Ianko López
A lo largo de la historia, y con diversos enfoques (de la exaltación a la cosificación), han sido muchos los artistas que se han inspirado en la belleza del cuerpo del hombre. Hemos pedido a cuatro especialistas los mejores ejemplos de desnudos artísticos masculinos: el historiador y novelista Bruno Ruiz-Nicoli, especializado en la antigüedad clásica; los artistas Carmen González Castro y David Trullo, que desde una mirada contemporánea suelen emplear el motivo del desnudo en su obra; y el periodista cultural Ianko López. Este es el resultado
1.- ‘Marte’ (hacia 1638), de Diego de Velázquez. Museo del Prado (Madrid) ¿Pero qué hace este hombre desnudo? En un contexto tan puritano (de puertas para afuera) como la España del Barroco, la mitología ofrecía una interesante coartada para representar cuerpos desnudos. Así que Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660), el pintor real, representó al dios romano de la guerra para Felipe IV y la obra se integró, junto a otras de Rubens con motivos similares, en la decoración de uno de sus pabellones de caza. ¿Por qué es tan bueno? Parece ser que Velázquez utilizó como modelo a un veterano de guerra, y el realismo con el que lo retrató es lo que más llama la atención del cuadro. No se trata solo de la increíble autenticidad de la carne, sino de algo que va mucho más allá de lo que podría tocarse u olerse: la melancolía del personaje rompe con la clásica rigidez y la idealización con que se representaba a los dioses clásicos, y siglos después nos hace pensar irremediablemente en el ocaso de un imperio basado en el poder –ya herido de muerte– de las armas.
10.- ‘Torso Belvedere’ (siglo I a.C.), Anónimo. Museos Vaticanos ¿Pero qué hace este hombre desnudo? Se cree que la pieza que hoy se conserva es una copia romana de un original anterior. Dada su naturaleza fragmentaria, no está claro a quién representa, aunque se ha hablado de que podría tratarse de Hércules o Ajax, dos clásicos héroes griegos: de ahí su impresionante musculatura. ¿Por qué es tan bueno? Es el desnudo clásico masculino por antonomasia, por no tener rostro ni apenas extremidades. Su influencia en el arte del Renacimiento y el Barroco fue enorme: solo hay que mirar la obra de Miguel Ángel para comprenderlo.
