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jueves 07 noviembre 2024

Recomendamos también: La fábrica de seguidores: el mercado negro de las redes sociales

por etcétera

VERDADERA JESSICA RYCHLY es una adolescente de Minnesota que tiene una amplia sonrisa y el cabello ondulado. Le gusta leer y escuchar las canciones del rapero Post Malone. Cuando usa Facebook o Twitter, a veces comenta sobre las cosas que la aburren o hace bromas con sus amigos. Ocasionalmente, como muchos adolescentes y jóvenes, publica una selfi.

Pero en Twitter existe una versión de Jessica que ninguno de sus amigos o familiares podría reconocer. Aunque las dos cuentas comparten su nombre, retrato y la misma biografía de una sola línea (“Tengo problemas”), la otra Jessica ha promocionado cuentas de inversiones inmobiliarias canadienses, criptomonedas y una estación de radio en Ghana. La cuenta falsa siguió o retuiteó cuentas en árabe e indonesio, idiomas que Jessica no habla. Mientras ella tenía 17 años y estaba en el último año del colegio, su contraparte falsa frecuentemente promovía pornografía gráfica, al retuitear cuentas como Squirtamania y Porno Dan.

Todas esas cuentas pertenecen a clientes de una oscura empresa estadounidense llamada Devumi que ha recaudado millones de dólares en el mercado global del fraude en las redes sociales. Devumi vende seguidores de Twitter y retuits a celebridades, negocios y cualquier persona que quiera ser más popular o ejercer influencia en internet. Usando un conjunto de al menos 3,5 millones de cuentas automatizadas —cada una de ellas ha sido vendida muchas veces— la compañía le ha proporcionado a sus clientes más de 200 millones de seguidores en Twitter, según reveló una investigación de The New York Times.

Las cuentas que más se parecen a las personas reales, como la de Rychly, muestran el patrón de una especie de robo de identidad social a gran escala. Al menos 55.000 cuentas de Devumi usan los nombres, fotos de perfil, lugares de origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluidos menores de edad, según un análisis de datos realizado por el Times.

“No quiero que mi foto esté relacionada a esa cuenta, ni mi nombre”, dijo Rychly, quien ahora tiene 19 años. “No puedo creer que alguien pague por eso. Es simplemente horrible”.

Estas cuentas son monedas falsas en la floreciente economía de la influencia en internet, que toca prácticamente cualquier industria en la que una audiencia masiva —o la ilusión de que la hay— pueda ser monetizada. En la actualidad las cuentas falsas que han sido creadas por gobiernos, delincuentes y empresarios infestan las redes sociales. Según algunos cálculos, hasta 48 millones de los usuarios activos de Twitter, casi el 15 por ciento, son cuentas automatizadas diseñadas para simular ser personas reales, aunque la compañía afirma que ese número es mucho menor.

En noviembre, Facebook reveló a sus inversores que tenía al menos el doble de usuarios falsos que los estimados anteriormente, lo que indica que existen unas 60 millones de cuentas automatizadas en la plataforma de medios sociales más grande del mundo. Estas cuentas falsas, conocidas como bots, pueden ayudar a influenciar a las audiencias publicitarias y replantear los debates políticos. Pueden afectar negocios y arruinar reputaciones. Sin embargo, desde el punto de vista legal, su creación y venta están en una zona gris.

Más información: http://nyti.ms/2rS8aSo

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