Espera a los medios de comunicación sentado en la mesa presidencial del Aula Magna, en el mismo escenario en el que hoy será envestido doctor Honoris Causa por la Universidad de Burgos. Su aparente seriedad de intelectual, cortejada por su traje oscuro y el pequeño puro que mantiene secamente en los labios, desaparece en cuanto incorpora a sus respuestas pequeñas anécdotas que acompaña -como buen italiano- de grandes movimientos de brazos y rostro. El bastón en el que se apoya es la única pista que descubre la edad que tiene; desmienten sus 81 años cumplidos la agilidad mental, ironía, vitalidad e incluso prudencia de su discurso.
Sí, porque como perro viejo no quiere que los problemas de traducción malinterpreten sus palabras y prohíbe -tal cual- que se le hagan preguntas sobre política. La otra condición que pone antes de enfrentarse a los periodistas es que se le hable despacio, porque así es capaz de entender el castellano sin necesidad de un traductor.
Su nombre, que desde hoy forma parte del claustro de la UBU, deja de imponer cuando da paso a la persona, al intelectual inquieto por todo lo que ocurre a su alrededor, y preocupado -dice- desde que es abuelo. O cuando llegan las 8 -bromea- y no tiene un whisky a mano. «En realidad me preocupo de todo, pero me olvido inmediatamente», añade en tono jocoso mientras reconoce que lo que de verdad le quita el sueño es no tener tiempo para ser él mismo.
«Estamos ante un humanista total», asegura a su lado el rector de la Universidad de Burgos, Alfonso Murillo. «Su presencia sirve para relanzar, afianzar y demostrar que en las humanidades, a veces cuestionadas, también está el progreso». En el encuentro de apenas media hora con la prensa deja unas cuantas sentencias filosóficas y da las razones, más mundanas, de la emoción y estímulo que le produce el reconocimiento de la UBU.
«Hay dos motivos principales por los que agradezco estar aquí. Por un lado mi tesis la hice sobre la estética medieval y siempre me ha interesado visitar las iglesias románicas y góticas. En mis viajes por Europa fui descubriendo documentos mozárabes del Apocalipsis realizados en Castilla a los que dediqué mucho tiempo de estudio. Por eso todo este universo de facsímiles y el Burgos medieval me era muy familiar».
El segundo motivo de su desplazamiento desde Milán lo da su novela más famosa. «Cuando escribí El nombre de la rosa quería describir una biblioteca con un bibliotecario ciego, inspirándome en Jorge Luis Borges. Le llamé Jorge de Burgos, pero cuando le puse este nombre no me imaginaba que iba a ser el malo de la historia porque los personajes tienen vida propia, y el autor pocas veces puede elegir lo que les va a pasar».
La novela y los facsímiles le vinculan a Burgos y a Silos de un modo casi espiritual. «Lo mío es un peregrinaje. Hay quien peregrina a Santiago; yo en cambio lo hago a Burgos porque me estimula su historia», reconoce.