El 29 de septiembre de 1964 se publicó por primera vez la tira Mafalda, en la revista Primera Plana. Las geniales viñetas que Quino dibujó durante casi una década retratan a una familia tipo de clase media urbana, su casa, su barrio y la relación entre sus integrantes, a través de los ojos de una niña tan entrañable como incisiva.
Para la arquitecta Rosa Aboy, la famosa historieta es un recurso valioso para analizar los espacios domésticos y las viviendas que ofrecía el mercado en la década de 1960. La investigación “Mafalda en casa. Departamentos de Clase Media y vida cotidiana en los años sesenta”, fue publicada en Anales del Instituto de Arte Americano e investigaciones Estéticas FADU-UBA (2011).
Este nuevo “cumpleaños” de Mafalda sirve para entender la evolución del espacio doméstico en las últimas décadas y comprender la situación actual de los sectores medios.
La primera lectura de la historieta muestra que Mafalda y sus amigos viven en departamentos pequeños, si bien confortables. Repetidamente, Quino observa críticamente los efectos de la vivienda moderna en los protagonistas, en su calidad de vida y en sus proyectos. El departamento descrito en la tira coincide con los que proliferaron en los barrios porteños en las décadas del 60 y 70 y todavía son moneda corriente: living comedor, 2 dormitorios, baño, cocina y balcón.
Según la investigadora, en la tira, Quino (seudónimo de Joaquín Lavado) describe un barrio con comercios y transporte público bien a mano, pero al que le faltan plazas; y dibuja un recorte de ciudad castigado por un crecimiento desorganizado que se traduce en hacinamiento y polución. “La vida en los departamentos pequeños es impugnada por diferentes motivos: los departamentos mínimos son jaulas, no permiten tener hijos ni tampoco plantas que valga la pena admirar”, explica Aboy con la selección de tiras que realiza para su investigación.
Todo esto resulta elocuente la tira en la cual Mafalda y Guille descubren a un chico que mira la calle desde un balcón enrejado. Lo acompañan un triciclo y una pelota en esa superficie mínima. “La inadecuación entre las necesidades vitales del niño y las restricciones impuestas por el departamento es puesta de manifiesto en tan solo dos cuadros”, resume Aboy. El encierro que Guille intuye como castigo cuestiona el impacto de determinados cambios urbanos en la calidad de vida.
Imposible no trasladar esa imagen a la situación actual, donde por largas semanas los chicos no pudieron salir a la calle. Ese balcón mínimo, un verdadero lujo en tiempos de pandemia.
En estos meses en que hemos pasado mucho más tiempo puertas adentro que lo usual, y el hogar es también escuela y oficina, reflexionar sobre las viviendas que el mercado ofrece en las grandes ciudades cobra notable trascendencia.
“Este es un momento particularmente estresante para las viviendas de reducidas dimensiones, son espacios muy sobreexigidos. Ahora, en pandemia, estamos trabajando, tomando clases y haciendo paralelamente todas las funciones del habitar tradicional de una vivienda como cocinar, descansar, recrearnos, tener sexo, cuidar a nuestros hijos y demás”, asegura Aboy, doctorada en Historia Moderna (Universidad de San Andrés) y profesora titular de Historia de la Arquitectura (FADU-UBA).
La historieta es, para Aboy, una representación que “permite observar de manera oblicua, anticipar la realidad que desnuda el chiste”. Para completar esa mirada acude a otro tipo de fuentes objetivas: datos demográficos, censos de familia, población y vivienda, superficies construidas, planos de los departamentos de la época, etcétera.
Desde un enfoque social, en estos casi 60 años la clase media ha modificado bastante su estructura familiar (nuclear, ensamblada, monoparental, extendida), así como los roles de sus integrantes.
La familia de Mafalda, y la de sus amigos, responden casi invariablemente al modelo de familia nuclear: padre, madre e hijos (solo uno o dos). Una familia patriarcal, donde el varón es el proveedor y la madre, ama de casa y dedicada a los hijos (con una vocación que abandonó al casarse y eso le es reprochado por su hija). Solo la familia del personaje casualmente llamado Libertad escapa a este patrón, con una madre proveedora y letrada que trabaja rodeada de libros.
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