La madrugada del 18 de noviembre de 1901 una redada en la colonia Tabacalera escandalizó a la sociedad mexicana de la época. En plena dictadura de Porfirío Díaz, la policía irrumpió en una fiesta privada de la calle de la Paz, en el centro de Ciudad de México, y se llevó detenidos a 41 hombres. La mitad iba vestida con ropa de mujer por lo que el revuelo llegó hasta los periódicos de la época y al propio Palacio Nacional. Lo llamaron El baile de los 41 y aunque el nombre de la mayoría de los asistentes ha quedado oculto para la historia, aquella detención masiva hizo tambalear los cimientos de la sociedad porfirista.
Se especula que aquella noche también fue detenido el diputado Ignacio de la Torre y Mier, candidato a la gubernatura de Morelos y yerno de Porfirio Díaz. Fue retirado de la lista por orden de su suegro pero las habladurías hicieron correr ríos de tinta, novelas y ahora, películas. Con ese hilo del que tirar, el director David Pablos estrena este 19 de noviembre El baile de los 41, protagonizada por Alfonso Herrera, Mabel Cadena y Emiliano Zurita, que ponen cara al triángulo entre Ignacio de la Torre, Amada Díaz y el personaje ficticio de Evaristo Rivas, el amante del político.
“Quisimos contar una historia que no ridiculizara a la comunidad LGBT+”, explica Alfonso Herrera. “Fue un gran reto porque tampoco queríamos reivindicar la imagen de Ignacio de la Torre, un personaje ambicioso, político y empresario que se casó con Amada Díaz por interés. Era importante mostrar a este personaje de manera tridimensional”, ahonda.
El estreno de la película en salas comerciales de todo el país, incluidos los Estados más conservadores, llena de orgullo a David Pablos. La cinta, sin embargo, fue calificada por la Secretaría de Gobernación dentro de la clasificación C, prohibida para menores de 18 años por las escenas de sexo que contiene. “En el cine sigue siendo un tabú el cuerpo masculino, las escenas de sexo homosexual y los cuerpos no normativos”, dice Pablos, quien considera que el pudor por el desnudo masculino hunde sus raíces profundas en el machismo de la sociedad mexicana. “En el cine es preferible ver a un hombre matando a otro hombre que ver a uno vestido de mujer. Tener un hijo delincuente que uno que sea maricón”, señala.
Aunque el México de 2020 dista mucho de la sociedad de 1901, los derechos de la comunidad LGBT+ siguen en disputa dependiendo del Estado. Mientras varias entidades han modificado sus legislaciones y han aprobado el matrimonio de personas del mismo sexo -como acaba de hacer Puebla-, otros continúan vetando derechos, oponiéndose a la diversidad sexual, consintiendo las terapias de conversión o permitiendo que aumenten los delitos de odio. Seis de cada diez personas LGBT+ dicen haber vivido algún tipo de discriminación en México, según una encuesta del Consejo Nacional para Prevenir y Erradicar la Discriminación (Conapred), recogida por la organización Letra Ese.
“Me sorprendió mucho ver cuánto paralelismo había entre la época en la que se desarrolla la película y la actualidad. Siguen los prejuicios, la reticencia y la poca visibilidad para la comunidad de la diversidad sexual”, señala el director y agrega que está “emocionado” al ver los carteles de la película en la calle. En ellos aparecen dos hombres dándose la mano o a punto de besarse. “Es una gran victoria. No sabes cuánto hemos batallado para encontrar empresas que apoyaran el proyecto”, recuerda.
El baile de los 41 hace más de un siglo supuso un hito para la diversidad sexual en México. Pese a los prejuicios y las burlas —como la representación que hizo el propio José Guadalupe Posada— significó la mediatización de la homosexualidad en México. “Tuvo una amplia resonancia en la época, pero lo que realmente conocemos es un relato sensacionalista del baile que contó la prensa”, refiere Gabriela Cano, investigadora del Colegio de México (Colmex). Así lo afirmaba el escritor Carlos Monsiváis en la revista Letras Libres: “Aunque no lo parezca, la Redada, por así decirlo, inventa la homosexualidad en México”. Hasta ese momento, los periódicos nunca habían tocado el tema. Era un tabú, una palabra prohibida, algo que vivir en clandestinidad, lejos del debate público.
Aquella detención masiva fue el primer símbolo de muchos que luego retomaría la comunidad LGBT+ en su lucha. El número 41 se empezó a utilizar con orgullo y dejó de estar estigmatizado. “Era algo que todos los hombres querían evitar porque se veía como una afrenta a su masculinidad, hasta el punto de que no existía el número 41 en los cuarteles, por ejemplo”, apunta la investigadora del Colmex.
Después de lo sucedido aquel 18 de noviembre, se pierde la pista de lo que pasó con los 41. Muchos de ellos consiguieron que su nombre no trascendiera a la prensa gracias a su posición social. Las crónicas de la época cuentan que los que no tuvieron tanta suerte o tanto dinero, fueron acusados de escándalo público y obligados a barrer las calles vestidos de mujer. El periódico El Popular y la revista satírica El hijo del Ahuizote contaron que solo un pequeño grupo fue condenado a trabajos forzados en Yucatán. Los que pudieron pagar el silencio de las autoridades, consiguieron evadir el castigo.
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