En la larga historia de la desinformación, el estallido actual de noticias falsas ocupa ya un lugar especial, con una asesora presidencial, Kellyanne Conway, que llegó a sacarse de la manga una matanza en Kentucky para defender que se prohibiera la entrada en el país a viajeros de siete países musulmanes. Pero la invención de verdades alternativas no es tan infrecuente, y se pueden encontrar equivalentes a los mensajes de texto y los tuits llenos de veneno de hoy en casi todos los periodos de la historia, incluso en la Antigüedad.
Procopio, el historiador bizantino del siglo VI, escribió un libro lleno de historias de dudosa veracidad, Historia secreta (Anécdota en el título original), que mantuvo en secreto hasta su muerte, para arruinar la reputación del emperador Justiniano después de haberle mostrado su adoración en las obras oficiales. Pietro Aretino trató de manipular la elección del pontífice en 1522 escribiendo unos sonetos perversos sobre todos los candidatos menos el preferido por sus patronos, los Médicis, y colgándolos, para que los admirara todo el mundo, en el busto de una figura conocida como Il Pasquino, cerca de la Piazza Navona, en Roma. Los pasquines se convirtieron en un método habitual para difundir noticias desagradables, en su mayoría falsas, sobre personajes públicos.
Aunque los pasquines nunca desaparecieron del todo, en el siglo XVII fueron sustituidos en gran parte por un género más popular, el del canard, la gacetilla llena de bulos y falsas noticias que corrieron por las calles de París durante los siguientes 200 años. Los canards eran periódicos impresos de gran tamaño, a veces ilustrados con llamativos grabados para atraer a los más crédulos. Uno de los más exitosos, en la década de 1780, anunció la captura en Chile de un monstruo que, al parecer, estaba siendo trasladado en barco a España. Tenía cabeza de Furia, alas de murciélago, un cuerpo gigantesco cubierto de escamas y cola de dragón.
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