaborar con ese partido. En un frente puedes ser del PRI del PAN, de lo que sea, pero con intereses comunes en algunos puntos. Para construir un partido político se necesitan muchas asambleas, reglas. Y solucionar dilemas existenciales: ¿pueden entrar los hombres a un partido feminista? Yo diría que sí, pero la mayoría probablemente diría que no. ¿Pueden participar personas que se reivindican feministas con independencia del cuerpo que tengan? Demasiado asegunes.
Ver más en El País