Las puertas de los bares están abiertas de par en par, la música que sale desde el interior envuelve como el calor a las muchachas que están sentadas en sillas plásticas en la acera esperando clientes, alguna de ellas con un bebé en brazos.
Es temprano en la zona de tolerancia de Saravena (en el departamento colombiano de Arauca), todavía no llegan los clientes y es un buen momento para conversar con Paola*.
Tiene 22 años y llegó hace seis meses (prefiere no decir desde qué parte de Venezuela: su familia, sus amigos y sus vecinos no saben que está trabajando en esto), donde era cajera de un almacén, me cuenta.
La galopante inflación venezolana, que el Fondo Monetario Internacional calcula en 500% para 2016, fue un factor que la llevó a tomar esta decisión.
"Ya todo se me complicó, una amiga que está acá fue la que me comentó, me dijo cómo era todo", me cuenta. "Yo lo vi no tan fácil, pero qué más, hice la prueba y pues acá estoy".
"Si a uno le sale una amanecida -que es irse con un cliente en la noche y llegar al día siguiente- lo más que le pueden dar a uno es 200.000 pesos colombianos (US$66). Y ya, ya me hice el sueldo mínimo de Venezuela", me explica Paola.
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