Seguramente habrá oído hablar alguna vez de la fábula de la ardilla de Estrabón, aquel historiador romano que escribió en el libro tercero de su Geografía que una ardilla podía recorrer el mapa entero de España, desde Gibraltar hasta los Pirineos, saltando de árbol en árbol. ¿La oyó? Vale, pues era mentira. Ni Estrabón era historiador ni era romano ni escribió jamás de las dichosas ardillas, que seguramente se habrían estampado desde lo más alto de un pino antes de llegar a Algeciras. Pero qué más da… Nos gustó tanto creer que España era verde y frondosa que la ardilla se hizo viral antes de que ni siquiera existiera la palabra viral.
Unos dos mil años después de la fábula fake, un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) confirmó que en la actualidad las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las reales, que saltan de móvil en móvil como si fueran la ardilla de Estrabón y que llegan más lejos, más profundamente, con más velocidad y a más gente. Funciona con los rumores, con las fake news, y funciona, ahora también, con la estrategia política.
¿Es un fenómeno reciente? Evidentemente no. Decía el periodista y escritor mexicano Esteban Illades en un seminario reciente sobre lengua, periodismo y posverdad que la manipulación y la desinformación existen desde hace siglos y que hasta Napoleón hizo branded content en la campaña egipcia. La novedad es que ahora, en plena crisis de credibilidad de los medios de comunicación tradicionales, la propaganda es más eficaz (y peligrosa) que nunca, sobre todo si llega a tu móvil sin filtros.
Ni siquiera vía Facebook Twitter o Instagram. Ahora, directamente, clinc, tienes un nuevo mensaje de WhatsApp. Y después…
La semana pasada, durante la investidura del ultraderechista Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, sus seguidores coreaban la marca «¡WhatsApp!» frente a los periodistas que cubrían el acto. En un país con 200 millones de habitantes y 147 millones de electores, al menos 120 millones de personas tienen la aplicación en su móvil.
Bolsonaro no participó en debates de televisión ni hizo campaña en la calle tras ser apuñalado en un acto electoral. No le hizo falta. Según un informe de Datafolha, el 61% de sus votantes se informó durante las elecciones a través de WhatsApp. Una investigación del periódico Folha de S. Paulo desveló después que el 97% de esas noticias que compartían en sus móviles los seguidores del nuevo presidente eran falsas o manipuladas.
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