viernes 22 noviembre 2024

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por etcétera

El español divide entre masculino y femenino, pero el finlandés, el turco o el persa son lenguas sin marca de género. El griego tiene tres, mientras que por ejemplo el polaco distingue entre cinco: neutro, femenino, masculino personal, inanimado y animado. Entonces, ¿qué tiene que ver la gramática con la discriminación sexista? “Nada –responde Concepción Company, doctora en filología por la UNAM– porque la gramática es neutral, es un mero recipiente. Somos los humanos los que discriminamos, pero no con la gramática, sino con el discurso que hacemos valiéndonos de ella”. Es decir, lo te que emborracha no es la botella, sino el whisky que contiene la botella

En tiempos de oleaje feminista global, las reflexiones sobre la discriminación a través del lenguaje han estado muy presentes en ponencias, charlas y debates durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el certamen editorial en español más grande del mundo. “Por toda la feria –añade la académica mexicana– hay colecciones de nuestro clásicos, y a nadie se la ha ocurrido decir nuestros clásicos y nuestras clásicas. Porque el género masculino gramaticalmente es indiferente al sexo, que sí es siempre binario”.
Las apuestas de gobiernos latinoamericanos por el llamado lenguaje incluyentese repasaron también durante el festival, como el caso de la constitución venezolana que ha crecido de 100 a 600 páginas al desdoblar todos los presidentes o presidentas, magistrados o magistradas, procuradores o procuradoras, ministros o ministras.

“La lengua es como la piel del cuerpo social que refleja el movimiento de ese cuerpo. Por eso, si la sociedad es machista, la lengua es machista. Pero intentar cambiar ese organismo vivo por decreto casi nunca da buenos resultados”, apunta la escritora española Rosa Montero, quien reconoce que “el todos y todas, es de un cansino que mata”. Porque el escollo no es la gramática sino el sesgo cultural e ideológico, las relaciones de poder que pesan sobre sus reglas. La palabra “señorita”, por ejemplo, va poco a poco desapareciendo en España, “porque –añade Montero– es demencial que a una mujer se le consideré de diferente modo por estar o no casada”. La elección de las palabras es una cuestión más política que gramatical.

“La misoginia no está en el idioma, es nuestro uso del lenguaje el que refleja nuestra postura con respecto al problema de la igualdad de género”, apunta la escritora mexicana Brenda Lozano. Así, los nuevos encajes entre esas relaciones de poder se van destilando por el esqueleto del idioma. Esta misma semana, la Real Academia Española (RAE) anunció que como respuesta a una campaña ciudadana añadirá un nuevo uso, “discriminatoria o despectivo”, al término “sexo débil”.

Más información: http://bit.ly/2BxniV8

 

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