A tempranas horas de la mañana, hora local, los medios estatales de China confirmaron que el misterioso visitante que había cruzado el río Yalu, llevado a bordo de un tren blindando y recibido con mucha pompa y circunstancia en Pekín, no era nadie menos que el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un.
El viaje marca la primera salida de Kim fuera de su país, desde que asumió el poder después de la muerte de su padre Kim Jong-il, en 2011.
Después de más de seis años de purgas, consolidación interna del poder y avances en tecnología nuclear y balística, Kim abandonó el “Reino Ermitaño” ante la invitación del presidente de China, Xi Jinping.
Bajo circunstancias normales, un viaje de esta naturaleza hubiera sido interpretado como una marca de la confianza de Kim; teniendo un firme control del régimen, ya se sintió listo para alejarse del país. Un líder menos seguro podría estar temeroso de que su autoridad fuera desafiada en su ausencia o, inclusive, que le dieran un golpe de estado.
No solo Kim tiene la confianza suficiente para abandonar su país sino que se le está viendo en el papel de un estadista, al lado de Xi, quien es líder de una potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
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