Claas Relotius, ilustre redactor del prestigioso semanario Der Spiegel, era un timador. Sus textos publicados llevan ahora una nota advirtiendo que pueden ser ficticios. Lo desenmascaró Juan Moreno, colaborador de la publicación. Esta es la historia del último gran fraude periodístico en la era de las fake news
Nadie le creyó. Él mismo tampoco imaginó que acabaría destapando el gran escándalo periodístico que ha sacudido los cimientos de la prensa alemana y que da pie a un nuevo debate —el enésimo— sobre la profesión en todo el mundo. Ahora, a Juan Moreno ya le creen y en Alemania le consideran poco menos que un héroe. Pero para desenmascarar a un profesional de la mentira a gran escala, capaz de engañar a un país entero, Moreno tuvo que padecer un verdadero calvario.
Peleó por convencer a sus jefes de que él, el eslabón más débil de la cadena laboral, tenía razón y de que Claas Relotius, de 33 años, la estrella del periodismo alemán, se inventaba las historias que publicaba. No resultó fácil, pero fue una de esas raras ocasiones en las que David acaba por vencer a Goliat. Moreno, un periodista español criado en Alemania, se la jugó y ganó.
Su victoria es, sin embargo, tremendamente agridulce. Su éxito es a la vez la desgracia de Der Spiegel, la legendaria publicación alemana para la que Moreno trabaja como colaborador. Resulta difícil comprender cómo la prestigiosa revista pudo encumbrar a un reportero que se inventaba las historias, que aseguraba haber entrevistado a gente a la que nunca vio y visitado lugares que no pisó. Cómo nadie, ni sus jefes, ni el departamento de comprobación de datos, ni ningún compañero, se dio cuenta de que el más de medio centenar de artículos que su periodista estrella había escrito eran demasiado perfectos para ser ciertos; eran en realidad un fraude.
Moreno llega casi una hora tarde a la cita en su piso, situado al norte de Berlín. Viene de declarar en la comisión de investigación de Der Spiegel. Su esposa, también periodista freelance, termina un artículo en un portátil sobre la mesa de la cocina. Tres de sus cuatro hijas entran y salen a lo largo de las tres horas largas que dura el encuentro.
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