jueves 21 noviembre 2024

Recomendamos: El mensaje feminista de una mascarilla

por etcétera

Llevar una mascarilla violeta en Perú, donde casi 12.000 niñas y mujeres han desaparecido en plena pandemia, tiene significado. Y mucho. Pintada con una técnica de tiempos prehispánicos, este barbijo simboliza el rechazo a esa ola de violencia machista y, a la vez, la sanación para una generación de mujeres que heredaron aquel arte tradicionalmente de hombres.

Lo dice una de sus creadoras: “No estamos solas”. Milagros Ramos, de 24 años, es una de las artistas que decora esas mascarillas con la técnica de Sarhua, una comunidad andina muy castigada por el conflicto armado interno (1980-2000) que obligó a sus artistas a migrar. En su taller familiar en Lima, es la heredera de este arte milenario que su padre y maestro artesano, Julián Ramos, le enseñó desde muy niña. Allí, ella junto a su madre y sus dos hermanas ilustran las coloridas Tablas de Sarhua.

“Las tablas transmiten una historia”, señala la también diseñadora gráfica. Por tradición, antes solo los hombres pintaban esas piezas de madera de eucalipto o molle. Con plumas y polvos de colores de la tierra, ellos plasmaban las escenas cotidianas de su comunidad y las regalaban cada vez que se creaba un nuevo hogar. Así, a lo largo del tiempo, las tablas se convirtieron en el lugar de la memoria de Sarhua, de sus alegrías y dolores. Una memoria que, en cierta forma, había dejado atrás a las mujeres.

“Al pintar nosotras ahora también tenemos el poder de transmitir algo que queremos: la igualdad de género”, apunta Ramos. Utilizando esa técnica artística, el año pasado ella y su madre, María Luisa Romaní, ganaron el concurso del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para diseñar una mascarilla que haga visible la otra pandemia que miles de mujeres estaban, y siguen, viviendo encerradas con su agresor en casa.

Desde antes de la covid-19, Perú ya era uno de los países de Latinoamérica más violentos para las mujeres. En 2019, por ejemplo, alcanzó su cifra más alta de feminicidios de los últimos diez años. Por eso, para Mixy Paredes, especialista de género en PNUD, la cuarentena en sí misma no aumentó la violencia de género, sino que “hizo visible la desigualdad y las condiciones de vulnerabilidad a las que estaban expuestas muchas mujeres”. En efecto, en los primeros 107 días de confinamiento nacional se registraron 60.250 llamadas por violencia en la Línea 100 del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.

Son en esos días que surge la campaña de mascarillas violetas desde el PNUD junto a 50 empresas con el fin de sensibilizar sobre esta violencia machista durante el aislamiento social. La respuesta fue inmediata. “Mientras todos estábamos inmersos en la dinámica sanitaria, esta mascarilla llegó con un mensaje potente no solo para las sobrevivientes de la violencia, sino para quienes toman las decisiones y para la ciudadanía que al usarla se reconocía como parte del problema”, explica Paredes.

Herederas que sanan

En los primeros meses de la pandemia, María Luisa Romaní, madre de la joven artista, empezó a confeccionar mascarillas en su antigua máquina de coser. “No sabía bien cómo hacerlas, pero tampoco podía quedarme con los brazos cruzados”, asegura ya que la cuarentena había paralizado las ventas de las Tablas de Sarhua. Mientras su madre cosía, Ramos las pintaba con diseños inspirados en la flora y fauna de las alturas. Pero a medida que la crisis del coronavirus se agravaba en el país, la artista también plasmó sus preocupaciones: la violencia de género y la inestabilidad política.

Para la antropóloga María Eugenia Ulfe, este salto artístico de las tablas a los barbijos es una manifestación más de la nueva generación de artistas sarhuinas de la que Ramos forma parte. “Es el reconocimiento a que este arte ahora también lo hacen las hijas. Ellas han crecido en Lima, pero muy conectadas a Sarhua por sus padres. Es una generación que no solo lucha por erradicar la violencia, sino por defender la democracia”.

Sin embargo, ese arte que ellas heredaron no siempre fue considerado como tal. Hubo un tiempo en que estaba sujeto al clásico debate de arte y artesanía. Para Venuca Evanán, otra reconocida artista de esa generación, tal cuestionamiento no debe existir. “¿Cómo pueden distinguir entre pintores de escuela y quienes aprendimos de nuestros padres?”, sostiene.

El arte sarhuino incluso llegó a ser acusado de apología al terrorismo, por retratar la violencia que padecieron las familias durante el conflicto armado. “Fue un momento terrible para todos nosotros”, recuerda Evanán. Tras esa incriminación, el Ministerio de Cultura lo declaró Patrimonio Cultural de la Nación. “Eso para mí ya es un resguardo de que como mujer puedo plasmar libremente lo que pienso”, dice quien ha sido la primera sarhuina en pintar a una pareja LGTBI y el erotismo femenino en sus tablas.

Con la llegada de la segunda ola del coronavirus en Perú —y el regreso de la cuarentena— se teme por un nuevo incremento de la violencia machista. De hecho, en lo que va del año ya se han perpetrado 14 feminicidios en el país. Pese a esto, las sarhuinas confían en que el arte seguirá siendo una herramienta para visibilizar esas agresiones y, a su vez, sanar.

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