La fina lluvia que durante la tarde bañó la isla de Manhattan no impidió que varios centenares de neoyorquinos, como la profesora Julia Dunn, se echaran a la calle en varios puntos de la ciudad de los rascacielos para expresar su frustración con la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Cuenta que llevaba varios días nerviosa y que esperaba que ese estrés se hubiera aliviado viendo a Hillary Clinton romper el techo de cristal. La imagen se replicó en una decena de ciudades del país, donde el descontento, el miedo y la ansiedad cobró la forma de un gran grito de liberación por las calles.
Los manifestantes neoyorquinos, muchos de ellos simpatizantes de Bernie Sanders, empezaron a congregarse a hora punta de salida del trabajo en dos puntos simbólicos de la metrópoli. El primero, el más pequeño, lo hizo en Columbus Circle, en la puerta de entrada a Central Park que mira al rascacielos Trump International. El segundo, más concurrido, lo hizo en Union Square, desde donde inició una marcha por la calle Broadway hasta la Trump Tower en la Quinta Avenida, el cuartel general del magnate y centro de su imperio.
“No es mi presidente”, gritaban los participantes durante la movilización, que transcurrió sin incidentes más allá del trastorno en el tráfico. También había activistas del movimiento “Black lives matter” y de la Answer Coalition. “Trump es racista, sexista y anti-gay”, comentaba una de las participantes. “Pensé que íbamos a celebrar la victoria de Hillary”, comentaba Mario, incrédulo. El magnate, pese a ser el segundo presidente nacido en Nueva York, no es querido.
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