por Sergio Zurita
Es momento de hablar de un tema que me ha obsesionado durante toda mi vida adulta: el abuso, sexual o de otra índole, de parte de los maestros y maestras de teatro hacia sus alumnos y alumnas.
De una vez advierto que no voy a mencionar ningún nombre, porque las cosas que voy a contar me constan, pero no tengo manera de probarlas, y porque quienes tendrían que hacer algo son las víctimas.
Cuando entré a estudiar actuación, hace 28 años, los maestros hablaban de que, para ser actor, se necesitaba un “cambio de condicionamiento” en el alumno. Lo cual puede explicarse de la siguiente manera: cuando somos niños, mostramos nuestras emociones abiertamente, pero conforme pasan los años, nuestros padres, amigos y la sociedad en general nos condicionan a reprimir esos sentimientos: “No seas mariquita”, “Los hombres no lloran”, etcétera.
De hecho, los mismos maestros dicen que las mujeres son mejores actrices, porque socialmente se les permite ser frágiles y tienen, por lo mismo, más facilidad para accesar a sus emociones.
Esto suena lógico, pero lo cierto es que no está basado en ningún tipo de análisis científico. Y para destapar las emociones de alguien, es necesaria la asesoría de un psiquiatra capacitado. Si no, hacerlo puede ser altamente peligroso (esto me lo dijo un psiquiatra capacitado).
En México se le enseña al actor que su instrumento es el cuerpo. Esto es cierto, pero también tiene otro instrumento que muchos maestros mexicanos ignoran: la voz. En las escuelas de teatro mexicanas hay clases de canto y hasta clases de voz, pero son materias secundarias (casi equivalentes a la risible Educación Física de la SEP).
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