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Kai-Fu Lee cree mucho en China. Cuenta un día de 1999 que fue a dar una charla sobre reconocimiento de voz e imagen a estudiantes de ingeniería en una remota universidad en Hefei, en el centro de China. La sala estaba muy llena, chavales encima del escenario y al otro lado de las ventanas. El acto se alargó y Lee salió del recinto a las 11 de la noche. A esa hora, montones de estudiantes salían de sus residencias para sentarse en los bordillos de la calle. A las 11 apagaban todas las luces y los jóvenes querían seguir estudiando a la luz de farolas.

“Observé cómo cientos de las mentes más brillantes de la ingeniería de China se amontonaban en el suave resplandor amarillo”, escribe Lee en Superpotencias de la inteligencia artificial (Deusto), su último libro ahora traducido al español. Hoy todos esos jóvenes pueblan la industria china. Lee se fija, como dice, en lo bueno de China. Para lo malo ya están los medios. Aunque lo malo sea la represión en Hong Kong.

Lee nació en Taiwan, se mudó a Estados Unidos a estudiar. Investigó en reconocimiento de imagen y voz. Luego trabajó en Apple, Microsoft y también Google, donde dirigió su proyecto chino hasta que cerró en 2009. Ese año fundó una empresa de capital de riesgo, Sinovation Ventures, que invierte en empresas de inteligencia artificial en China. El BBVA, por ejemplo, en 2018 invirtió 50 millones de euros en ese fondo. En su estancia en España, Lee se ha reunido con el presidente del banco, Carlos Torres.

Como buen inversor en ellas, Lee cree que las empresas chinas van a arrasar en inteligencia artificial. Hay al menos cuatro factores que determinan su posible éxito: uno, la falta de líneas rojas con la privacidad y el uso de datos (“China es la Arabia Saudí de los datos”, escribe); dos, unos fundadores criados en la ley de la jungla competitiva (donde copiar o hacer trampas es legítimo); tres, una legislación laboral permisiva y muchas facilidades desde el Gobierno para las compañías tecnológicas y, cuatro, el salto chino en muchas tecnologías (por ejemplo, del dinero metálico a pagar con el móvil sin pasar por las tarjetas).

En esta breve entrevista, Lee defiende el modelo chino, aunque admite que no tiene por qué ser el mejor. El argumento de Lee es parecido al del Gobierno chino: cada país pone sus reglas. Así, si las empresas chinas trabajan en Europa respetarán el reglamento europeo de datos. Y si las compañías estadounidenses trabajan en China, deberán asumir sus leyes sobre censura. El último intento, el proyecto Dragonfly de Google, que aspiraba a volver a China y dar los resultados incorrectos sobre por ejemplo Tiananmen, acabó en fracaso.

En su libro, Lee describe los primeros años del siglo XXI en China con una frase de una concursante en un programa de citas: “Prefiero llorar en el asiento de atrás de un BMW que sonreír en la parte de atrás de una bicicleta”, dijo. La China del siglo XXI ha tenido hasta ahora unas prioridades distintas a las europeas. Lee apuesta por ellas.

Más información: http://bit.ly/2P5Cn9x

 

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