
La democracia no evita (ni puede hacerlo) prácticas y discursos autoritarios, incluso por eso mismo la democracia comprende –como parte de los procesamientos electorales– el riesgo de la involución autoritaria, es decir, el triunfo en las urnas de caudillos. La cultura política de los ciudadanos determina la solidez democrática como lo muestra el hecho de que en unas naciones se abra paso y en otras no, el enfoque mesiánico como vía para enfrentar desafíos sociales: el diseño institucional de las sociedades contemporáneas más complejas integra a las fuerzas políticas en la participación de tales desafíos, por ello la oferta de los actores políticos implica considerar al otro como adversario y no enemigo, precisamente porque con ese otro tendrán que procesarse acuerdos para reformas normativas y políticas públicas, por ejemplo. Puestas así las cosas, no contribuye a la solidez democrática que un actor político, quien sea, omita la existencia de la diversidad en las sociedades contemporáneas, se asuma como la única opción o como el único referente representativo de la sociedad a la que en su demagogia convierte en “Pueblo”; los demás según ese cultura autoritaria y mesiánca tienen fines aviesos o están incentivados con intereses oscuros e inconfesables.
En este proceso electoral los mexicanos pueden impulsar dentro de los marcos democráticos una involución autoritaria –impulsada además por estrategias políticas y económicas de viejo cuño–. Andrés Manuel López Obrador nos implica ese riesgo, como el mismo se encarga de exhibir asiduamente lo mismo con planteamientos que implican regresar a la tutela de un solo partido y al enorme poder presidencial (eso se desprende de su planteamiento acerca de las fuerzas de seguridad o su idea acerca de la amnistía donde confunde a los criminales del narcotráfico con fuerzas guerrilleras), lo mismo con esos planteamientos, reitero, que con esa forma que tiene de descalificar a quienes tienen puntos de vista diferentes a los de él, como si él fuera el único que encarnara todos los intereses válidos. La serie de adjetivos que lanza contra los políticos de otras opciones partidarias exhibe no sólo su intolerancia para quienes no piensan lo que él sino su talante autoritario para descalificarlos, ahora por el color de la piel, por “blancos” que hacen política desde la Ciudad de México. Cualquier persona más o menos sensata tendría que diferir de esas formas de promover el odio pero sucede que, sin duda, López Obrador tiene una fuerte base social que lo va a apoyar haga lo que haga y diga lo que diga y además porque creen igual, ustedes recuerdan, varios sectores académicos, periodistas y políticos descalificaron la marcha #VibraMéxico ocurrida la segunda semana de febrero de este mismo año, porque era promovida por “pirruris” y personas “blancas” (incluso Ricardo Raphael lo escribió así, en El Universal, con todas sus letras).
Estoy convencido de que, más allá de las opiniones que cada quien tenga sobre la política y los políticos, vale la pena emprender un esfuerzo para exigir seriedad y propuestas viables a los actores políticos, y pensar y discutir en torno de ellas.